Había una vez una pequeña niña llamada Frida, Frida tiene ocho años, pero tiene un gran problema: es que no le gusta la sopa. Cada vez que su madre le servía un plato caliente y humeante de sopa, Frida fruncía el ceño e hinchaba sus mejillas. Por más que su madre intentaba convencerla de lo deliciosa y saludable que era la sopa, la pequeña se negaba rotundamente a probarla.
Un día, después de una larga tarde de juegos en el parque, Frida llegó a casa con mucha hambre. Pero el olor de la sopa recién hecha llenaba la cocina, pero en lugar de alegrarse, Frida se quejó y dijo:
- "¡No quiero sopa, mamá! ¡No me gusta!".

La madre de Frida, estaba muy preocupada por la salud de su hija, decidió tomar una medida drástica. Le dijo a Frida con una voz firme:
- "Hija, estoy muy triste de que no te guste la sopa. Tú sabes que es importante que comas alimentos saludables para crecer fuerte y sana. Y como tú no quieres tomar la sopa, te quitaré tu juguete favorito hasta que la pruebes al menos un poquito”.
Frida se sorprendió mucho y sus ojos se llenaron de lágrimas. Su juguete favorito era su osito de peluche y la acompañaba a todas partes. Pero su madre se mantuvo firme en su decisión, sabiendo que lo que estaba haciendo era por el bien de ella.

Los días pasaron y Frida hacía de todo para evitar tomar la sopa. Se escondía debajo de la mesa, fingía tener dolor de estómago y hasta intentó darle su sopa al perro de la familia. Pero su madre siempre la descubría y le recordaba del castigo que le había puesto.
Otro día, mientras Frida observaba tristemente su osito de peluche sentado arriba en su armario, se dio cuenta de algo importante. Recordó todas las veces que había compartido momentos especiales con su juguete favorito, y cómo siempre estaba ahí para consolarla cuando se sentía triste o asustada. Se dio cuenta de que su madre solo quería lo mejor para ella y que debía confiar en su sabiduría.
Decidida a resolver la situación, Frida se acercó a su madre y dijo:
- "Mamá, he pensado mucho en lo que dijiste. Me doy cuenta de que necesito probar la sopa y confiar en que tú sabes lo que es mejor para mí". Su madre sonrió, orgullosa de la madurez que su hija estaba mostrando.
Frida se sentó frente a su plato de sopa caliente. Miró el líquido burbujeante y decidió que era hora de superar ese momento repugnante. Con valentía, cogió un poco en su cuchara y llevó la cuchara a su boca y probó un poquito. Para su sorpresa, la sopa estaba deliciosa. Se dio cuenta de que había estado perdiéndose de un sabor increíble todo ese tiempo.
Desde ese día, Frida se convirtió en una amante de la sopa. Agradecida por el castigo de su madre, que le ayudó a descubrir algo nuevo y maravilloso. Y aunque su juguete favorito volvió a sus manos, Frida siempre recordó las sabias palabras de su madre.