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Y tirada en el suelo, dolorida, como Buck después de recibir un latigazo, lloraba, soportando una inevitable realidad. Acostada en el piso con los ojos entrecerrados, mirando hacia arriba reflexionaba sobre el amor, sobre Dios, sobre la vida y sobre algo más. Quizás así -pensaba -encontraría algo de sentido a su vida, algo que sirva de indicio para identificar su tristeza, el sentimiento de rechazo al que se acostumbró de forma inconsciente, la inseguridad, la soledad y los demás frutos de la carencia de amor; pero de nada sirvió porque sus pensamientos la llevaban hacia uno solo. Recordó el revolver que su padre guardaba en la puerta izquierda del armario, de un salto corrió por el pasillo, entró en la habitación, miró directamente a dos pasos del suelo y tomó el arma. De repente un grito paralizó sus pensamientos: -“que estás haciendo aquí”- era su padre, robusto como siempre enfurecido y algo alcoholizado que sin ver el arma cargada con 3 balas miraba a la niña como un asesino miraría a otro en duelo entre dos, ella tardó treinta segundos en reaccionar y contesto temblando: -“solo buscaba mi osito”. La noche anterior había dormido con su madre a quien le contó sobre la conversación con el psicólogo, este guía de locos a quien le sorprendía cuando un lapsus de muerte confundía sus teorías al cruzar palabras con la niña llena de vida y sonriente.
En ese momento en que su padre miró a la adolescente fue como un espejo que reflejó en él su propio odio. Corrió hasta su habitación, esquivando a su padre alcohólico, cerró con llave la puerta y muy rápidamente apunto el arma en la cien, se quedó escalofriada un instante y disparo.

Cuarenta segundos antes de apretar el gatillo, como en una película de cine vio imágenes sobre su infancia, su vida familiar y recordó cuando su padre que jugaba con ella, su abuela regalándole monedas, su tío quien le regaló la primera camiseta de Boca Juniors y por último recordó a su madre dándole malos consejos sobre aquel que ahora se había transformado en un inconsciente asesino, quien le regaló con una ilusión de pos data un osito de peluche con una inscripción de amor. Sus recuerdos, viajando en el tiempo en ese momento le revelaron cosas que nunca había sentido, ni siquiera imaginado, quien diría, era su vida, pero la tenía olvidados; todo era en vano, el arma ya estaba cargada y solo debía terminar una asignatura pendiente.

Se imaginó con su osito en sus brazos, con una gota de sangre entre los ojos y con una flor en su tumba. A veces - se decía- el hombre no entiende que las palabras generan heridas en el corazón y que quedan para siempre dependiendo de la importancia que se les da a las cosas y entonces…, entonces esa vez que mamá me gestó sin querer que yo naciera, cuando fracasó el plan de la muerte; esa vez que tenía dos años y me dejaron sola en mi cuna, llorando y pensar que yo solo quería una canción para dormir, llenar un poquito la soledad que sentía cada noche cuando mis padres lo único que hacían era pelear por la falta de dinero y el alcohol; a los siete años cuando vi como una palmada de papá echaba al suelo a mi madre o a los doce cuando mis compañeros de curso reían porque tenía una zapatilla rota, un delantal manchado con pintura de plástica y un pedazo de media fina de mujer que usaba para atarme el cabello; y a mis padres que nunca les alcanzaba para gastar un centavo, qué más da, busque en un hombre lo que un minuto de atención cada día hubiera llenado el vacío interior que me aquejaba en esos momentos, con solo un poco de amor que encontré al comenzar esta secundaria que para mí hoy termina junto con esta miserable vida, todo esto para ellos no significaba nada, ¡NADA!, quien diría, van a pensar que me suicidé de sobredosis por leer “Las desventuras del joven Werther”. Abra pocos culpables y como siempre los verdaderos se lavarán las manos pues son inconscientes de lo que dicen y hacen. Habrá un novio rechazado, una situación involucrada y un culpable misterioso y lo que menos pensarán fue lo que paso hace diecisiete años en el vientre de mamá, ni siquiera razonarán, no importa, solo mis lágrimas recorrían cada parte de mi cuerpo que veinte segundos más tarde en lugar de ellas estaría ocupando mi sangre, de repente un viento entro por la ventana y un sonido de un tema de flamenco me tocó el corazón y el locutor de la radio que decía “el último de la fila ” y con esas palabras bastó para convencerme lo que tenía que hacer, la vida me estaba dando mensajes, y debía completar lo que siempre sentí que tenía que hacer, el reloj marcó las doce y todo terminó.

Texto agregado el 06-06-2023, y leído por 121 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
06-06-2023 Hay una infinidad de escenas facsímiles a eternas realidades, que además no dejan de ser intrigantes. Pero esos 40 segundos por su brevedad y sentido no dieron la talla, mi lectura exigía menos detalle y más substancias en cada tramo de acción. No me gustó ese reloj al final, "el tiempo es el todo en tu escrito para reducirlo a una hora. Marcella
 
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