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Envié unos disquet de 5 1/4 a una tienda y recuperaron varios relatos, escritos por allá por los ochenta.


Una gran pena.

1974, En un pueblo del sur. Yo en tercero medio y ella cursaba su último año de secundaria en el colegio María Inmaculada, ubicado a escasas cuadras del liceo donde yo estudiaba. En nuestra rutina diaria alrededor de la plaza la divisaba con sus compañeras sonriendo, regalando un poco de su belleza y simpatía.
Casi siempre se acercaban al grupo de mis compañeros a compartir algunos minutos y yo me preparaba para disfrutar del cariñoso beso con que ella saludaba a cada uno de nosotros. Me ubicaba entre los primeros a fin de sentir la frescura de sus labios en mi piel. La escuchaba con atención y me parecía que cada una de sus palabras iba dirigida a mí, y cuando por circunstancias del diálogo se dirigía a mí, sólo atinaba a responder con ahogados monosílabos.
Se despedía batiendo su mano y yo respondía pensando que esas señas eran solo para mí. En esas despedidas varias veces me miró con una expresión cálida distinta al resto y retirándose sola a su casa. ¿Será casualidad? Viéndola irse me armaba de valor, si se voltea dos veces la alcanzo y la acompaño. Una vez volteo dos veces y dije mejor a la tercera. Me miró. Pensaba, Me miró.
Eterna era la espera cuando llovía a cantaros o cuando a veces nuestros horarios de salida no coincidían. Pero su sonrisa era especial cuando nuevamente nuestros grupos se juntaban. Y de nuevo lo mismo. ¿Se reirá conmigo?
Con la llegada de la primavera apareció caminado, su hermana y la pareja de ésta última acercándose al parque ubicado en mi barrio. Si estos paseos se repiten supuse que aumentaba mi oportunidad de conocerla. Me saludó de lejos.
Mis amigos sabían que ella me gustaba y ellos sostenían que era correspondido. Me incitaban a que me acercase y complete el cuarteto. Sin embargo yo los rebatía prefiriendo pelotear con ellos en el parque.
Así pasó el año y cierta tarde peloteando los divisé sentándose en una banca en la esquina del parque. Los tres mirando hacia donde estaba mientras conversaban. Crecía la esperanza de que los sueños estacionados en mi cerebro se cumplirían. La espera - dije – valió la pena.
De pronto, la pareja de su hermana se acercó y desde la orilla imaginaria de la cancha me llamó, lo que me hizo abandonar mi equipo

- Luisa te está esperando. - Me dijo cuando estuve frente a él.

No podía creerlo: Luisa le pidió que me llamase.

- Luisa te espera. Anda... – Me repitió.

Reaccioné. Sí, me esperaba. Sus miradas así lo delataban. Era la culminación del momento maravilloso que yo tanto esperé y postergué. Ella dio el paso inicial.
Caminé hacia ella. Los metros que nos separaban me parecieron kilómetros. Ella seguramente pensó lo mismo porque avanzó hacia mi encuentro. Mentalmente pensaba cómo comenzaría a hablarle. Que alegría. Me sentía feliz.
Ya no me importaba estar hecho una miseria de tanto barro que tenía encima y estaba seguro que no iba a reprocharme por ello. Sonriente lucía más hermosa que nunca, mientras su pelo se desordenaba por la brisa, caía sobre su rostro y volvía a su lugar en una especie de juego cómplice para aumentar sus encantos.
Se detuvo al borde del pasto embarrado con sus manos trenzadas tras su espalda. Íbamos a estar solos frente a frente. Cuando ya estuve por fin a su lado, sentí por fin que mis sentimientos por ella era correspondido. Sus ojos claros así lo delataban. Largos segundos para contemplar su belleza infinita. Sin saber que hacer me asombró al ser ella la que me acarició, pasando sus suaves dedos por mí mejilla mientras se preparaba para decir lo que tenía que decir. Yo apenas saludé y no me importó quedar mudo en esa posición que la consideré privilegiada, a futuro existirá muchísimo tiempo para ello. Yo permanecía mareado al sentir que mis sueños se estaban cumpliendo. Tomó mis dos manos y se dispuso a hablar.
Todo lo que soñé, lo que pensé decirle, en lo que había imaginado que sería mi vida junto a ella de ahora en adelante, no pasó de ser un breve instante de felicidad. Comenzó diciéndome muy pausadamente que vino a despedirse de mí porque en pocos días viajaría a Santiago para seguir sus estudios en la universidad. Toda la familia se iba y era para no volver.
La confusión se apoderó de mí. Se estaba despidiendo por lo que nuestra conversación fue muy breve, muy especial y muy formal. Ya mi corazón no latía de alegría. Todo era desorientación, desconcierto y pena. Sus ojos, al igual que sus labios, me decían claramente que cumplía con la delicada formalidad de despedirse de un amigo. Besó mi mejilla y se retiró.
Tenía ese presentimiento. Habría preferido mil veces que todo hubiese seguido como estaba, continuar mirándola al pasar, admirando su belleza, su gracia y su constante simpatía, con la esperanza de tenerla un día, pero no perderla como estaba sucediendo.
Tras la breve despedida un eclipse sucedió, se oscureció. Apenas unos días más tarde ya la familia había partido. Muchos días pasaron en que despertaba esperanzado en verla aparecer en alguna callejuela de la ciudad, en la plaza o en el parque. Me dolió acostumbrarme a su ausencia. El paisaje ya no era el mismo, todo el entorno era triste, apagado, solitario, sin brillo alguno. Me sentía de cien años. Nada me interesaba, los partidos en el parque los consideraba como cosas de niños, infantiles. Una sombra de tristeza y dolor parecía haber caído sobre todo el lugar. No tenía nada y no quería nada.
Pasaron los días, llegó el verano y los contactos con amigos eran cada vez menos frecuentes. El pueblo no era el mismo donde yo había vivido, que mis amigos ya no lo eran, aun cuando tenía la certeza que el que había cambiado, realmente, era yo. Yo no era el mismo de antes. Nunca lo sería. Hasta mi perrito ya no me acompañaba como antes.
En febrero, gran parte de la población se desplazó. Todo se veía vacío y solitario, lucía triste. Esperaba que para la vuelta al liceo a cursar mi último año y encontrarme con mis compañeros todo cambiaría, pero no.
Conocí a la pareja de la hermana. Me contó que Luisa había tomado una decisión muy especial. Me había elegido como la persona en la cual iba a recordar el lugar donde había nacido y vivido. Diablos. El sí disfrutó de la compañía de la hermana, pasear con ella, divertirse, conversar e intercambiar anhelos y esperanzas. Sin duda su sufrimiento es peor.
Fue un año muy triste.
Como no quería que ese segundo verano sin ella me pareciera eterno, me alejé donde unos parientes lejos del pueblo, volviendo en marzo sólo para arreglar algunos asuntos y prepararme para lo que vendría en la universidad. Con mucho dolor supe que dos días antes de mi regreso ella se había marchado. Había estado por unos días en casa de unas amigas. Mis amigos del barrio comentaron que varias veces apareció preguntando por mí. Ubiqué a la pareja de la hermana y me confirmó que hasta el último día manifestó su esperanza de verme. Y que se alejó muy triste.
Al verano siguiente volví y permanecí en el pueblo, pero ella no apareció. Nunca más supe de ella.

Texto agregado el 21-05-2023, y leído por 125 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
31-05-2023 Una historia que se asemeja a otras vividas por muchos de los que te leemos y ellas no se olvidan jamas, porque tienen una mezcla de amor e inocencia...Que al pasar los años,solo se recuerda con gran ternura. Me encantó***** Un abrazo Victoria 6236013
24-05-2023 qué lindo relato. Cada uno guarda en la memoria alguna vivencia que se asemeja un poco a esta historia de amor inconcluso. Saludos, sheisan
22-05-2023 Me encantó, qué texto más dulce. Hace bien a edad de joven adulta mayor reencontrar historias tan bellas de primer amor de adolescentes. También sentí un poco el recuerdo de las lecturas de Papelucho, qué leí todos en su momento. 5* jdp
 
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