Ya era muy tarde; aunque faltaban un par de horas para el amanecer, el cuerpo de Lein no daba para más; no era efecto del vino, era más una mezcla entre el cansancio de la semana y el esfuerzo por mantenerse en una velada en la que no se sentía del todo cómoda.
La noche fue en su mayoría nublada, aunque se alcanzaba a percibir algo de la luna llena, el sonido de las cigarras se entrecortaba con el bolero de turno que uno de los chicos le estaba cantando al oído a su novia, ambos algo ebrios de amor y vino.
-cuanto amo el amor, pensó Lein, lo amo tanto que puedo odiarlo
- ¿qué dice? Preguntó el hombre que tenía al lado
-nada, respondió ella con premura mientras tomaba otro sorbo de vino y caminaba a calentarse en la hoguera. No sabía muy bien qué hacía allí, sabía no era una buena idea, que se estaba metiendo a la boca del lobo, así quisiera aparentar lo contrario, sabía que todo lo que pasaba por su mente en este instante era mentira y repetirse una y mil veces que sólo la movía el vino, la comida y la música no iba a convertirlo en verdad.
Estaba enteramente sola, sentía el fuego muy cerca a sus pies cubiertos con un calzado poco adecuado para el lugar y para el clima, mientras repasaba las excusas para estar en ese lugar, el abrazo de él la sacó por completo de su abstracción, era un abrazo cálido, demasiado fuerte para su gusto, pero inigualable para su angustia, ser llevada hasta su pecho mientras le besa la cabeza y le pregunta cómo está, le hacía olvidar por un instante que no había nada que hacer o esperar.
Sonrió, ambos lo hicieron, Lein tenía que admitir que ese deje pícaro en sus ojos le resultaba conmovedor, podría pasar la noche entera o lo que queda de ella mirándolo, detallando sus labios, sus manos, su cuerpo. Las miradas eran tontas al igual que las sonrisas que fueron interrumpidas por los demás presentes que venían a calentarse en la fogata, ya era hora de irse a dormir, debía partir temprano y manejar dos horas hasta el pueblo.
-les agradezco mucho la invitación, la he pasado muy bien, pero debo dormir, dijo Lein
Los rechazos y súplicas para quedarse no se hicieron esperar. Sin embargo, no fueron suficientes para nublar el poco juicio que le quedaba.
Entró a una habitación con literas donde había dejado su bolso cuando llegó a la fiesta, acomodó un poco las cosas que estaba ahí desperdigadas y se quitó los zapatos, sintió como se le congelaban los pies y volvió a preguntarse qué hacia allí, en ese momento escuchó que la puerta se abría, era él.
-quería saber si necesitabas algo
-todo está bien, respondió Lein
-en serio vas a dormirte tan temprano, susurró él
-si, en serio
Con cada palabra que pronunciaban se acercaba cada vez más a ella, sentía como el corazón buscaba salirse del pecho, sonrió en un gesto de temor y aprobación. Él tomó el rostro de Lein entre sus manos para acercarlo al suyo, ambos temblaban, en parte por el frio, en parte por la emoción del encuentro; no había manera de volver atrás, era el salto al vacío, sin nombres, sin apellidos, sin otros, únicamente un salto.
La calidez de sus labios le hicieron olvidar que tenía los pies fríos, la cercanía de su cuerpo, el peso de su frente, el cabello suabe al tacto, la obligaron a levantar los talones del suelo, se había puesto en punta para estar más cómoda, pero las puntas de sus pies también comenzaron a elevarse, ambos estaban levantando el vuelo, sus cabezas rozaban el techo y sus labios no podían separarse, imbuidos los dos en la totalidad de ese momento, olvidaron que ese maravilloso levitar estaba a punto de terminar.