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Envié unos disquet de 5 1/4 a una tienda y recuperaron varios relatos, escritos por allá por los ochenta.

La fotografía

Terminaba el año 1975. Le decían constantemente que su "hobby" era demasiado costoso. ¿"Para qué te dedicas a esto?. ¿Que ganas? Pierdes el tiempo. – El personaje de esta historia es un universitario que se siente artesano que produce algo así como una combinación de foto arte y social. Sus clientes son las bodas, graduaciones, aniversarios y funerales. Fotos con historia.

Ese domingo temprano se movilizó por las tranquilas calles del barrio en dirección a la iglesia. Un templo confundido entre las casas pero con la diferencia de tener un amplio antejardín.

Finalizada la ceremonia los asistentes al oficio repletaron el jardín. Familias completas acompañaban a sus hijos que habían recibido su primera comunión. Preparó sus dos máquinas cada una con sus pilas nuevas mirando por el visor para saber si el fotómetro funcionaba correctamente. Con libreta en mano salió al ruedo a buscar interesados.

Cuando gran parte del gentío se había retirado, hizo un pequeño inventario de lo hecho. Las fotos no fueron ni más ni menos que las que él había calculado. Cuando estaba listo para regresar a su casa, observó a un pequeño grupo que abandonaba el templo y cruzaba el jardín. Dos mujeres de edad, al parecer hermanas, encabezaban la marcha y, entre ellas, una mujer joven y una niña de unos diez años de edad, completamente de blanco vestida con el atuendo de primera comunión. Parecía distinta a las demás que había retratado.

Las tres generaciones caminaban con orgullo y con cuidado porque la niña era ciega. Les acomodaban su velo, arreglaban la caída del vestido y trataban de que no tuviera ningún tropiezo en su caminar. En los momentos que pasaban junto a él, una de las abuelas preguntó si las podía fotografiar. No se interesó en preguntar por el precio ni las condiciones de pago. "Si se ve tan hermosa", repetían sin cesar, madre y abuelas.

El joven tomó su máquina y comenzó. Captó primero al grupo diciéndoles que caminaran hacia él. Se movió en semicírculos buscando siempre el rostro inescrutable de la pequeña que no alcanzaba a percibir lo que ocurría a su alrededor. Las abuelas obedecían las instrucciones del fotógrafo con mucha paciencia.

Una de las damas llevo a la niña hacia un pequeño montículo desde donde emergía una torre de madera con un campanario en su interior y, en la parte superior, una gran cruz de metal.

La abuela se retiró un par de pasos dejando al fotógrafo libre para captar la hermosa escena. Este tomó sus manos y las trenzó sobre el pecho, como rezando una plegaria, acomodó su rosario, su pequeño misal y la bolsita blanca en cuyo interior debían estar los santitos. El rostro de la pequeña estaba dirigido hacia el cielo completando la imagen angelical que el fotógrafo de inmediato comenzó a retratar. Nadie podía haber manifestado que aquella niña carecía del sentido de la vista. Por el contrario, sus ojos parecían llenos de vida y de paz interior.

El sol, que no había dado luces durante la mañana, asomó por entre las nubes, contribuyendo involuntariamente a proporcionar un brillo y un esplendor especial a la escena. Para cada foto cambiaba el filtro solar, y también usó el flash para iluminar mejor el rostro.

Cuando hubo terminado anotó la dirección de la familia y le aseguró que dentro de las próximas dos semanas les llevaría su trabajo.

A las dos semanas buscó las fotos al laboratorio y las ordenó sobre la mesa. Seleccionó las de la niña con sus abuelas. Algunas de ellas, se veían como tocadas por un halo de belleza, cosa que no siempre ocurre. Era una situación verdaderamente extraña. Las más fieles a la realidad eran el grupo caminando por el jardín. Todas estaban muy bien enfocadas, con equilibrada luminosidad. Pero las del montículo le dejaron estupefacto. Ninguna era igual a las demás, distinguiéndose las que había tomado con filtro, sin filtro y con flash.

Una de las fotos sobresalía de las otras. La separó de las restantes y la ubicó al centro. El filtro especial para graduar la intensidad de la luz del sol había eliminado el blanco del cielo convirtiéndolo en celeste intenso y los bordes de las nubes blancas se distinguían claramente. La niña al centro de ese marco, con la torre justo detrás y el círculo metálico de la cruz lucía como una corona, reflejaban haces de luz que emergían en diagonal hacia los vértices de la foto. Al utilizar el flash sobre el rostro este lucía como de porcelana, el efecto le daba relieve y producía en la imagen una nueva dimensión.

Se quedó pensativo durante varios segundos. Imaginaba la reacción que tendrían las ancianas abuelas cuando vean las fotografías, en especial esta. Buscó el negativo para ampliar la foto, significando esperar un par más de semanas mientras el laboratorio la desarrolle.

La foto ya había sido ampliada y decidió enmarcarla. Buscó un póster que tenía en su casa, arregló el marco y el fondo lo pintó de negro. Sobre ella pegó la foto. Luego lo barnizó y espero a que esté listo para la entrega.

Pasó finalmente un mes y medio y decidió cumplir con la entrega. No le preocupaba ni el aspecto comercial ni la demora. El arte no sabe de plazos ni de precios.
Se dirigió en busca de la dirección y al pasar frente a la iglesia se detuvo para observar el escenario. Estaba el montículo, la torre y la cruz pero faltaba la luz y el reflejo que la fotografía captó.

Cuando encontró el bloque de departamentos donde vivían el grupo familiar pensó en el impacto que iba a producir en ellas al ver la fotografía.

Subió hasta el segundo piso y golpeó. Esperó con tranquilidad sin preocuparse del reproche por la demora ni de buscar alguna explicación. Al ver las fotografías todo será alegría.

Abrió la puerta la abuela que había llevado a la niña al montículo para posar. Tardó en reconocerlo y lo invitó a pasar abriendo totalmente la puerta, al tiempo que se disculpaba por su mala memoria.

Era un departamento pequeño y bastó apenas un paso para sentirse totalmente dentro de la habitación. Les pasó el sobre con las fotos chicas y la mujer no disimulo su sorpresa al ver la cantidad. El mientras desenvolvía el póster, su obra maestra, le explicaba que no las iba a cobrar todas, solo cuatro, como habían acordado.
La anciana le explicó que no se preocupara. "Se las pagaré todas".

Apareció la otra abuela junto a la madre de la niña. Con timidez comenzaron a mirar las fotos desde lejos. La joven madre, al mirar el póster mostró signos de impaciencia, se acercó al joven e intentó poco menos que arrebatárselo de las manos, mientras la abuela la sujetaba de los brazos. El fotógrafo, percatándose de ello, puso el póster en las manos de la mujer que quedó estupefacta mirando intensamente el cuadro. La abuela sin dejar de sostenerla del brazo también miró la imagen.

La joven madre se congestionaba de dolor e intentó gritar. Se llevó la mano a la boca mordiéndose los nudillos. Las rodillas se le doblaron y la abuela, presintiendo, le pidió calma. La afirmó como si ya estuviese acostumbrada a realizar esa acción, mientras le murmuraba palabras de consuelo. Ambas miraban el cuadro.

Entonces fue cuando la madre logró sacar el grito quizás contenido tanto tiempo. Fue un aullido de profundísimo dolor e impotencia, tras el cual las lágrimas manaron de sus ojos, en una muestra de sobrecogedora desesperación.

El pobre fotógrafo no hallaba que hacer, que decir. Todo era definitivamente e irremediablemente incomprensible para él. Había esperado tanto el momento en que las tres mujeres le colmaran de felicitaciones, que le agradecieran el hermoso trabajo que había logrado. Pero ocurría todo lo contrario. No lo podía entender.

Otras dueñas de casa de otros pisos acudieron al departamento para saber que ocurría. Miraban el cuadro y, cuál era su sorpresa, también rompían en amargo e incontenible llanto.

Se consolaban unas a otras, se abrazaban y miraban de rara forma al fotógrafo que no atinaba siquiera a pedir una explicación.

La abuela mayor, quien lo recibió, más controlada que las demás llamó al joven fotógrafo a un rincón de la habitación y desenrollando de su monedero varios billetes, se los extendió agradeciéndole su hermoso trabajo agregando que él no tenía la culpa de nada y que todo lo que estaba ocurriendo era que a su nieta, que tenía cáncer y había quedado ciega se apresuraron en celebrarle su primera comunión. Finalmente Dios se la llevo hace pocos días...

El joven quedó paralizado. No atinó a recibir el dinero que la abuela le extendía para pagarle... Dando un gemido de impotencia huyó del lugar.

No alcanzó a escuchar las últimas palabras de la abuela: "la pobrecita... la sepultamos ayer...".

Texto agregado el 03-06-2023, y leído por 141 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
06-06-2023 Triste tu cuento yosoyasi
04-06-2023 Triste e interesante cuento, me agradó. Saludos. ome
 
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