Don Ángel está jugando con su nieto de ocho años a lanzarse y atrapar una pelota imaginaria. El viejo está feliz de ver al niño correr, sudar y sonreír con el juego. Él ya no corre, la maldita lesión en el menisco de la rodilla izquierda se lo impide.
-¡Ahí te va! - El abuelo lanza la pelota que atrapa el nieto brincando para alcanzarla. Don Ángel lo observa y se admira de lo alto que ya es a pesar de su corta edad.
-¡Ahí te va abuelo! –, el niño arroja ahora la pelota imaginaria, que el hombre, alzando los brazos, atrapa sin dificultad.
-¡Ahí te va de nuevo -, grita el abuelo, mientras el niño se hace hacia atrás estirando los brazos para alcanzar la pelota; entonces se queda sorprendido, porque entre sus manos ha atrapado una hermosa pelota azul, de verdad.
Es de noche, salgo a caminar un poco, hay luna llena y se mira magnífica. A su alrededor, infinidad de estrellas titilan completando un cuadro digno de admirar. De repente, por ir viendo la luna y las estrellas, tropiezo y me golpeo con fuerza el rostro y la cabeza contra el pavimento; ahora ya no veo la luna ni las estrellas del cielo, tan solo infinidad de estrellitas que giran alrededor de mi cabeza.
Los dos muchachos forcejeaban tirados sobre el pasto del parque, tendrían entre los trece o catorce años y luchaban para demostrar quién de los dos era el más fuerte. Mientras lo hacían, pasó tan cerca de ellos una chica, que casi tropieza con ellos. Se veía linda enfundada en su vestido floreado de vuelo amplio. Los adolescentes, sorprendidos, detuvieron su forcejeo.
-¿Qué viste? – preguntó uno.
-¿Y tú qué viste? – respondió el otro.
- ¡Oscuro, oscuro!
-¡Ja, ja, ja, sí, oscuro, oscuro!
En un texto breve de “Equinoccio”, de Francisco Tario, habla de poseer un pozo donde pudiera plantarse un eucalipto, albergar una luciérnaga, ahogar cualquier grito, enterrar a cualquier hombre. Si yo poseyera uno, guardaría en él todo lo que me duele, los fracasos, los amores perdidos, las cosas que detesto, mis inseguridades, mis defectos, mis miedos. Mi pozo sería enorme y profundo para contener todo lo que no deseo tener cerca, como si fuera una bodega o cuarto de trebejos. Y a pesar de todo lo que guardara en él, sé que nunca terminaría de llenarlo, siempre habría algo más que desechar, que guardar en él.
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