El marido de mi madre.
Mi madre era la persona más hermosa que haya visto jamás, con sus grandes ojos verdes, su piel tostada y su cabello negro, no representaba la edad que tenía, casi parecíamos hermanas en vez de madre e hija.
Yo soy rubia de ojos verdes, como los de ella, pero mi parecido físico con ella termina ahí, era especial tal como lo decía mi padre.
Todo comenzó el día de su segundo matrimonio, mientras aún mi padre se revolvía en su tumba ella ya había conseguido nuevo marido, un hombre mucho menor que ella, alto, de rasgos apolíneos, sonrisa radiante y con menos cerebro que un mosquito.
Sabía que eso llevaría a que tarde o temprano tuviera que irme de la casa, no soportaba verlo, Gerardo era un perfecto vividor, creo que mi madre lo sabía, pero… estaba enamorada de él y eso no le importaba, ella trabajaba por los dos.
Mi madre era periodista y cuando no estaba en el canal, estaba viajando mientras que él, un camarógrafo, la seguía como un perro faldero.
Al principio al verla tan feliz no me atrevía a decirle lo incómoda que me sentía con su presencia, ya no era mi casa, no podía andar como quisiera ni en propia habitación, él se sentía con derecho a entrar cuando quisiera y sin permiso vagaba a su antojo por la casa.
Mi madre me decía que tendría que acostumbrarme pues él era ahora mi padre, ¡mi padre! Que risa me daba si casi tenía mi edad!, jamás lo sentiría como mi padre.
A los pocos meses de casados comenzaron las discusiones, mamá estaba muy cansada, llegaba muy tarde del canal, preparaba la comida y lo único que quería era acostarse a dormir, a veces sin comer.
Por ese entonces yo me ocupaba de la casa, pero la comida le gustaba hacerla ella.
Ya no se cuidaba tanto y la diferencia de edad comenzaba a notarse mucho.
Gerardo comenzó a exigir más de la cuenta y ella a darse cuenta de que se había casado con un vividor sin cultura.
Al estar de licencia de mi trabajo, estaba más tiempo en casa, con Gerardo comenzamos a vernos más seguido y aunque parezca mentira, me había acostumbrado a verlo por la casa o en el jardín junto a la piscina siempre con algún vaso lleno, era como un adorno, aunque más costoso, sus gustos eran refinados, junto a mi madre había aprendido mucho, ella era muy culta y refinada.
Cuando mi madre comenzó a sentirse mal, su médico le recomendó unas vacaciones y como hacía tiempo que no lo hacía, aprovechó para irse al interior, a Mercedes ciudad donde teníamos una granja, propiedad de mis abuelos y que al morir pasó a manos de mi madre.
Al principio parecía que el aire de campo le sentaba bien y las largas caminatas que hacíamos los tres.
Pero luego de algunas semanas comenzó a mostrar otra vez síntomas de cansancio y su médico nos dijo que tendríamos que internarla para hacerle algunos estudios, aunque ella no quiso saber nada de internarse, pensaba que era sólo cansancio y que, con unos días de reposo, se le pasaría, pero no fue así y luego de dos semanas falleció.
Aún recuerdo su mirada como de súplica, ya no podía ni hablar, no quiso creerme cuando le dije que Gerardo terminaría con su vida, estaba ciega, se olvidó hasta de mí su única hija para dedicarse a un hombre que no la quería.
El médico pidió para hacerle una autopsia pues no terminaba de entender el motivo de su muerte, ni siquiera el de su enfermedad.
Luego de la autopsia, Gerardo fue detenido, en ella descubrieron una enorme cantidad de veneno para ratas acumulado.
Hoy he ido a visitar la tumba de mi madre, aún veo sus hermosos ojos suplicándome, pero ya era tarde, era ella o yo, mi casa, mi hogar ya no era mío, ahora he recuperado todo y Gerardo se lo tiene muy merecido, no creo que se pueda defender correctamente por más que jure su inocencia, nadie le va a creer, es su palabra contra la mía, yo no tenía motivo para matar a mi madre!
Omenia.
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