Por la vereda de enfrente.
Qué tarde aprendí el significado de aquella frase que me decía mi madre, no vayas por la vereda de enfrente.
Mientras era chico, no me importó, ni siquiera tenía curiosidad por saber el motivo, pero cierto día la vi, mi madre cuando pensaba que yo estaba dormido, cruzó.
No tuve tiempo de llamarla, pero la vi entrar en una casa a la que diariamente, entraba y salía mucha gente.
Al poco rato la vi volver, cuando me vio despierto se enojó mucho y me mandó a la cama, la noté muy cambiada, me dijo que me durmiera, que si no lo hacía iba a tener pesadillas por dormir tan tarde.
No le pregunté en el momento qué estaba haciendo en aquella casa, por aquel entonces ya había cumplido los nueve años y no era tonto, aunque no podía imaginarme lo mucho que me faltaba por aprender de la vida.
A la mañana siguiente ella aún no se había levantado y la llamé diciéndole que se hacía tarde para ir a la escuela.
Apenas me contestó, supe que otro día debía faltar a la escuela, cuando se despertaba con dolor de cabeza, no le importaba nada.
Cerca del mediodía, se levantó y se enojó porque no había ido a la escuela, le dije que la había llamado pero que no me había hecho caso.
Me pidió perdón y comimos comida recalentada del día anterior, entonces le pregunté que había ido a hacer a la casa de enfrente, se enojó y me dijo que ella no había salido, que no inventara cosas y que además por dormir tan tarde tenía pesadillas que después creía que eran ciertas.
Ese día salimos a pasear, parecía otra, no era la misma del día anterior, fuimos al parque y hasta me compró un helado. El humor de mi madre era muy cambiante.
Al volver me dijo que esa noche iba a venir mi tía, su hermana porque ella iba a encontrarse con unas amigas para ir al cine, no me importó ya que me llevaba muy bien con mi tía que era una mujer muy buena conmigo.
Al llegar Isabel, mi tía, me dijo que después de cenar me leería un cuento y que charlaríamos de lo que yo quisiera porque hacía mucho que quería tener una charla conmigo ahora que ya estaba más grande.
No vi cuando mi madre se fue, pero sentí el auto que supuse era de alguna de sus amigas.
Mi tía me acompañó a mi cama y se sentó a mi lado, me dijo que no iba a leerme el cuento prometido porque pensaba que una charla entre los dos, era mejor y que ya estaba grande y sabía leer yo solo.
Le pregunté entonces por la casa de la vereda de enfrente.
Isabel abrió muy grande sus ojos y pensé que se enojaría por la pregunta, pero fue todo lo contrario.
–––Pensé que nunca me preguntarías por esa frase que repite siempre tu madre.
–––Es que no sé qué es lo que pasa en esa vereda y el motivo por el cual mi madre se enoja tanto si le pregunto.
Isabel me explicó que algunos barrios tienen casas malas donde la gente no debería ir, pero que igual lo hacen. Le pregunté qué hacían en esa casa a lo que me contestó que era un negocio, que vendían sustancias que estaban prohibidas y que la gente, las consumían.
Me asusté mucho y le conté que mi madre iba a esa casa.
Isabel me dijo que no mintiera, que su hermana jamás iría a una casa como aquella. Le dije que la había visto y eso pareció molestarla así que cambié de tema y le conté que tenía una amiga nueva en la escuela y que nos llevábamos muy bien. El cambio de tema pareció aliviarla y dijo que por esta única vez me leería un libro corto de Harry Poters que estaba tan de moda, le agradecí y a mitad de la lectura me quedé dormido.
A la mañana siguiente Isabel se fue y mi madre me dijo que había conocido a un hombre que quería casarse con ella y que quería saber mi opinión. No con mi tía, sino con mi madre.
Me pareció apresurado lo del casamiento, pero pensé que tenía que conocerlo primero a lo que me contestó que, por ser domingo, él vendría a buscarnos para ir a pasear.
Por la tarde un flamante coche se detuvo frente a la puerta de nuestra casa y de él bajó un hombre alto, de lentes negros que me saludó cordialmente.
Esa tarde fuimos al zoológico, me compró dulces y bebidas gaseosas, la pasamos muy bien.
Y así fueron pasando los días, mi madre parecía estar mucho mejor de sus dolores de cabeza y no volví a faltar a la escuela hasta que una noche siendo muy tarde sentí dolor de estómago y fui a su cama, ella no estaba, me asomé a la ventana y la vi, a ella y a él saliendo de la casa de enfrente.
La esperé despierto y se enojó tanto que entre los dos casi me matan, lo que ella hacía era cosa de ella y yo no tendría que meterme en cosas de mayores.
Jamás olvidé la paliza, la vida siguió, el hombre no volvió por la casa, otros ocuparon su lugar…
Al fin, luego de algún tiempo, lo supe, supe el significado de aquella frase y hoy el que cruza a la vereda de enfrente… soy yo.
Omenia
27/7/2023
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