-Siéntese, Ricardo ¿O prefiere recostarse en el diván?
Antes de responder, miré la lámpara de pie, sopesé cuál era mi mejor opción y finalmente opté por la silla porque estaba más alejada de la lámpara.
-Disculpe, su consultorio tiene una excelente luz natural -dije señalando la amplia ventana que ocupaba prácticamente toda la pared -¿Podría apagar esa lámpara? La verdad es que me resulta intimidante.
-Por supuesto - dijo él mirándome a través de sus gafas y tratando de vigilar cada uno de mis movimientos. Sus ojos, de color azul eléctrico, despedían chispas que se incrustaban en los míos, quizás para indagar en mi interior.
Me asusté, estuve a punto de abandonar la consulta, pero bajé la vista y traté de concentrarme en la alfombra de colores neutros y relajantes.
-¿Qué está pensando?- preguntó con voz suave.
La pregunta me sobresaltó y experimenté cierta vergüenza por mostrarme alterado.
Él acarició su barba blanca y volvió a mirar mis ojos.
Incliné un poco la silla para no tener que enfrentar su mirada, pensé en cambiar de lugar, tal vez era mejor el diván.
Preferí permanecer en mi sitio mirando la pared. Tenía que contestar y no sabía qué decir. ¿En qué estaba pensando?
-Pensaba en las escaleras, subir hasta aquí no fue fácil -dije satisfecho con la respuesta que se me había ocurrido.
-¿Y por qué no utilizó el ascensor?
Su pregunta me obligaba a ir derecho al asunto. No más evasivas, necesitaba ayuda.
-Los ascensores me aterrorizan -dije como si ese fuera el único problema.
-Ajá. Cuénteme más sobre su miedo. ¿Cuándo comenzó?
Creo que tartamudeé al decirle que no estaba seguro. No quería hablar de la cárcel, los golpes, el encierro, las descargas eléctricas como método de tortura para obligarnos a hablar. Necesitaba olvidar todo eso.
Hice un esfuerzo para confesar cómo era vivir con terror.
Largué todo de golpe, fue un remolino de frases que me dejaron exhausto.
Asustado, lo miré esperando sus palabras, pero no dijo nada. Intuí que deseaba que continuara con mi relato. Yo había enmudecido luego de aquel revoltijo de emociones.
-Muy bien. Ahora que sabemos cuáles son sus miedos, podemos avanzar -dijo y dio explicaciones sobre traumas, fobias, procesos inconscientes y demás cuestiones psicoanalíticas.
Las luces de la calle se encendieron
Grité aterrorizado. Tenía que escapar.
-Continuemos, Ricardo. Estaba usted hablando de su pánico a todo lo eléctrico. Siga, por favor.
No pude continuar. El viento movía las cortinas, miré por la ventana y percibí el peligro.
Un terror conocido comenzó a deslizarse por mi cuerpo. Necesitaba salir de allí.
Me puse de pie bruscamente. Creo que él se acercó para calmarme.
Entonces vi un relámpago, y mientras esperaba el trueno que pronto estallaría, perdí el control.
Supongo que sufrí un desmayo.
Cuando recuperé la conciencia, la tormenta eléctrica comenzaba a ceder.
Me puse de pie con dificultad. Él estaba acurrucado en un rincón, los brazos, sobre la cabeza, a modo de protección, la lámpara, rota y manchada de sangre. |