El jardín es una fiesta de color que día a día se transforma en un gran rectángulo de pasto verde, tapizado de hojas que degradan en innumerables tonalidades. Es una obra maestra, un caleidoscopio de perfección realizado por la naturaleza.

Graciosamente, así como si nada, el árbol de liquidámbar suelta sus hojitas y estas joyas de hermosura planean con levedad en el aire hasta posarse de forma aleatoria sobre un césped plagado de rocío. Miro un momento el escenario y este me llena de calma. El suave ritmo del viento, la sincronía en la caída de las hojas, todo es actividad y armonía. Me dispongo a barrer para luego reunir todo en una gran bolsa. Una vez concluida mi labor me alejo hacia un extremo, con la intención de disfrutar del paisaje. Suspiro decepcionada; el jardín luce tan pulcro, tan quieto, tan plano, es casi como un retrato suspendido y sin vida. De pronto, a mi espalda, mi marido me interrumpe objetando: "me gustaba más con las hojitas" sonreímos y juntos desparramamos las láminas doradas recién recogidas por cada espacio del jardín, nos detenemos a observarlo, pero no, ya no es lo mismo; la naturaleza tiene un arte imposible de replicar. Resignados, volvemos a recogerlas.

... de las cosas simples de la vida. Sensaciones, te extraño.