Le hubiera gustado ser tan sutil, tenue, ingrávida y tener la mágica facultad de saltar de una burbuja a la otra.
Ser tan pequeña que le estuviera permitido brincar entre ellas sin afectarlas ni destruirlas.
Burbujas como dos universos paralelos que pudieran acogerla cuándo y cuánto ella quisiera.
Quería tenerlas a la vista y en un santiamén desplazarse de un lado al otro, con solo desearlo.
Deseaba vivir en dos mundos a la vez y obtener lo mejor de cada uno y no carecer de nada de lo que esos espacios le prometían.
Que el paso hacia cada pompa fuera seguro y no le perturbara. Debiera ser de tal forma que jamás estuviera en duda la estabilidad de una o ambas burbujas.
Un día, soñó que se elevaba y cuando estaba a punto de aterrizar en la otra, su apresuramiento casi la destruye. Sintió cómo la superficie se hundía más de la cuenta, generando una presión que estuvo a punto de hacerla estallar.
"Si la rompo, que se acabe por fin la otra¡¡¡", pensó y despertó llorando creyendo que nada podía ser perfecto y que sus ansias chocaban contra una realidad irreductible, dura y sin compasión para ella y sus ansias de sentir toda la gama de los sentimientos.
Las burbujas no son estables-se decía-, y mientras más grandes sean, tenderán a deformarse antes del colapso final. Quería ser minúscula para evitar que su andar las dañara y que además tuvieran la cualidad de ser estables y eternas.
A veces, estaba sola en su primera burbuja y oía el sonido apabullante de quienes vivían en su hogar. Cómo en una visión caleidoscópica, en sus paredes circulares observaba a su marido preparándose la droga que lo mantenía adormecido.
Las visiones de su propia realidad la sumían en un estado de sopor permanente.
Realizaba sus labores de manera automática, mecánica, robotizada y desprovista de vivencias que la sacarán de la modorra.
Vivía carente de sonrisas verdaderas, con una mirada extraviada y un semblante. que cada vez la alejaba del rostro que ella recordaba.
Su cara mostraba la desazón, la desdicha de una vida raleada por los sinsabores.
Alguna vez había sido capaz de mantener una risa, pero ahora le costaba un mundo manejar los músculos faciales que permitían que la felicidad verdadera se expresara como una muestra evidente de calma, sosiego, felicidad y dicha. Pero eso no aconteció. Ya no.
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