Desde hace un tiempo, este asunto me repta porfiado por las desiguales rutas de mis circunvoluciones. Lo curioso es que viene arropado con un traje ampuloso semejante al pudor, que da paso por turnos un desenfado biquinesco, es decir, de mostrarlo todo, sin una pizca de religiosa vergüenza. Semejante engendro se me hace imposible plasmarlo en letras, se me confunde el discurso, trato de asirlo desde alguna parte, pero se me desarma en el acto. Es una tarea imposible reconocerlo con la certeza de un apodíctico, se atomiza y pareciera resolverse en pantallas mentales cuyo vidriado se ha hecho añicos. Mas, continúa rondándome, deforme, insustancial, agresivo y volátil.
Quizás la trama es básica, mundana, pero se resuelve en un escenario complejo. Sería una anécdota acaso con aspiraciones de ensayo, un mamotreto inútil del que se desprenden especies de furúnculos verbales que se deshacen en el papel. Dirán ustedes: ¿y por qué nos complica con tan enrevesado argumento si se ve a las claras que el asunto lo atormenta a mares? Debe ser porque hasta en mis sueños se visualiza ufano y pletórico. Allí está a sus anchas, cuál si una institución para insanos le hubiese abierto sus portones lacrados y allí revolotee libre, se desprenda de burbujas de colores a modo de guirnaldas emanadas desde alguna parte de su situación, no digo ser, porque es inclasificable, más aún, sabiendo que no existen leyes ni prejuicios que aterricen su causa.
Narrar las trazas deshiladas de este engendro me expone quizás a asuntos de peso. Intentaré rearmarlo, pese a las dificultades que esta tarea impone.
Entre nubosidades tenues presiento más que reconozco a una mujer que pareciera estar hincada. Una estructura ampulosa, acaso un templo, alguien la acompaña, un ser que se diluye entre ese vaho espeso.
Concluyo que es un evento religioso, dos seres acaso uniéndose en juramento sacramental. O quizás me equivoco porque fácil es perderse en ese argumento tan difuso.
Acá creo no equivocarme: un estampido, varios, noche disuelta por fulguraciones, carreras, alaridos y nuevos estampidos. Puede ser la proyección de una realidad que se confunde con la distopía. Juro que incluso un ascua me quema las entrañas y soy yo el que se difumina dentro de este argumento.
La mujer abraza al hombre de la iglesia. Tarea inútll, él se aparta y hasta un grito resuena en ese territorio fantasmal. Duermo, mas la proyección continúa desarrollándose: Maura, el nombre surge como un mantra. ¿Quién es Maura?
Hileras enormes de personas prolongándose más allá de lo concebible. Rumas enormes de dinero que se apila sobre los estantes. La neblina no entrega más detalles. Hileras que se perpetúan entre gritos y demandas.
Despierto con la sensación de haber estado presente en una fiesta. Una mujer joven ataviada con un vestido largo de aspecto ajado y de un blanco que alguna vez reconoció mejores fulgores. Supongo que es un traje de novia que ha moldeado los cuerpos de mujeres de distintas generaciones. Chasqueo la lengua y algo agrio, vinoso, persiste en su superficie, me evoca mareos agradables, personas danzando al ritmo de una música envolvente.
Lo advertí: de la jarana a los gritos que parecieran trepar por las paredes de una habitación, desde la neblina emerge la tonalidad rojiza oxidada de la sangre. ¡Maura! Celos, tumulto, alaridos trepanando los oídos.
No puedo continuar sin que aparezca con desenfado una palabra que temo pronunciar: celos. Pero repta por el piso y se embadurna de sangre espesa. Desfallezco, pese a entender que mis dedos trepanan las teclas, ¡Cobardía!
Se repite en coros de voces inhumanas y me tapo los oídos mientras el terror me parte en dos. O en mil añicos, es gratis, virtual, horrendo.
Duermo, y la trama prosigue: Maura, en el piso, inerte. No es el camino que hubiese preferido para esta pesadilla.
Cárcel, un ser abatido, en las órbitas de sus ojos se adivinan los rastros de un desdén. Tras las rejas, sus manos sarmentosas emergen y se adhieren a esos barrotes oscuros. ¿Todo resuelto? ¿Se aclara la película?
Despierto fatigado, temo haber confesado tras los harapos argumentales. ¡Traición! ¡Traición! se repite como escapada del sopor, Me acaricio la herida, justo dos dedos arriba de mi corazón. Y la palabra aquella pareciera dibujarse nítida en esa cicatriz ignominiosa.
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