La señora Y tenía una vida apacible y con grandes expectativas. Figuraba como alta ejecutiva de una importante empresa, pero sentía una disonancia en su interior, una división en lo más profundo de su ser.
Vivía con la familia de su esposo que parecía habérsele impuesto desde que era una niña.
Cuando llegó a la familia de él, ni siquiera pensaba que la estaban condicionado o formando para que con el tiempo se transforma en la esposa ideal de una familia con bienes raíces y una posición acomodada.
Todo fluyó de manera tan natural que jamás pensó que no fuera parte de este grupo de personas que vino a reemplazar en gran medida a la sanguínea, alterada está última por el consumo de alcohol de su padre y llevada a un colapso económico que la hubiera llevado a ella y sus hermanos a la pobreza más mísera si no fuera por familiares o en su caso por estos albaceas que la apadrinaron desde temprana edad.
Hoy estaban sentados a la mesa y todo parecía normal. Si su suegra vislumbró algo especial en ella, un enfado, la nostalgia por algo o alguien, una molestia vital o lo que fuera que descompusiera su ánimo, la tranquilizaba con una sonrisa y un cariñoso saludo a sus hijos.
Pero si que era cierto que interiormente se molestaba cuando la madre de su esposo le preguntaba de manera repetitiva por la salud de sus padres. Las frases siempre sonaban hirientes y descontextualizadas y parecían un mensaje velado para que comparara, equilibrara los factores y reconociera por milésima vez que todo lo que tenía se los debía a ellos y su magnanimidad. Incluido su trabajo.
Junto a ella, su marido acababa de dar un sonoro bostezo y tras hacer un gesto insípido se había ido al patio donde encendió un pitillo.
La matriarca, lo miraba con orgullo. "Mi hijo es un artista", le decía, "él es un incomprendido. Tiene tal inteligencia y sensibilidad espiritual, que es un hombre que seguramente dará que hablar".
Ella lo miraba cómo aspiraba y exhalaba el humo y lejos de aceptar las palabras de su suegra creía que a sus casi 50 años era poco lo que podía hacer más que esperar una herencia que sí le daría lo que no pudo obtener por su esfuerzo personal.
Al poco rato el artista estaba durmiendo en la terraza, mientras ella comenzaba a despedirse pues tenía que volver al trabajo.
Los niños daban vueltas por el patio, pero su abuela los reprendía y ordenaba para que jugarán en otro sitio de la casa.
"Cuando termines tu trabajo te irá a buscar mi hijo como todos los días", le dijo recordándole que no tenía espacios para salir, divertirse con amigas o sentarse a charlar con aquel amigo a quien gustaba de saludar de tanto en tanto.
Vivía en una burbuja, pero cuánto no daría para estar en otra, con ese ser que parecía esperaría infinitamente. |