Por fotografías ya le había entrado de cierta forma. Los tatuajes y la delgada línea que se dejaba caer por su mejilla, me contó mi hermana Bárbara, le hacían encontrarse tocando la pantalla de su teléfono. Me reía de lo exagerado que parecía su reacción. Hicieron match finalmente.

Bárbara me pidió entonces que la acompañara, por si era un truco. Podía dejarla plantada si de lejos no era la persona que decía ser. Así que la acompañé como buen hermano. Me había mostrado fotos y también me sentía preparado para juzgar si de verdad no era una trampa “de filtros”.

Y así fue, la vimos y yo me vi ahí mirando esa delgada línea de su mentón que se repetía de las fotografías. El cálido color de sus ojos pardos y su melena arremolinada. Un escote con un collar enorme que invitaba a mirar su piel y su cuello.

Quise mentirle a mi hermana, pero no pude. Quise decirle que no era la persona que esperaba, pero su belleza era demasiado real. Es ella, le dije. Sabiendo que no iba a tener una oportunidad como la que ella tendría.

Nunca pensé tener celos de mi propia hermana. Qué vergüenza. Traté de no estar y encerrarme cada vez que Bárbara la recibía en la casa. Me desesperaba sentirlas jugueteando en la pieza del lado y me costaba no imaginarme cambiando de cuerpo con mi propia hermana. Me di asco por mucho tiempo, pero nunca quise entrometerme en lo bello que tuvieron.

Esperé eternamente su ruptura, pero les juro que nunca hice nada para que ocurriese. Pero cuando sucedió, fui el primero en ir a verla. Después de todo, aún estaba enamorado de ella.

Bárbara no me puede ver ahora. Creo que la familia jamás entenderá qué fue lo que pasó. Pero mi hermana cree que yo lo planeé todo desde el día en que Tatiana se nos apareció.