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En este pueblo llueven chinos


Para cuando la señora de la casa salió al patio y lo encontró, el chino ya tenía más de treinta minutos colgando sobre las ramas del frondoso laurel. Estaba ahí, columpiándose con los vientos suaves que llegaron tarde en el arribo de la tormenta, tenía su uniforme de marinero recién lavado por las corrientes de huracán cargadas de agua marina. La señora muy preocupada llamó a la policía para que se lo llevaran y dejara de dar mal espectáculo con su cara de muerto arrepentido, pero antes de que los gendarmes llegaran, el lugar se atiborró de curiosos e incrédulos que querían ver al chino volador que aterrizaba en las copas de los árboles. Cuando la policía llegó, el pueblo entero estaba a la sombra del laurel, algunos solo observaban, mientras que otros intentaban explicar las posibles razones del suceso. Los más progresistas creyeron que aquel hombre había llegado hasta ese pueblo impulsado por un enorme fuego artificial, como parte de un intento por determinar la conquista de los cielos, otros tenían la férrea certeza de que lo ocurrido solo podía deberse a los artificios de lucifer.
Lo cierto es que nada había escandalizado tanto al pueblo desde que los visitó aquella caravana de brujos y nigromantes, que iba de pueblo en pueblo cazando a los sacerdotes para quemarlos vivos.
Los policías lograron abrirse paso a través de la multitud, pero cuando intentaron bajar al chino la gente no se los permitió. Ellos querían seguir mirándolo, por lo menos hasta que comprobaran que en efecto se trataba del cuerpo de un ser humano y no de algún artilugio maléfico, pero sobre todo, hasta que alguien les diera una razón convincente del fenómeno. El párroco, que era un hombre versado en letras, comentó que tal vez no era tan descabellada la idea de que el chino hubiera llegado arrastrado por un tifón, y solo se le pudo bajar hasta que todos estuvieron convencidos con la explicación. En el pueblo no se habló de otra cosa en meses, e inclusive llegaron periodistas de todas partes a cubrir la historia. Durante los cinco primeros días la capitanía del puerto mandó mensajes a todas las embarcaciones en la región, para ver si no a alguna de ellas se le había perdido un chino, pero nadie reclamó al muerto que seguramente había sido arrancado de alguna embarcación mas allá de las aguas internacionales.
El hombre más pudiente del pueblo Don Jerónimo Iriarte, quiso comprar el cuerpo con el fin de meterlo en una botella gigante de formol, y así conservarlo como amuleto de la buena suerte. Cuando el párroco se enteró hizo todo lo posible para impedirlo. Esa tarde lo visitó en su casa, se la pasó hablando de los derechos que tiene la gente por decreto divino, a lo que Don Jerónimo contestó alisándose los bigotes con su acento anorteñado . Finalmente después de una larga discusión, y habiendo hecho uso de sus dotes de buen diplomático, logró no solo que desistiera de su idea, sino que hasta consiguió que aceptara pagar un funeral excelso para el desamparado.
El pueblo entero siguió la procesión funeraria una semana después de que el chino cayera del cielo de la manera menos elegante. Como a Don Jerónimo no se le había permitido conservar el cuerpo en formol, pensó seriamente en erigir un monumento, uno tan sobresaliente que fuera capaz de recordarle a las generaciones futuras la gran hazaña del chino que cruzó el océano pacifico en el vientre de un huracán, donde, según decían los mas viejos, se alimentó de los peces que lo circundaban mientras duraba su viaje, solo para irse a morir del impacto contra las ramas del laurel.
Así se hizo, y luego de ocho meses de trabajo, el monumento que parecía más bien un mausoleo en ese pueblo polvoriento, se terminó. Estaba todo hecho en mármol y granito, coronado con una estatua a cuerpo entero del chino, en cuya mano derecha ostentaba un pez a medio comer. La gente renovaba las ofrendas florales cada mes y la leyenda que se originó alrededor de él, lo elevó de ser un simple naufrago aéreo a un héroe nacional. En la escuela primaria se le empezó a rendir honores todos los lunes después de izar la bandera. Al año siguiente a mediados de mayo y para conmemorar el épico suceso, le fue organizado un festival musical en el que participó no solo el pueblo entero, puesto que también llegaron presidentes municipales de de todo el Istmo de Tehuantepec a presentar sus pundonores al héroe mítico.
Durante el año siguiente se continuó ensanchando la leyenda a base de suposiciones que la gente del pueblo compartía día a día. Por esa época llegaron las compañías norteamericanas a reconstruir el puerto y a tender las vías del ferrocarril por mandato del general Porfirio Díaz, lo que inyectó soplos de vida a la pobre economía de pescadores del lugar. La gente terminó atribuyéndole al chino todas las bendiciones recibidas, se llegó inclusive a decir que él mismo había originado el huracán, para que este lo sacara victorioso de una cruenta batalla naval, en la que estaba destinado a morir a cañonazo limpio y luego ser devorado por los peces en las profundidades del océano. Y es que hasta el párroco terminó creyendo que el chino había elegido ese pueblo como perpetuador de su causa inmortal.
Cuando se acercaba el mes de mayo y con ello el segundo aniversario del advenimiento del héroe, que para ese entonces ya tenía tintes mesiánicos, el presidente municipal realizó un sin fin de gestiones para que el gobernador viniera desde la capital a debelar una placa con la inscripción de la leyenda mil veces alterada. La ceremonia se llevó a cabo en medio de la algarabía del pueblo reunido en la plaza, los cuetes que estallaban por los aires y el estruendo de la banda de música del estado que había venido desde la capital junto con el gobernador para amenizar el acto. La celebración fue esplendida y a todos les dejó un buen sabor de boca, dos días después de la visita del gobernador y la revelación de la placa, sucedió lo que nadie esperaba que sucediera.
Los habitantes del pueblo apenas empezaban a despabilarse de la cerveza y la comida que habían ingerido hasta el hartazgo, cuando de repente el cielo se constriñó, tornó sus tonalidades diáfanas y azules por otras oscuras y lúgubres, las nubes se agolparon sobre el pueblo cargadas de truenos y aguas de mares lejanos. Se dejó caer una lluvia torrencial como muy pocas se habían visto en la historia de la humanidad, los mas ancianos reconocieron de inmediato el olor a licor de tierra mojada que se sentía mucho antes de que la lluvia tocara el suelo. La tormenta duró 15 días, y nadie se atrevió a salir de sus casas con semejantes ríos corriendo por lo que antes habían sido las calles principales. Cuando por fin el sol se dignó a salir, mas de la mitad de la gente había perdido sus casas, las avalanchas de agua habían destrozado todo lo que hallaron a su paso, cientos de cerdos y otros animales tuvieron que ser desenterrados de los bancos de arena que los arroyos temporales habían arrastrado.
En medio de todo aquel caos la gente lo encontró, estaba despanzurrado en medio de la plaza principal. Otro chino había caído de los cielos, pero este al parecer no había tenido la misma suerte que el anterior, no solo por que el otro había amortiguado su caída en las ramas de un frondoso laurel, sino también por que este había traído consigo la desgracia. Lo tuvieron que levantar con pala puesto que de otra manera no se podía, pensaban tirarlo a la basura cuando el párroco intercedió por su cuerpo desgajado. Se dirigió inmediatamente a la casa de Don Jerónimo en busca de apoyo económico, conversó con él varias horas intentando convencerlo pero no consiguió ni un solo centavo, . Después de la negativa, se vio obligado a realizar una colecta en todo el pueblo, y apenas pudo obtener dinero suficiente para los gastos funerarios básicos. Únicamente el párroco y los enterradores asistieron al sepelio del recién llegado, que en nada se comparaba con los opulentos funerales de su antecesor. El evento generó un gran desconcierto entre la gente, que poco a poco comenzó a cuestionar la veracidad de la leyenda del chino domador de huracanes.
Gracias a la creciente economía portuaria, y a una pujante relación mercantil a todo lo largo y ancho del Istmo de Tehuantepec, no les fue difícil reconstruir el pueblo. Las calles principales fueron renombradas y reconstruidas con asfalto, las personas reedificaron sus casas y con el correr de los meses se fueron olvidando de la gran hazaña del chino volador. Puesto que aun tenían fresco el recuerdo de la desgracia que su conciudadano les había procurado, la gente dejó de llevar flores al monumento del héroe, que por el descuido se empezó a desmoronar. Luego de cinco años fue removido y en su lugar se construyó un kiosco que en aquel momento resultaba de mayor utilidad.
Después de unos cuantos años la leyenda del chino se quedó en el olvido. Ya nadie se preocupada por mencionarla o en su defecto adherirle nuevas facetas extraordinarias. Fue revivida por quienes aún la recordaban cuando varios años mas tarde otro chino cayó del cielo, pero esta ves no fue en medio de una tormenta, lluvia o algo parecido, este tuvo el descaro de caer desde el cielo raso y con un sol majestuoso que hacía los delirios de los que tenían que trabar bajo él. Cayó durante el desfile del 16 de septiembre sobre el balcón del palacio municipal, para ser exactos sobre la cabeza de Gustavo Rojas, secretario del presidente, quien murió embarrado de sus propios vómitos con la mitad de los sesos de fuera tres horas mas tarde. Ni siquiera el párroco sintió remordimiento cuando al instante se le improvisó un juicio sumario, bajo el cargo de homicidio doloso, ese mismo día el chino fue condenado y arrojado envuelto en cadenas al mar de su desgracia, de donde con seguridad, ni los huracanes lo traerían de vuelta.

Texto agregado el 10-10-2004, y leído por 187 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
23-03-2006 muy gracioso! AngelFieramenteHumano
09-02-2006 Bien contado. aukisa
 
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