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Mientras te medio veo con el rabo del ojo, ojo ratón que escudriña en todos los puntos cardinales, voy pensando como urdes la lana con esos palillos precisos que perseveran en sus movimientos mecánicos, trenzándola prodigiosamente para componer una oda de hebras hermanadas. Bella sinfonía que se entrevera también en mi imaginación con violines y cornos y cuchillería de plata (no comprendo como mis neuronas maquinan esta confusión) que crean una atmósfera que pareciera masticarse en estos sentidos míos tan enrevesados.
Como de palillos se trata y de piernas para ser protagonistas en esta vida acuosa y deslizante, también caminamos en la tarde por esas calles de tu niñez. Es bueno pausar esos viajes acomodados en el coche para darle impulso bípedo a este relajo que engasta también los brillos de una aventura. Salud en ristre bombeada por nuestros corazones, contemplamos a ojo de pájaro las viviendas simples, las pretenciosas, los talleres que reparan cualquier asunto y más de algún boliche en donde se amasa el pan de la tarde.
Pero esta noche tejes y tus dedos sufren por algún designio que otros conocen como enfermedad. El palilleo cunde y las molestias también. Vale la pena detener el asunto y hojear a cambio un libro interesante. Siempre están a mano sobre tu velador, ya sea algún ensayo sobre la educación, un guion de teatro, o un tratado sobre la depresión. Yo releo a puntadas al Cortázar de Rayuela y sus avatares con la Maga. Y me detengo en alguna página porque las noticias de la tele son crudas, alarmantes. Dos profesionales las propalan parados frente a uno leyendo por el telepronter las aciagas novedades. Parecen un par de cuervos dibujados por la pluma de Poe graznando un tétrico ¡Nunca más! Desconfío, tras la colorida tanda propagandística. Vale más darle una vuelta a la página. O al control remoto. Se me cruza el fútbol y la selección chilena disfrazada de Goliat para zurcir a goles a un inexperto cuadro cubano. Son valientes, vigorosos, tapan, corren, pero no tienen los palillos de mi compañera: no enhebran ningún pase, ni una jugada vistosa. Surge neblinoso en mi imaginación el Silvio Rodríguez y la urgencia de, aunque sea “un disparo de nieve” chanfleado y proferido para congelar al guardapalos nacional. A otra cosa, mariposa.
La noche es fría. Invita a recogerse bajo sábanas temperadas y libaciones calientes. Pero suena el timbre. Una, dos veces. Refunfuños. La esperanza que algún chicuelo rezagado haya extendido su dedo travieso para accionar el botón se hace carne. Lo imagino corriendo desaforado tras su maldadoso gesto. Pausa. Y esperanza latiente. Pero no, el timbre resuena una vez más. Mordiendo mi lengua para que las maldiciones se desactiven, no sea cosa que sea para peor, me visto a la ligera y desde la ventana pregunto con voz altisonante:
-¿Diga? (Suponiendo que tras ese dedo se prolonga un ser humano parlante).
Se escucha algo así como un susurro que se enreda en sus titubeos y del que se escapan algunos acentos implorantes. Cautela. Tras esa oveja puede ocultarse un lobo feroz.
¡No le escucho! Le grito desde mi atalaya temperada.
La voz se torna más clara. Pide algo de comida para alimentar a sus hijos. Un drama, una premura. Se cimbran en mi cabeza la misericordia y la desconfianza. Muchas veces he visto tirados en cualquier rincón de la calle algunos paquetes de arroz, un tarro de conservas, hasta pan embolsado. Prefieren el dinero, convertible en oro según la ley, creí leer en mi niñez. Un par de lucas, dos milicos, como los llamamos acá, crujen en mi bolsillo. Me arriesgo. Y camino en la media luz con los billetes estirados. Por algún orificio de la puerta los introduzco para que el menesteroso los reciba a modo de cajero automático.
Escucho un ¡Gracias, señor! ¡Dios lo bendiga! Es una voz femenina que surge humilde y arrastrada en esta noche de perros. Me conmuevo. Y desconfío. Espero que entienda que no la estoy apadrinando. El capital es limitado y la paciencia también. Pero pienso en esas carambolas a los que nos expone la existencia y no sea cosa que aquel clamor, esa voz agonizante sólo sea una premonición de penurias por recalar. Y sea yo quien clame desde la vereda. La noche crea fantasmas. Y temores. Me recojo y las cobijas tibias me aguardan en este último urdir de las horas. Mañana será otro día. ¿Quién sabe?

















Texto agregado el 13-06-2023, y leído por 191 visitantes. (7 votos)


Lectores Opinan
17-06-2023 Excelente como urdes la historia y la entremezclas con eventos cotidianos. Muy, muy bueno tu relato. Felicitaciones!! sheisan
15-06-2023 Siempre que te visito me encuentro con algo interesante, esta vez no es la excepción, me encanta la forma en la que vas de un tema a otro sin que aquellos saltos sean notorios. Mis aplausos para ti. gsap
14-06-2023 muy bueno. Vent
13-06-2023 —Mientras ella con esos palillos comenzando con un revés y un derecho, va sumando hileras de otros puntos para darle forma a una prenda de lana abrigadora y color elegido, tú con letras bien urdidas vas entramando con palabras precisas un mosaico de párrafos multicolores para lograr tejer una crónica, la que nos muestra gran parte de la vida actual desde un degradé de grises tristes hasta un alegre multicolor —Un abrazo. vicenterreramarquez
13-06-2023 Muy real y actual, no es fácil la vida y para algunos, demasiado difícil. Saludos. ome
13-06-2023 Qué buen cuento, tiene una crudeza velada por la mano maestra del literato. Saludos. ValentinoHND
13-06-2023 Que bueno está guidos, haces milagros con las realidades. yosoyasi
 
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