Fotocapítulo 48: Kintsugi
Tengo un amigo que por discreción le llamaré Pretérito Perfecto. La dinámica es así: Bebemos en una bar; Pretérito me dice, antes la cerveza no la pateaban así con tanta agua; o carreteando en el Averno, que está bueno y genial pero ya no era lo de antes, se chacreó. La delincuencia, cada día peor.
Él vive comparando el presente con el pasado, un pasado que considera mejor y más perfecto. Yo también comparo, pero por nostalgia, consciente de cada imperfección. Él cree que todo irá cuesta abajo y en sus quejas lo domina el pesimismo. A mí me gobierna el optimismo. Todo puede repararse.
Hoy me suelta el rollo con su novia y no hay quien lo pare. Me dice que no entiende a las mujeres, le digo que existen otros millones preguntándose lo mismo. Entonces empieza.
Me cuenta que tenía una salida en pareja, grupal. Pretérito Perfecto, listo y emperifollado, media hora esperando echado en el sofá con el control remoto pasando los canales, mientras su novia iba de una puerta a la otra vestida de distintas formas. Pretérito sabe lo que viene, lo sabe desde ayer o desde la discusión de la semana pasada, lo siente tan claro como la irritación anticipada de meterse al mar con una herida abierta en la rodilla.
Ella se le planta a un metro de distancia y le mira desde arriba ¿Que cómo se veía? Esperaba la respuesta de pie con las piernas abiertas como una torre Eiffel y con las manos en la cintura, una circunferencia capaz de eclipsar las 35 pulgadas de su televisor. Le gustan “carnúas”, con harto de esto y de esto otro, solía decirme. La opción correcta sería no contestar. Lo que diga podría ser usado en su contra. La alternativa, todas las anteriores, por supuesto no valía.
Le dijo. Me gustas con cualquier cosa que te pongas. Bravo. Se sintió orgulloso. Yo incluso le palmeé la espalda y chocamos las copas para rematar un sorbo sincronizado hasta el seco.
Continuó. Luego ella le interpeló con afecto que le dijera la verdad, que no le parecía convencido y que por favor fuera sincero. Pretérito hundido en el sofá y con las piernas recién juntas, apretadas y estiradas, bajó la mirada para buscar la bendita inteligencia: primero, debajo de las uñas; luego, buscó si aparecía en los pliegues del pantalón que deshacía con disfrutable parsimonia. Resolvió decirle: Está bien. Creo que lo que te pusiste ayer te quedaba mejor y que se pusiera eso.
A la torre Eiffel le salieron llamas y “rachos lasers” de los ojos. Que cómo era posible, que acaso no sabía que la ropa de ayer giraba en la lavadora y que no tenía que ponerse y hace un año que no le regalaba nada y que él ya no era como antes.
Pretérito se excusó, que aquello era falso y le dijo: en navidad te regalé un vestido muy bonito, podrías usarlo.
Indignada, le respondió. ¿Es broma? que cómo iba a ir con un vestido de verano, de playa, y que era un estúpido si no tenía otra palabra que decir.
Intentó apagar las llamas con gasolina al pedirle calma y que el asunto no era para tanto.
Ella le dijo que ese, precisamente, era el gran problema, el PROBLEMA: odiaba profundamente que para él todo no fuera para tanto.
-Shuuu, cuatico ¿y que le dijiste?
-Calmao, tengo que mear. Pide más cervezas -Ya se iba cuando se giró para decirme-. La cuestión se vuelve re violenta.
Pretérito tenía sentido del suspenso. Me dejó pensando. Quizás todos los que hemos tenido una relación larga estándose muy bien en un principio, arriba de la nube, creyendo que nunca nos pasaría, llegamos a lo mismo, a frases como esas, a puntas de iceberg del mismísimo Titanic que ves demasiado tarde. Que lo viste venir y que, siendo inútil, lo enfrentas sin saber qué hacer para superar lo inevitable. Y no basta lo que se quiera, lo que se diga, desear en lo profundo cambiar ciertas actitudes, pero que nunca logré cambiar del todo. Joder, un Kintsugi.
- ¿y qué pasó? –le pregunté.
-le dije lo de la capa
-¿Qué capa?
- Lo mismo dijo ella -reía de su propio chiste hasta reclinarse en el respaldo de la silla-. La capa. Le dije con ternura, que podía ponerse la capa y ser una súper enojona.
- Uta que la cagaste
- Lo sé. Luego me enrostró todos mis defectos. Yo no me quedé corto y le contesté otros cuantos de ella. Después, también me disculpe, y de verdad, hasta llorar. Lloré porque me dolía que nos tratáramos así, que ahora nos produzca asco nuestras formas. Ella también había llorado, pero por debajo le descubrí una expresión en el rostro que ojala no hubiera visto, amigo, te lo juro, comenzaba a verla disfrutar el decirme toda esa mierda, saberse y creerse tener toda la razón sin ceder ni un puto centímetro o admitir algo de culpa. Y no aguanté. Ojala nunca haberla visto. No pude más y le desfiguré la cara.
- ¿Cómo? Espera ¿le pegaste?
- No, estás loco. Me habría sacado la cresta, si tiene los brazos del porte de mis muslos. Tuve que mentirle. Le dije que mi ex nunca se enojaría como ella.
- Que Hijo de puta.
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