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Nunca el hecho fue confesado por sus labios. De forma casi rampante, la acusación llegó a nuestros oídos envuelta en pesadas sábanas de insidia, tufillos rencorosos, delación de golpe y porrazo. Pese a todos esos resquemores que contaminaban el hecho, siempre me pareció una proeza, un atisbo de romanticismo rompiendo rígidos moldes. Una jugarreta, en fin, que para otros fue simple desacato.
Nuestro padre, mi padre, fue un personaje que amaba las artes y si así no fue, el impulso de un talento que flotaba libre y dispuesto a ser descubierto lo transformó en un tipo bueno para el dibujo, las caricaturas sobre todo y una que otra vez unas planas con poemas dedicados a mi madre. Todo eso quedó atrás cuando el matrimonio impuso las normas y consiguió un empleo más rentable. Era un alma soñadora, sin embargo y pese a todo, se propiciaba mezquinos momentos de solaz. Como la fotografía, de la que quedan evidencias todavía en algunas cajas desvencijadas. Allí, se entreveran retratos coloridos a mano, estampas minúsculas que jamás pudieron ser ampliadas, paisajes, rostros que cuesta un mundo individualizar, seres que envejecieron día a día aunque esa vista que los delata, apenas está ajada. La tía Rosa, ¡que bella que era! Francisco, ¡Pero qué joven se ve! ¿Y esos tres que están abrazados en una playa desconocida? Pancho tal vez, Juana más allá y el tercero no lo conozco.
Encarrilo el tema, con esas imágenes revoloteando todavía, con esos trozos de película que rescataba en la feria para después proyectarlas con ayuda de un lente en la pared. Y llego de sopetón a una escena en que mi madre enfurruñada, entre platos sucios y progenie en desbande, retenida por una obligación acerada, sin lugar para las lágrimas ni arrepentimientos, se plantó delante de nosotros produciéndose un silencio que pareció rebelarse en una micra de segundo, algo solemne, revelador, acaso exacto en su origen al que precedió al Big Bang. Desapercibido para todos, fue el telón que destapó el hecho. Con los ojos enormes y la curiosidad galopante, esperamos lo que fuese. Y no fue su voz sino un remedo, algo que parecía reptar sobre lógrebos senderos. Aún así, era el acento que conocíamos cuando algo similar al despecho o a un odio desnudo, vaya a saberse, se aposentaba en su alma. Quizás fue la manera de explicarse en voz alta el origen de todos nuestros desacatos.
Y supimos, volcando los ojos para adentro para imaginarnos la escena en que nuestro padre, el soñador, el silencioso, el progenitor aperrado, había bebido de forma clandestina durante su estadía en la aviación. Era su servicio militar y el trago aquel caído como maná del cielo, contrabando ilícito por supuesto, le iluminó la zona en que la creatividad y el desenfado se reúnen y se guiñan los ojos.
Mientas los demás se fueron a dormir, él, despierto, sagaz y con la rebeldía como bandera, se encaminó a los hangares, curiosamente sin guardia alguna y sin que su conciencia abotagada encendiera alguna alarma, abrió los portones de par en par y luego, casi flotando por el entusiasmo, se encaminó hacia su objetivo: un avión reluciente invitando a surcar el cielo. Ignoro el modelo del aparato aquel y pudo ser un Bleriot, un Cesna o qué se yo. Para el caso no importa. No era un automóvil con mandos simplificados sino un avión con todas las complejidades del caso.
Y eso fue lo que demoró la puesta en marcha, los ronroneos, algún tirón repentino, tal vez un arrepentimiento tardío y ya inútil a esas alturas. Con la emoción confundida entre vaharadas etílicas y ritmo cardiaco profuso, manos apretando al azar intentando dar con el mecanismo que propulsara la magia, el despiste, el vuelo raso por sobre todo y todos. Ni todos ni todo, sólo una voz de mando imperativa y el apellido de mi padre voceado en la noche nortina. Un compañero logró divisarlo en su loca aventura y dio cuenta a sus superiores. Acudió el sargento, armado sólo con su vozarrón para que mi padre desistiera de aquella locura. Lo descendieron a tirones, entre balbuceos suyos y sueños evaporándose en la oscuridad. Se le espantó la curadera cuando lo llevaron al calabozo donde permaneció cuarenta días. Y después de aquello, la expulsión.
Historia delatada, contada de corrido, sin las necesarias pausas que imponía una aventura tan singular. Olía a chisme freído con los condimentos del rencor, ese amasijo informe del día a día, entre carencias y desvelos. Mis hermanas abrieron aún más sus ojos ante la novedad. Yo, los entrecerré. Me pareció algo que se emparentaba a una odisea. Se dulcificó mi padre para mí, se transformó en alguien que soñaba, que rompía lo establecido y que, pese al rotundo castigo, continúo volando, ya no en aparatos inescrutables para él sino en las alas fútiles de sus aficiones sin destino. Acaso quiso emular a Saint Exupéri y sintonizar sus poemas y su quehacer artístico con el rumor monótono del motor mordiendo las nubes. Intento fallido y valga la comparación para graficar su silencio y prudencia. Página recortada en su historial y devuelta en forma clandestina a nuestro escrutinio. Humanizándolo después de todo y explicando acaso esa serena penitencia que conservó en los pliegues de su pensamiento, en sus ensoñaciones y en esos ojos húmedos por aquel lejano vuelo sin alas.













Texto agregado el 11-07-2023, y leído por 189 visitantes. (5 votos)


Lectores Opinan
17-07-2023 Un relato muy dulce porque lleva implícito un reconocimiento a la humanidad de ese padre y es que en ocasiones lo ensalzamos olvidando que es un ser lleno de errores y aciertos que está aprendiendo a vivir. Nota aparte; El Principito es de mis cuentos favoritos. Saludos, Sheisan
14-07-2023 Qué bellísima historia Guidos! Me fascina la gente que se atreve a ir más allá, cómo sea. Un beso. MujerDiosa_siempre
13-07-2023 Admiro el juego tan natural que formas entre tus ideas y el arte de escribir. Te felicito. peco
12-07-2023 —En tu especial forma de narrar historias me he ido dando cuenta que muchas son episodios reales de tu vida y creo que esta no es la excepción. —Ahora, después del preámbulo, me encarrilo en el tema central de la historia, es decir en ese aprendiz de aviador, tu padre, que en uno de esos momento en que el alcohol y la euforia regalan esa libertad que anima a desplegar alas y sin saber pilotar un avión querer ir en busca del legendario Tte. Bello. vicenterreramarquez
12-07-2023 No siempre logramos cumplir nuestros sueños o aspiraciones. Sin embargo, los errores y fracasos nos hacen crecer. Quizá fue el alcohol el detonante de esta aventura, pero la rebeldia por ser diferente ahí está. Saludos, amigo. maparo55
 
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