La vida construida
es una conciencia
protegida a los inesperados
estímulos de un entorno.
Un entorno que agrede
y hace saltar
las órbitas cubiertas.
Como si cerrar los ojos
pudiese ahuyentar los
fantasmas que habitan
en nuestras debilidades
o evitar que se estrellen
un par de cuerpos errantes
en el espacio infinito.
Un entorno que agrede,
con un contexto invisible,
encadenado al tiempo.
Un tiempo que impone
el sol y la noche,
que fija una edad,
que define una postura,
que establece
un silencio programado,
que rechaza un verso
y una censura adecuada,
y aplaude notablemente
agradecido.
La vida construida
es un vacío iluminado,
que cubre un futuro,
un por venir desastroso.
Vacío que encandila
lejanas alegrías.
Trazos escritos
sobre la superficie del agua
que canta ansiosa
su recorrido hacia el mar,
y que en su camino,
metro a metro,
se estrella contra las piedras
dibujadas a medio sumergir.
Una realidad de mapas trazados
que se dibuja a la vista,
que se dibuja en las arrugas
de nuestros rostros.
Una realidad que se trasluce
en un visillo colgado
en un ventanal cualquiera.
Un trazado sobre una mesa
que se cubre de polvo.
Un mapa que cala profundo,
sin descanso,
enmascarando la vida.
Un riguroso mapa
que define la normalidad,
a cuenta de millones
de insignificantes vidas
pintadas sobre la añeja tela
de la existencia.
Un incómodo traje social
hecho de trozos de funcionalidad.
Un estrafalaria maquinaria
construida para la productividad,
en serie y realmente en serio.
La vida es un accesible
y enmarcado manual
de conductas permitidas,
con millones de hojas
robadas o pérdidas.
Con ideas
que no deben ser pensadas,
con palabras
que no deben ser pronunciadas,
con emociones
que deben ser calladas.
Un abierto manual
con los límites a la expansión
del entendimiento,
decorados con bordes
de estupidez.
Todo arrojado en la naturaleza,
como desperdicio.
Basura pisoteada
en el salto de un pequeño zorzal
que se quema sus pies
sobre el agreste cemento.
En el cemento que tiñe
de gris el verde de la vida.
En el pequeño salto,
de la pequeña avecilla,
muere aplastado el razonamiento,
la falsa luz que estorba los sentidos,
en la simple búsqueda del alimento.
Se desnuda en gran medida
el mapa del tesoro perdido.
Sobre una naturaleza
que cambia, y se contrae.
Una naturaleza de ciclos
grandes y pequeños.
Una naturaleza de ciclos
alcanzados y muchos otros
mutilados.
Peldaños inservibles,
en ese intenso y estúpido
deseo del hombre
de descenso constante.
¡Válgame Dios
que tontería más grande!
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