El hombre llevaba bien puestas sus siete efes: se llamaba Fausto Fajardo Fajardo, enseñaba Filosofía y era feo, flaco y formal. No es chiste.
Que un hombre se convierta en árbol (eche raíces y florezca) es más honorable, que si a un hombre, le dicen que es una mierda.
Tener una empleada joven y guapa que realice las labores caseras, siempre es una tentación; más si ella se deja tentar, mejor, si se deja llevar a la cama.
La gran mentira en la historia de mi vida es que siempre he dicho que es maravillosa. No lo es. Sin embargo, de mi verdadera historia no me quejo, no me ha ido tan mal y creo ser feliz.
Dentro de cien años, ¿alguien me recordará? Seguramente nadie, me habrán olvidado como han sido olvidados tantos y tantos hombres a través de los siglos. No soy famoso ni poseo alguna habilidad que me haga especial. Para ese entonces mis hijos y nietos habrán muerto. Todos los que me hayan conocido también estarán muertos, tan muertos como yo.
Todas estas ideas son un juego, escritas casi a vuela pluma, pueden acertar o no en lo que predican. Existen textos fuertes y textos débiles, me gustan más estos últimos, porque parecen no decir nada, pasan desapercibidos y nadie les hace caso. Muchos de ellos quizás no tengan ningún valor, pero otros sí, lo tienen oculto, bien escondido y darán su luz en algún momento.
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