Edmundo Rojas Riquelme, vivía en un mundo imaginario; en el cual era el Rey Midas, capaz de convertir la mierda en oro y el caos en orden; hasta el mismo Dios le quedó pendejo, pues se creía omnipotente, omnisciente y el único ser capaz de hacer milagros. Convirtió planeta azul en un basurero; los magos se fueron y solo quedaron aquellos arrodillados que no se cansan de elogiar sus estupideces, cada día salía con una sandez nueva, que muchos premiaban con media estrella. De seguir así, este planeta quedará deshabitado, no es para menos. Todos están cansados de ver como se pavonea como si fuera un genio. En fin, el tiempo dará la razón a todos, menos a Edmundo que no es capaz ni de pintar un conejo.
En los últimos días le ha dado por creerse el Rey del mambo, desprecia a todos aquellos que gustan del baile y de la música, pues no hay nadie mejor que él, ya que todos le quedan pequeños. Los pocos fans que aún tiene, organizaron una fiesta para entregarle el CUERVO DE ORO, premio que la organización de artistas entrega cada año a los más destacados en elmundo difícil del arte. Esa misma noche habían organizado una fiesta para que este genio demostrara sus dones como cantante y como bailarín. Después de un discurso súper aburrido, en el que no hacía más que elogiarse, tres chicas lo esperaban impacientes para bailar con él. La primera chica bailaba tango a la perfección, tuvo que pedir otra pareja, pues Edmundo no tenía ni la menor idea de bailar tango, le piso más de diez veces los pies, la chica disgustada le dijo:
-Sí no sabes bailar tango ¿pará qué diablos andas diciendo que eres el mejor?
La segunda chica bailaría bachata, pero este gordiflón tampoco tenía idea de cómo se baila este ritmo. Y para rematar la tercera lo mandó a la mierda pues no sabía bailar salsa.
Después de semejante desplante, pidió el micrófono para cantar. Enseguida se lo pasaron y a los veinte segundos lo sacaron a patadas a la calle. Ahí quedó estirado cuan gordo es, con el micrófono en la boca. A doscientos metros venía un camión cargado de plátanos, el conductor, al ver a ese gordo en la mitad de la calle, aceleró más, cuando iba a aplastarlo, Edmundo se despertó y prometió que jamás volvería a hacer el oso.
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