Hace días que desanduve por mi barrio. Pero no por el que ahora ignoro como es, sino por aquel, donde las oscuras golondrinas que aprendieron nuestros nombres, jamás volverán. El que sin haber abierto sus ventanales, sé podía saber quién roncaba. Y por el que con sus puertas aún cerradas, pasaban por mi mente los nombres de los que existieron en su interior.

Sucediendo cuando por la Ancha, la Hostos, la Bonó y la Sánchez; discurrían los adolescentes de la Papi, la Mella, la Billini, la Restauración y la Ingeniero. Hasta que el juntarnos comportó otras connotaciones: ¡Pedro, peinarte para los lados no te pega y aquello, del que el gorrito cortado de una media femenina de nylon, no sé hizo para ti!

Y, entonces, podría asegurar qué quién, hace algunos días caminó por esas calles, fui Yo. Cosa que sé presupone, por el uso de dos verbos: desandar y el otro. Y de que los pude ver a todos: los del plano físico y el resto. ¡Porque la amistad es eterna! Pese a los tropezones de la existencia: ¡No te quedes aquí, vete para allá ó nunca regreses!

Pero, por suerte, el planeta nuestro es uno solo. ¡Y Dios, aunque trino, también es único!