Me gusta la ilusión... se intensifica cuando la ignoras no obstante persevera y somete; es una argucia que se presenta como accidente, se arraiga en tu juicio y como un manipulador te seduce lentamente.
Creas historias casi exactas, inspiradas en sospechas con cualquier fundamento intuido. y así te vas penetrando en un placer ficticio que solo en tu intención sobrevive, pero no lo puedes eludir, es necesario para continuar en esta vida llena de trampas para sentir.
La ilusión, esa fuerza sutil y misteriosa que nos envuelve, tiene la capacidad de intensificarse cuando la ignoramos conscientemente. Aunque parezca paradójico, al negarla, le otorgamos un poder especial, pues persiste y nos somete a su influjo. Es un ardid astuto que se presenta como un accidente fortuito, se afianza en nuestra mente y, como un hábil manipulador, nos seduce sin prisa pero sin pausa.
Creas historias que parecen casi reales, inspiradas en sospechas que apenas tienen fundamento, pero que tu intuición capta con sutileza. Te sumerges en un placer ficticio, alimentado por tus propias intenciones, sabiendo en el fondo que es una ilusión necesaria para seguir adelante en esta vida llena de trampas y desafíos.
La ilusión, de alguna manera, se convierte en un refugio, en un oasis donde encontrar sentido y emoción en medio de la incertidumbre. Es como un juego en el que nos sumergimos voluntariamente, sabiendo que no es real pero disfrutando de la ilusión que nos ofrece. Es un acto de resistencia ante la cruda realidad, una forma de buscar un destello de felicidad en un mundo lleno de contrastes.
Sin embargo, aunque la ilusión nos brinde momentáneamente esa sensación de plenitud y nos permita escapar de la rutina, no podemos eludirla por completo. Es un elemento esencial para nuestra experiencia humana, ya que a través de ella exploramos nuestros deseos y anhelos más profundos. Nos permite sentir, soñar y aspirar a algo más allá de lo tangible.
Aunque la ilusión puede ser engañosa y efímera, nos muestra una faceta valiosa de nuestra existencia. Nos enseña que somos seres que necesitan creer en algo, que buscamos constantemente significado y que no podemos vivir exclusivamente en la cruda realidad. Es en ese equilibrio entre la realidad y la ilusión donde encontramos un camino para sentirnos vivos y conectados con nuestra humanidad.
Así, en la danza constante entre la ilusión y la realidad, nos adentramos en los misterios de nuestra propia naturaleza y descubrimos la capacidad de trascender las limitaciones impuestas por el mundo exterior. La ilusión, aunque efímera y a veces engañosa, nos permite explorar nuestra imaginación y nuestra capacidad de crear realidades alternativas. En última instancia, es una herramienta que nos impulsa a seguir adelante, a encontrar un propósito y a experimentar la vida en toda su complejidad. |