Cuando tenía menos de 23 años, alguien me hizo una comparación escalofriante: Percio---me dijo--- los barrios pueden compararse con un edificio de varias plantas. Y quiso pasar a explicármelo. Pero antes de que comenzara, mi mente inició un veloz viaje por toda mi corta existencia. Hasta que tropecé con un punto rojo, qué sí sé quiere, sé podría asimilar con una ‘alarma’.
Y, de hecho, era algo que nos vinculaba y qué pensé que sería la explicación de la metáfora. Porque recordé una tarde en la sala de una casa del vecindario. Lugar qué sé nos había vuelto atractivo. Y que la mayoría de nosotros rondábamos los veinte y tres. Aunque, la cosa no era tan ceñida: ya que también concurrían los de 16, además de otros que pasaban de los 30. Y que contando a la dueña y sus dos hijos(de ambos sexos), fácilmente, el grupo frisaba unos veinte. Y todos conversábamos de forma amena en un espacio de tímidas dimensiones.
Pero que cómo antes dije, ese alguien que ahora está a mi lado, fue el José qué reaccionó a mi respuesta a la pregunta de un recién llegado al grupo: ¿Percio, cómo está Lígia? Y qué entonces yo, señalando a la dueña de la casa, distante algunos metros---le respondí al advenedizo---mírala allá conversando con su hija Lili. Y que él, sorprendido, me corrigió: ¡Nó, Compay, yo té pregunto por tú novia! ¡Ah, caray, amigo! ---Le observé---pero es que mi novia se llama Lídia. Y la Lígia, es aquella señora. Pero que él, después de una corta y burlona carcajada, sé atrevió a afirmar: ¡Craso error, amigo! ¡Haber él(el que llegó) confundido a tú novia con esa mujer!
¡Ní tán craso!---gritó la aludida---después de voltear su retorcido rostro. ¡Porque---elevando más el tono--- su padre sé acuesta con todas sus vecinas! Entonces, pasó a resumir la supuesta vida ‘licenciosa’ de mi suegro. Y yo, temeroso de adelantarme a la explicación de José, le dejé justificar su metáfora.
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