EL DICCIONARIO JUBILADO
Cuando cumplió cuatrocientos años, las autoridades de la biblioteca decidieron jubilar al Diccionario. Había que ponerlo a buen recaudo, alejar su envejecido cuerpo del uso diario que pueda lastimar sus delicadas hojas amarillentas, por ser ya una reliquia de la cultura universal.
En una ceremonia solemne, a la que asistió el mismo Presidente de la República, quien destacó el gran aporte del Diccionario a la cultura no solo del país sino de la humanidad, colocaron a él sobre una mesa encintada por sus costados, al medio de la sala, junto a una placa de plata que decía: “Segundo Diccionario más antiguo en Lengua Castellana, Impreso en 1537”. Y otra que advertía: “No Tocar”.
Desde entonces se imaginaba ser un cachivache inservible. Antes era productivo, solícito, feliz cuando todo el mundo tomaba su vieja solapa de cartón marrón y buscaba alguna información. Pero ahora sentía un sabor agridulce al ver a la gente buscando a los diccionarios jóvenes, vigorosos.
Cual si fuese un resto fósil, digno de ser conocido o visitado, le molestaba los flashes de las cámaras de los turistas y público en general, quienes contentos se turnaban para tomarse fotos al lado de él.
Envejeció en cuatro días más que en cuatro siglos. Tuvieron que cambiar su cubierta que se agrietó por otra nueva. Peor aún, el desdichado se deprimió más: fue como si le arrancaran el rostro.
En pocos días, esa nueva cubierta no tardó en hacerse jirones. Espantado, el jefe de la biblioteca creía que era cosa del demonio. Decidió traer a un cura para que le echara agua bendita.
Pero era demasiado tarde: todas las palabras de animales, verduras, frutas o cosas que podían descomponerse, como “pescado”, “manzana”, "lechuga", “carne” o “mayonesa”, que él las albergaba en sus ancianas páginas, empezaron a podrirse por su enorme aflicción. Y por lo tanto el Diccionario empezó a agonizar.
No pasó ni una semana desde que lo jubilaron, cuando una pestilencia insoportable se apoderó de la biblioteca entera. Todos constataron que provenía del Diccionario ya muerto.
Entonces, sacaron del local al pobre Diccionario nauseabundo, y, al lado de un arroyo, quemaron su cadáver, aún triste.
|