Desperezándose en la cama, la Sra. D se despertó muy contenta. Media dormida aún, recordó el día anterior, cuando fue a darse un masaje especial con chocolate derretido, ¿escucharon hablar de ello? Pasa que ella es una hedonista absoluta y su sobrina favorita le había comentado de esos masajes.
Con los ojos cerrados, le pareció volver a sentir la experiencia del día anterior, cómo tumbada boca abajo sobre una camilla con un plástico, le iban vertiendo chocolate calentito en todo su cuerpo y masajeandolo por detrás, en su espalda y piernas, para luego proseguir por delante, incluyendo el rostro. Una vez toda "chocolatada" la retaron suavemente, ya que se había comido casi todo el que la cubría de adelante, y procedieron a colocarle nuevamente chocolate, luego la envolvieron en un plástico y toallones, para hacerle un peeling y masaje facial. Era delicioso estar envuelta en tanto chocolate pensó en ese momento ella. Después la llevaron con cuidado a darse una ducha y la guiaron hasta un jacuzzi, mientras la invitaban con un rico batido ¿de qué?, de chocolate por supuesto.
La secaron cuidadosamente, se tocó la piel y estaba hecha una seda. La cara limpia, suave y fragante. Pero se despertó feliz no sólo por el recuerdo, sino porque ése día cumplía años su sobrina favorita, la Lola precisamente, quien le había recomendado esos masajes. Claro que lo que la atrajo más que ninguna otra cosa, fue cuando le dijo que se lo iban a dar unos señores mulatones que estaban de rechupete, aunque al final no llegaron. En esos momentos la estaba atendiendo una señora agradable, pero nada más. Lolita es bien parecida en su manera de ser a su tía, pero de una manera más prudente, quizás porque aún no tiene los años de su famosa tía, vaya a saber, pero los genes D están en ella, con toda seguridad.
Decidió hacerle a su sobrina una hermosa torta de cumpleaños, se lo merecía no sólo por ser su cumpleaños, sino porque siempre la estaba cuidando, y recomendando cosas como el masajito con chocolate (lástima los mulatones que no aparecieron, paciencia). Al principio pensó que debía ser una torta importante, tener varios pisos, como las de casamiento, mas luego optó por una más normal, ya que jamás había cocinado una torta. Masitas sí, algún flan, pero nunca una torta. No recordaba si habían tenido éxito sus experimentos culinarios, al menos creía que nadie se había quejado - o mejor dicho, nadie vivió para contarlo.
Sabía que necesitaba harina, eso es fundamental en cualquier torta que se precie de serlo. También manteca, huevos y azúcar. ¿Acaso ustedes creían que ella no era capaz de hacerla?, qué poca confianza. Hacía años, había visto cocinar una torta por televisión, y con su memoria eidética, quedaba registrada para siempre en sus archivos mentales. Todo lo visto y escuchado se grababa y filmaba, si incluso había trabajado como detective, ¿se necesita más? Eso se decía a si misma la inefable mujer, mientras recorría los estantes de su cocina en busca de los elementos necesarios. Pero ¿dónde había puesto ella los huevos?, ¿y la harina?, en fin, en esos días quizás la fulana ésa, la eidética, se había tomado unas lindas vacaciones.
Mal que mal, consiguió los ingredientes, sobraban algunos y faltaban otros, pero qué tanto, tampoco estaba en Top Chef o alguno de esos programas. Encontró lo que buscaba, una vieja receta escrita en portugués, que trató de traducir.
Se armó un verdadero lío en su linda cabecita al tratar de entender lo que decía, sobre todo algunos términos tales como pacote de bolacha, fermento em pó, ¿y por qué quería la mujer que inventó la receta, poner la nata de la leche, si eso era un asquete? ajjjj…
Probó luego con una receta griega, pero desistió al probar el Ouzo, uhhh… ese licor tan fuerte no era para una torta, vamos. Claro está que le sirvió para olvidar hasta el último resabio de timidez ante su tremenda falta de experiencia, o resultados fallidos de cocina, tales como: Imagínense, cocinar fideos en una sartén y que se le prendan fuego, ¡sólo a ella! O aquello que cierto día, le sucedió con la olla a presión…Bien, ella triunfaría sobre todas las ideas preconcebidas que la designaban como un real desastre en la cocina.
Batió unos huevos que encontró por ahí (a uno por poco le estaba naciendo un pollito), ni lerda ni perezosa, aprovechó las claras para hacerse mientras una máscara de belleza, luego mezcló las yemas con algo de azúcar que raspó de una azucarera, ya que ella tomaba todo con edulcorante, luego encontró en un rincón un paquete entero de harina que echó de golpe, ¿y qué más hacía falta? hmmm… ah sí, esencia de vainilla, dos cucharas de sopa. Miró el seco revoltijo y se dio cuenta que le faltaba algo. Hizo memoria, se devanó la sesera, estuvo a punto de llamar a algún cocinero cinco tenedores, hasta que finalmente lo recordó, era manteca. Como no tenía, batió un poco de leche durante una hora y cincuenta y seis minutos, al cabo de los cuales, seguía casi líquida. La tiró encima y listo. Tampoco era cuestión de hacerse tanta mala sangre. En la televisión, los veía a todos contentos mientras cocinaban, tomando copas y copas de vino tinto. ¡Pero era eso era lo que le faltaba, un buen vaso de vino tinto! Ahora sabía por qué no le terminaba de salir la torta como corresponde. Menos mal que tenía siempre de reserva una damajuana de diez litros, por cualquier eventualidad.
Contentísima ante la solución de todos sus pesares culinarios, echó la mezcolanza en un molde chico y esperó y esperó como diez minutos. Cansada de esperar, abrió la puerta del horno y se dio cuenta que tenía que encenderlo antes. Luego sí, a las dos horas de estar en el horno a fuego máximo, sacó la torta con olor a quemado, que se hundió en el medio formando un agujero.
Creativa como nadie, se le ocurrió llenarlo con alguna cosa. Estuvo buscando en la heladera y en la despensa lo que fuera, con tal de tapar el hueco. Encontró de todo, una pizza muy dura de vaya a saber qué año, paquetes de fideos, de arroz, sopas instantáneas, hasta que finalmente ubicó una lata de duraznos. Feliz, con la lata en la mano, la abrió para volcar su contenido en la torta. ¿Acaso se les cruzó por la cabeza a ustedes, que iba a ponerla sin abrir?, no señores míos, ella era una mujer muy responsable y consciente, ejem!
Claro que cuando fue a darla vuelta para quitar toda la parte quemada de abajo, se le chorreó el almíbar con los duraznos encima, pero no existe en el mundo nada perfecto, ¿verdad?
Ella cantaba por dentro, una canción italiana que le encantaba. Apenas podía abrir la boca en ese momento, y mientras tomaba de a sorbitos, copa tras copa del vinillo, le pareció ver por la ventana que asomaba su cabeza un mono. Se dijo que esta vez le había pegado fuerte el tinto, que no podía ser, mientras se seguía sirviendo de a cuenta gotas. Cuando se tocó la cara, la notó dura como un mármol, las claras habían hecho su efecto sin duda, de allí que se abría a duras penas su boca.
Se estaba enjuagando el rostro cuando escuchó un ¡BAM! seguido de varios BOOM!!! Pensó que se había desatado la tercera guerra mundial, pero comprobó poco después, que el bombardeo surgió de su propio horno, cuando recalentado al máximo (había olvidado apagarlo), explotó, desprendiéndose gran parte del hierro y cayendo estrepitosamente. Había quedado inutilizado para siempre. Se encogió de hombros, total nunca lo usaba. De pronto vio una araña pollito que asustada por el ruido, salió de donde fuese que se encontraba, paseando muy oronda frente a las mismas narices de la Sra. D, ahhh, eso sí que no lo podía permitir, agarró entonces un frasco de vidrio, lo puso boca abajo y zácate!, agarró a la araña que quedó atrapada en su prisión transparente. Y en eso, vuelve a asomarse el mono sinvergüenza! Pero esto parecía un zoológico, no podía ser. Tal brillante idea, le dio el impulso para llamar realmente al zoológico y pedir que se los llevaran. Lucrecia, (ya había bautizado a la dulce mascota), la miraba ominosamente a través del vidrio mientras movía amenazante, sus patas peludas.
Tocaron el timbre dos veces. Corrió hacia la puerta, al mismo tiempo que el mono logró entrar a la cocina por un hueco de la ventana entreabierta. Quien tocaba a la puerta, era la vecina de la planta baja, veterinaria para mayor referencia, avisando a todos los departamentos que se le había escapado un mono con el trasero rojo y pelado. En cuanto lo vio dando cabriolas por la cocina y colgándose de un trapo como si fuera una liana, lo quiso agarrar, pero mi estimada amiga quiso responderle y aclarándose la garganta, la frenó en seco:
- A ver, espere un poquito, veré si realmente tiene las señas que usted declara. Se puso los lentes muy seria, lo miró de atrás detenidamente, mientras el mono le hacía mil monerías como es lógico, y dio el visto bueno a la vecina, afirmando que ése era el mono y ése su trasero rojo y pelado evidentemente. Se lo entregó con pesar, hubiera preferido tenerlo consigo para siempre, era tan simpático. Y le entregó también a Lucrecia que la seguía mirando con rabia, sin el frasco.
Si pensaron que con eso terminaba la cosa, la erraron. Había otra persona que esperaba pacientemente a ser atendida, era un muchacho que cargaba unas valijas pesadas. Cuando se fue la simpática vecina, con el mono, y Lucrecia encima de su cabeza como un original sombrero, hizo pasar al muchacho y sus valijas.
El joven la hizo sentar y ponerse cómoda, dijo que le iba a mostrar una nueva batería de cocina que la iba a dejar asombrada.
Lo que dijo, la forma de mostrar unas simples cacerolas a juicio de la señora D, con cierto nerviosismo y timidez, le hicieron ver que era probablemente la primera vez que el muchacho hacía una demostración. Y ella, que tenía sus años con la consiguiente experiencia, quiso ayudarlo. Por lo tanto, se levantó, hizo sentar al joven, y le habló como si fuese un futuro comprador. Sacó toda la batería de cocina que constaba de ochocientas veintidós piezas, y una por una le mostró la calidad y uso de las mismas. Habló como si en verdad lo creyera, mostrándole al sol para lucirlas a pleno, tanto dijo y de tal manera, que quien las había traído comenzó a devanarse los sesos pensando cómo pagar toda esa maravilla. Finalmente por más que el muchacho insistió, la mujer no quiso aceptar su reloj y anillo como anticipo, y lo despidió amablemente con todas sus valijas.
Al encontrarse nuevamente sola en su cocina, sin monos ni arañas, ni vendedores puerta a puerta, volvió a su torta sabiendo que debía decorarla de alguna manera, mientras mascullaba Onehunga, Whangamomona y Nauru en Maorí, por si alguna vez visitaba Nueva Zelanda.
Revolvió toda la casa en busca de algo para decorar su torta, hasta que encontró algo ideal, original y fácil. No estaba ella para agarrar una manga de decoración y hacer firuletes con cremas y cosas raras, no señor. De manera que encima de la torta, puso su jaula con los dos canarios que tenía, y listo.
Era una torta musical, pavada de torta había creado. La miró con orgullo, mientras ya planeaba ofrecer sus servicios de pastelera en el próximo casamiento del Maharajá de Kapurthala.
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