Cincuenta años.
No son más que un simple segundo en la escala de nuestra vida.
Y sin embargo ¡qué largos fueron para mí!
Hoy se cumple un nuevo aniversario de aquella triste noche.
Cincuenta años ni más ni menos, de aquella tragedia que llenó de luto mi corazón y todo mi ser.
Sucedió una noche muy especial en nuestra vida, mi amada Sofía festejaba sus veinte años, ¡qué hermosa estaba!, cómo brillaban sus ojos al mirarme y cómo me sentía al saber que era yo, el elegido para pasar el resto de mi vida junto a ella.
Nadie más que ella y yo estábamos en la casa, hacía meses que vivíamos juntos, sus padres nunca hubieran permitido aquella unión y decidió irse de su casa y mudarse a la mía que por aquel entonces estaba afuera de la ciudad, en un lugar muy apartado, donde nadie pudiera encontrarla.
Todo iba muy bien, a pesar de mis celos, ella era tan hermosa y yo apenas un humilde profesor quince años mayor que ella.
Cuando lo pienso, tiembla todo mi ser, ¡qué momentos hermosos pasamos juntos! Pero, la sombra de la duda y esos celos malditos que llevo dentro de mí, hasta el día de hoy no me permitieron ser feliz, ella era todo para mí, la quería como a nadie, pero eso no bastó, no podía soportar que nadie la mirara, quería que fuera solamente mía y eso, a sus veinte años era imposible.
Sofía había dejado de estudiar, no podía permitir que nadie la viera, al menos hasta cumplir los veintiún años cuando fuera mayor de edad, es cierto que a los dieciocho ya lo era, pero, aun así, no podíamos arriesgarnos.
Ella vivía feliz en el campo, teníamos animales y un hermoso jardín donde pasaba los días arreglándolo para mí, como solía decir, mientras yo daba clases por la mañana y a la tarde volvía para estar junto a ella.
Hoy se cumple otro aniversario de aquél fatídico día, volvía de mis clases en la facultad cuando la vi, parecía un ángel, había hecho una torta de chocolate y frutillas, como sólo ella sabía hacerla y me estaba esperando para festejar sus veinte años.
Aún la veo con su cabello rubio rizado y aquellos ojos tan del color del cielo que no hacían más que mirarme y de pronto apareció aquel muchacho, de su misma edad que hizo que mi sangre hirviera de celos, era un repartidor que traía el pedido del mes.
No fue más que eso, un simple repartidor que la saludaba, pero en mi mente enferma aquello era infidelidad, me la imaginé en sus brazos y a pesar de no demostrar nada en ese momento, a la noche, luego de haber cenado y degustado el sabroso pastel e irnos a la cama, no pude con mi genio y le hice un escándalo, le dije que sabía que tenía un amante, vi el miedo reflejado en su rostro y no pude contenerme.
La ira fue mayor que mi amor, los celos, esos celos enfermizos que me han acompañado durante toda mi vida, me atormentaron de tal manera que allí no más la maté.
Qué frágil y hermosa estaba, la sangre que manaba de su corazón no hacía más que hacerla ver como un ángel. Le disparé mientras hacíamos el amor a pesar de todo, ella estaba enamorada y me perdonaba los celos de esa manera, nunca se dio cuenta, su rostro infantil no tuvo tiempo de mostrar el horror que hubiera sentido si lo hubiera hecho.
Fue en ese momento que todo lo terrible de mis actos se reflejaron en mi rostro, no sabía que me habían marcado para el resto de mi vida.
Tuve que pensar tan rápido como pude, no tenía idea de cómo haría para que nadie sospechara que había sido yo el autor de aquel brutal asesinato.
Ya estaba hecho y no podía volver atrás, le levanté de la cama donde yacía Sofía, y casi sin pensarlo me disparé en una pierna en un lugar donde sabía que no sería grave y que pronto volvería a caminar.
Escondí el revolver en un lugar donde nadie pudiera encontrarlo y llamé a la policía, me hice el inconsciente al ver que llegaban y cuando reaccioné les dije que un hombre había entrado a robar mientras estábamos acostados y que nos disparó a los dos.
Se llevaron a Sofía y a mí me subieron a otra ambulancia para llevarme a un sanatorio donde me dijeron que había tenido mucha suerte, que la bala no había penetrado en ninguna vena importante y que pronto estaría caminando otra vez, lo malo era que Sofía había muerto.
El hombre autor de esto jamás apareció y yo no fui inculpado.
Seguí mi vida, los padres de Sofía jamás se enteraron de que su hija había muerto, ella había cambiado su apellido y a pesar de enterarse de la muerte de una muchacha en el campo jamás imaginaron el trágico fin de su hija.
Hoy al cumplirse cincuenta años de aquel fatídico día, me encuentro solo, viejo y más triste que nunca, mi vida fue un infierno, jamás volví a enamorarme, Sofía me acompaña cada segundo de mi vida.
Al no ser encarcelado imaginé que mi crimen estaba encerrado, sepultado junto a mi amada, pero, durante cincuenta años lo he pagado, ¡qué largos cincuenta años! Cuando oigo decir que la vida es un suspiro, que los años pasan tan de prisa, sonrío, no es verdad, sólo espero la noche, ésta es la elegida, hoy al cumplirse cincuenta años voy a encontrarme con Sofía, dejo una carta, quiero que el mundo sepa de mi crimen, de mi crueldad con la mujer que amé y explico dónde había dejado el revolver que la policía nunca encontró, bajo el piso de la cocina, allí lo puse y sellé el piso para que no se notara, aún pienso cómo pude hacerlo, pero, no crean que no pagué caro aquel crimen, he vivido en sufrimiento, culpa y arrepentimiento cada día de mi horrible vida.
Varios días después, alguien al pasar frente a la casa y percibir un olor nauseabundo llamó a la policía, todo había terminado.
Omenia 9/7/2023