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Envié unos disquet de 5 1/4 a una tienda y recuperaron varios relatos, escritos por allá por los ochenta.

Los mellizos

No recuerdo bien como se inició esta historia que voy a relatar. Los años que recién pasaron son más cortos que los años anteriores y se me mezclan las fechas. Sólo cómo referencia, para poder guiarme en esta tarea concluyo que aun me faltaban un par de años para finalizar la enseñanza media.
A esa edad eran muy importante los juegos de grupos, los paseos caminando o en bicicleta. Era la edad de la pubertad.
Entre las niñas del barrio no sé en qué momento comenzó a sobresalir la que será la figura de esta historia. Llevábamos viviendo varios años a pocas casas de distancia y no recuerdo alguna situación donde ella acaparara mi interés. Se confundía entre un grupo de cinco hermanos, tres varones, que en su conjunto eran prepotentes, tumultuosos y poco amistosos con nosotros, los otros. Con ellos sucedía una situación muy obvia y fácil de predecir. Cada uno protegía al hermano inmediatamente menor, por lo que existía un pequeño poder hacia el resto de los amigos. No era muy simple trenzarse en una discusión sin terminar alegando también con el hermano mayor, su inmediato protector. Ninguno brillaba ni por alguna gracia ni por algún defecto. Pero en conjunto eran una turba. Todos juntos actuaban como escudo que imposibilitaba alguna relación más cercana que no sea sumisión. El resto de los amigos del barrio, que no eran pocos, caían en ese sometimiento y liderazgos falsos. Yo, en cambio, era un ser solitario, sin hermano y ni sombra que me acompañara. Mantuve distancia y nunca tuve problemas con ellos.
Después que me fijé en la hermana me encontré que existía un obstáculo para conversar con ella. Uno de sus hermanos, su hermano mellizo, siempre la acompañaba. Fácil. Se me ocurrió acercarme a él, conversarle, reírme de sus chistes y jugar sus absurdos juegos con el propósito de estar con ella. Y fue peor, se formó un trío inseparable. Se esfumó la idea de estar a solas con ella.
Pasamos como un año en esa modalidad. Caminábamos a diario por los pasajes. La ventaja es que ella caminaba al medio y a veces atrevidamente le tomaba la mano. Desde mi casa vigilaba esperando que ella saliese sola. Cuando la mandaban a comprar la interceptaba para acompañarla, pero cual error de cálculo, el aparecía de la nada.
Me estorbaba y había que hacer algo. En el liceo hubo una exposición invitando a los alumnos que cumplían ciertos requisitos a postular a la Escuela de Grumetes. Mirando los afiches se me ocurrió la brillante idea de convencer a mi amigo a que postule. Fue una broma, nada en serio, pero se me ocurrió. A lo mejor lo aceptan y se va. Así se instaló en mi subconsciente.
Esa misma tarde estaba con él comentándole lo que había visto y lo importante que era ser marino. No me hice ilusiones con el comentario, pero el curso de la conversación me llevó a terreno inimaginable hasta ese momento. El cooperó bastante, me hizo la tarea bastante fácil. No solo comenzó a fabricarse ilusiones con la posibilidad de ser marinero sino que además consideró que postularíamos juntos. Hasta el momento yo no había considerado para nada esa posibilidad, no era para mí la idea de ingresar a la marina. De pronto me vi envuelto en una extraña postulación.
A partir de ese día, los dos comenzamos una campaña para recibir apoyo de nuestros padres, con el pequeño detalle que jamás se me ocurrió decir una cosa así a los míos, no por lo que puedan decir ellos, sino que yo no lo tenía considerado. Junto iniciamos la peregrinación para rescatar la cantidad de papeles que nos pedían, desde certificados de estudio hasta médicos, donde incluso era necesario disponer de un poco de dinero para obtenerlos. Situación incómoda porque yo debía de rebuscármela para conseguirla sin que mis padres sepan cual era el objetivo.
Ya teníamos fecha. En menos de treinta días, por ahí por noviembre, serían los exámenes en la ciudad de Puerto Montt. En la medida que los días pasaban y la fecha se iba acercando, la hermana comenzó a darle más intensidad a nuestras reuniones al sentir que su hermano en pocos días mas partiría. Cada vez que podía ella lo acariciaba suplicándole que recapacitara, que lo pensara bien. Yo rápidamente me anteponía para evitar que nuestro amigo flaqueara. Incluso cuando eso ocurría, siendo totalmente inconsecuente con lo que día a día andaba buscando, tomaba a mi compañero del brazo y nos alejábamos. La dejábamos sola. Yo sabía que ella continuaría con esa campaña al interior de su hogar, quizás con la complicidad del resto de la familia, pero esperaba estar nuevamente con él para reconquistar algún terreno perdido, continuaba con el convencimiento.
A veces me comentaba que su familia intentaba convencerlo que no postulara. Yo de inmediato me sumaba a su pesar. Le explicaba que no era posible que nos coarten el futuro. Hablaba en plural. Comparaba su familia con la mía, que al contrario, se mostraba lo más dispuesta en cooperar en todo lo que le pidiéramos. Tanto fue la transparencia que mostraba que terminó por convencer a su familia. En eso días celebraron el cumpleaños de uno de los hermanos y aprovecharon la ocasión para organizarle la despedida. Fui el invitado de honor al ser el otro par que lo acompañaría en esta aventura. Su padre nos deseó la mejor de las suertes. Ya quedaban tan sólo cinco días. El ya tenía todo listo. Su padre lo acompañaría a las postulaciones. Eludí las preguntas si mi padre también me acompañaría.

Ante el pánico de lo que estaba ocurriendo, mi organismo no pudo soportar tanta presión. Tuve una colitis de esas fulminante, tumbándome a la cama deshidratado y débil para pensar. Llegó el día y fue a despedirse. Entró a mi pieza mientras yo permanecía paralizado de vergüenza. Sin embargo, los reproches nunca vinieron. Es más, esa edad tan transparente sobrevivió el orgullo de tener la primera prioridad. Lo habíamos conversado anteriormente. ¿Qué pasaría si uno de los dos no era aceptado? ¿Cómo lo enfrentaría el otro?
Yo por supuesto me mostré muy sobrecogido con la idea de no ser admitido.
Se fue. Volvió. Había rendido todos los exámenes, Traía cierta esperanza de ser aceptado porque muchos fueron rechazados en las pruebas físicas y médicas.
Los días siguientes tuvieron la misma estructura que los días anteriores al viaje. Pero con una diferencia, nos juntábamos y permanecíamos los tres unidos tristes y afligidos. Por primera vez sentí que no era preciso prescindir de él, tenía la seguridad que pronto ya no estaría.
Fue aceptado y en la misma semana se marchó. Toda la familia lo acompañó a la estación de ferrocarriles. Caminábamos por el andén esta vez yo a su lado y al otro su hermana. Que sensación más extraña. Esa misma tarde ya no estaría y podría estar con ella.
Así fue. Fueron muchas las tardes y noches que pude estar a solas con ella.
Un día, ya en pleno marzo y de vuelta a clase, apareció nuestro amigo vestido de marinero. Una novedad para los vecinos, para los amigos, para las madres, pero no para mí. Al conversar con él no sentí ningún tipo de remordimiento por el teatro que había hecho. El se mostró bastante satisfecho e incluso sintió lastima por mí. Por un momento pensé de la que me salvé.
Después todo fue como un pensamiento extraño. Ya no recordaba que hacía maniobras extrañas para estar con ella. Era como si siempre hubiera hecho la misma rutina. El colegio comenzó a absorberme cada día más y las tardes eran de estudios con mis compañeros. Ya no la veía todos los días y a veces tampoco ella estaba. De pronto me encontré con la novedad que ya estaba saliendo con un tipo, que la iba a ver, que entraba a su casa. Como siempre, en que momento pasó, no recuerdo.
El marino volvió un par de veces en el año, y no siempre nos vimos. Ya éramos dos seres extraños. Después me fui yo. Mi familia se mudo de la ciudad por lo que perdí todo contacto con ellos.
Al paso de los años, cuando las circunstancias cambian totalmente y los recuerdos se transforman, lo triste se vuelve placentero, lo hermoso ya no lo es tanto, hay espacio para recapacitar de las decisiones que se tomaron. Ya terminando la Universidad, con casi veintitrés años de edad, me encuentro con este amigo en un lugar común de mí recordada ciudad sureña. Después de los saludos de rigor, poco a poco lo fui convenciendo para que me contase lo vivido en su vida de marino. Fue muy escueto, como si su discurso lo hubiera tenido que repetir muchas veces, casi de memoria. La marina no era su vocación. Ese verano que nos fue a visitar y que se mostró tan contento, no era tal y solo obedecía a un pequeño orgullo de querer mostrarse mejor que nosotros.
“Los primeros días fueron terrible” - Me contaba - “A las cinco de la mañana nos sacaban de la cama sin otra ropa que el traje de baño, una camiseta y una toalla envuelta en el cuello, mas las botas sin amarrar y sin calcetas, nos llevaban trotando a la playa aun de noche, a veces lloviendo. Nos ordenaban meternos al mar sin ninguna posibilidad de quejarnos. Salíamos entumidos, sin poder controlar los escalofríos e incapaz de mantener un diálogo en medio del trinar de dientes. Durante el día trotábamos con mochila y fusil. Si me iba mal en el estudio no teníamos derecho a salida. El tormento era acumulativo. Con las bañadas en el mar en las madrugadas el frío se me instalaba todo el día. En las noches, en vez de descansar, me la pasaba llorando arrepentido de encontrarme en esta situación. No era el único. Pero nada podíamos hacer”.
Luego me contó que se enfermó recibiendo una licencia médica que fue renovándose hasta finalmente quedar fuera.
Ahora se disponía a buscar un trabajo con un horario flexible, donde pudiera completar los años de secundaria que quedaron incompletos con el retiro anticipado de la institución. Con un poco de esfuerzo podrá cursar dos años en uno.


Texto agregado el 24-06-2023, y leído por 130 visitantes. (0 votos)


Lectores Opinan
17-09-2023 El cuento me parece muy bien para haber sido escrito hace unos cuarenta años. Se siente empatía por los personajes. Gatocteles
 
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