El obrero.
Cuando era un muchacho de unos doce años, mi familia como tantas otras por aquella época, tuvo que arreglárselas para poder pagar cuentas, traer el alimento a casa y tantas otras cosas que sin dinero es imposible.
Mi padre perdió su empleo, no por ser un mal empleado, todo lo contrario, trabajaba en una fábrica de artículos de cocina de aluminio y debido a la nueva tecnología, las ollas ya no se hacían como antes, todo había cambiado y las nuevas ollas dieron paso a las antiguas y para una fábrica antigua era imposible seguir manteniendo el mismo ritmo de producción y al poco tiempo los empleados recibieron el aviso de cierre. Ya no se usaba ese material, las nuevas eran muy diferentes.
Mi padre, Javier, había sido por años el gerente y recibía un buen sueldo, aunque sus ahorros eran escasos.
El día que le anunció a mi madre lo que estaba sucediendo, mi madre Josefina, le dijo que no se preocupara que ella podía volver a coser como lo hacía cuando se casaron.
Mi padre es un hombre muy orgulloso y le contestó que de ninguna manera iba a permitir que ella trabajara, que él lo resolvería.
A los pocos días un anuncio en el diario pedía obreros para una obra y ese mismo día Javier se presentaba a la obra que estaba por comenzar.
El capataz de dicha obra le preguntó si tenía conocimientos de obra a lo que mi padre le contestó que no, pero que estaba dispuesto a aprender lo que fuera necesario, necesitaba un sueldo para mantener a su familia.
El capataz calibró muy bien a mi padre y decidió darle un empleo, empezaría por lo más sencillo y para eso tendría que seguir las instrucciones que otros con experiencia le dieran.
Javier no estaba acostumbrado a recibir órdenes, pero se guardó el orgullo en un bolsillo y aprendió tan rápido que todos estaban asombrados.
Luego de varios meses, el edificio que era solamente de dos pisos, llegó a su término y nuevamente Javier tendría que salir a buscar empleo, aunque esta vez era distinto, había adquirido los conocimientos necesarios para ser un excelente obrero de la construcción.
Algunos días después se encontraba pidiendo empleo en otra obra, ésta era mucho más grande y ya estaba empezada, pero faltaba mano de obra así fue que con las referencias obtenidas consiguió el empleo.
Debo decir que mi padre es muy inteligente, aprende con mucha facilidad y además tiene el don de la observación y eso lo ayudó siempre.
Poco a poco fue escalando, hasta llegar a ser el ayudante del capataz, el arquitecto de la obra, muchas veces lo felicitó y un día le dijo que quería presentarle al nuevo Técnico Prevencionista, un joven recién recibido quién sería el que estuviera en la obra tres veces a la semana.
Por aquél entonces esa carrera no era muy conocida, pero ya estaba siendo exigida en las obras debido al alto riesgo de accidentes que en ellas ocurría.
Javier notó que aquél muchacho se ocupaba muy poco de la seguridad en la obra, jamás lo oyó decir a los obreros que no dejaran sus cosas ni los materiales de la obra por cualquier lado, mi padre sabía del peligro de herramientas fuera de lugar, de tablones con clavos, etc… hasta que cierto día, a principio de mes, los obreros preparaban un asado entre todos en el patio de la obra y mi padre notó algo que no estaba bien, pero como para las órdenes estaba el joven técnico esperó a que llegara para comunicarle lo que estaba ocurriendo.
A la hora del almuerzo, un obrero sacó dos botellas de vino y sirvió a sus compañeros, entre ellos estaba el técnico que, dicho sea de paso, de técnico no tenía más que el título se unió a ellos y cuando Javier le hizo notar que eso estaba prohibido, el joven le dijo que no pasaba nada, que los obreros estaban acostumbrados y que un vaso no les haría mal.
Esa tarde mi padre pidió permiso para salir un rato porque tenía dentista y de lo contrario perdería la cita, el arquitecto le dijo que no había problema además sólo faltaba retirar los andamios y algún que otro arreglo en la pintura, que fuera tranquilo que él estaría en la obra.
Como ya dije por aquel entonces mi padre aún era solamente el ayudante del capataz, un hombre de mucha edad que no hacía mucho apoyándose en él sabiendo que trabajaba mejor aún que él mismo.
Luego del almuerzo, dos obreros luego de haber terminado con algunos detalles que faltaban, decidieron retirar los andamios que aún estaban colocados por fuera del edificio.
Javier volvió temprano, aunque se sentía un poco dolorido por el arreglo de una muela.
De pronto vio a los dos obreros que estaban arriba de un andamio sin cinturón de seguridad y olvidándose del dolor, subió a prisa hasta el último piso no sin antes ponerse él mismo su cinturón.
Al llegar notó que una de las cuerdas que sujetaban el andamio estaba a punto de zafarse, él cuenta que fue el peor día de su vida, veía cómo uno de los obreros se tambaleaba y de no haber sido por su rápida maniobra el hombre hubiera caído a una distancia desde la cual jamás hubiera sobrevivido.
El rápido reaccionar de Javier empujando hacia adentro del edificio a uno de los obreros y tomando del brazo al otro impidió el fatal desenlace.
Les cuento que mi padre por su valor fue premiado por todos, sobre todo por los dos obreros que prometieron jamás volver a beber y también a usar sus cinturones de seguridad que, de haberlos tenido, difícilmente hubieran estado en peligro de caer al vacío.
Por supuesto que el joven Técnico Prevencionista que miraba la escena petrificado, fue despedido.
Hoy mi padre y yo trabajamos juntos, me recibí de arquitecto y él a pedido de mi madre sabiendo de su capacidad, se anotó por la noche en la facultad y se recibió de Técnico Prevencionista.
Aún recuerda que el día que comenzó como obrero, tuvo que guardarse su orgullo, ahora los orgullosos somos nosotros. Omenia 2/6/2023
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