Licenciado Novoa. Psicoanalista.

Me quedé unos segundos mirando el cartel. Luego recordé por qué estaba allí.

Toqué el timbre.
Se abrió la puerta y me invitó a pasar.
Me recibió con su mano extendida. Le acerqué la mía pero ni bien rocé la suya, una descarga eléctrica se produjo.

Bajé la mirada y retrocedí.
Quise abrir la puerta para irme de allí , pero al tocar el picaporte se produjo otra descarga.

Luego creo que me desmayé.


Cuando abrí los ojos, me vi recostado en un sillón.
Tenía en los pies dos pinzas unidas a cables gruesos. Uno rojo y uno negro que llegaban hasta un vehículo.

-Dale arranque ahora, dale.

El motor encendió en el acto.

- ¡Listo! Batería cargada.

Luego desconectaron los cables.

Creo que volví a perder el conocimiento.



Una gota de sudor bajaba por mi frente, pero continué con el cordón de soldadura hasta el final.
Levanté la máscara. Hacía mucho calor.
Golpeé con el martillo la costra del cordón y éste quedó descubierto. Brillante, perfecto.

-¿Listo? – preguntó la mujer.

-Sí. Esperemos que se enfríe, y luego montamos la puerta.

Apoyé la pinza del electrodo y la de conexión a tierra sobre la máquina de soldar.
A continuación quise desenchufar la máquina. Fue cuando noté que todo se conectaba a mis pies.

Perdí el conocimiento.



Abrí los ojos más tarde con un poco de resaca. La música sonaba en los parlantes.
Mi mujer le servía más vino a nuestros amigos.

-Uuuuu, se despertó Blanca Nieves – dijo Rodrigo, socarrón.

Ana sonreía.

-Soñé que era un súper hombre. Tenía dentro mío como una fuente de electricidad infinita.

Miguel casi escupe su trago. Se tentó de la risa.

Rodrigo miró a Ana y dijo:

-Es increíble tu marido.

-¿Por qué?

-No sé, tiene chispa.


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Marcelo Arrizabalaga.
Buenos Aires, 21/5/23.