La Señora tenía una avecilla que vivía en una hermosa jaula junto a la ventana, en un elevado departamento en el centro de la ciudad, colindante con un espeso filón verde.
Durante varios años, aquel minúsculo ser había sido mudo testigo de los pesares de su dueña, quien le confiaba todos sus secretos.
Absolutamente desligado de su especie, el ave comenzó a decodificar lo que la señora le decía. Sabía interpretar sus alegrías y tristezas y para ambos casos tenía melodías apropiadas para esos estados de ánimo.
"Me haces compañía. Estás conmigo cuando estoy triste y me das consuelo con tus cantos. Por eso te dedico tiempo y te cuido, pero siento que soy egoísta contigo"-le dijo un día en que estaba particularmente acongojada.
"Yo sé lo que es vivir en una jaula y por ello te daré la libertad que necesitas. Acá entre estos barrotes no estarás nunca mejor que allá afuera. Necesitas volar, conocer el cielo, perderte en la espesura de los árboles y cantar desde allí a los paseantes, que buscarán y se deleitarán con tus armonías".
La mujer , corrió el pestillo de la jaula y abrió la puerta que separaba al ser alado de la libertad, pero éste no hizo ningún movimiento sino que se quedó adentro mirándola fijamente.
Aquel, de tanto interactuar con su dueña había aprendido el idioma de los humanos. "Te agradezco este gesto. Sé que me quieres en libertad, pero en todos estos años he aprendido a quererte como ninguna persona lo haría. Has sido mi compañía, conozco tus secretos, tus más íntimos anhelos y entiendo que si me concedes la libertad es porque internamente quieres la tuya. Has descubierto que no se puede vivir entre cuatro paredes y menos carecer de la posibilidad de explorar todas tus posibilidades vitales. Y ese amor que buscas no lo encontrarás acá, pues estás atada a esta materia vil que nos mantiene enclaustrados creyendo que somos felices, solo porque tenemos pan y agua y semillas como en mi caso. A pesar de saber esto no quiero partir. Porque veo que me necesitas".
La señora lo miró fijamente y descubrió en sus ojos un brillo especial, una identidad propia, una esencia vital y vivificadora. El, a quien ni siquiera le había dado un nombre, le hablaba a lo más profundo, pues conocía a la perfección sus mayores traumas y tribulaciones.
"Te llamo Harry. Desde ahora tienes un nombre y debes irte. Para mí serás un amigo especial. Te veré partir, pero esperaré tu llegada. Miraré el cielo y entre tantas aves observaré cómo dibujarás trayectorias simbólicas para mí. Algún día, yo misma tendré la fortaleza para romper los barrotes que me mantienen cautiva y te seguiré y acompañaré en tus viajes tal como tú has estado acá conmigo. Ve, no pienses más y vuela hacia la emancipación".
Su compañero, con timidez comenzó a mover las frágiles alas acostumbradas a movimientos menores y poco significativos. Al cabo de un rato, tuvo la fortaleza y la convicción para dar el salto al vacío. Antes de partir la miró fijamente y algunas lágrimas rodaron desde sus pequeños ojos. Ella, en tanto, observaba con su rostro humedecido, el magistral vuelo de su compañero. Harry, voló con ciertos problemas hacia un tejado y luego ya más ducho en el arte de las evoluciones se detuvo en la rama de un avellano. Desde ahí miró a lo lejos la ventana de su dueña que lo observaba con desesperación. La vio como se tocaba la cabeza y realizaba gestos que nunca había visto en ella.
De repente desapareció del cuadro. Pero a los segundos la vio salir disparada cayendo al vacío.
En ese momento Harry creyó que moría. Se quedó paralizado con la dramática escena. Pero, cuando intentaba recomponerse, un ave tan pequeña como él se acomodó en la rama y se apegó a su cuerpo.
"No te sorprendas por favor. He venido a volar. Ahora yo te acompañaré". Y volaron lejos hasta perderse en la lejanía dibujando patrones que solo ellos conocían.