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Prólogo


Créanme cuando les digo, que este texto que les comparto me ha hecho gozar de una paz y alegría inmensa. Digo esto, por causa de los tres grandes regalos que he recibido de este. El primero, es que tuve que pasar por una infinidad de reflexiones, durante varios años, derribar mitos, deshacer dogmas, recuestionar todo lo aprendido, escribir un libro, conocer a Piaget, leer las moradas de santa Teresa y aún con todo esto, nada fue suficiente, sólo conseguí una dudosa preparación, para que cuando se cruzará una pequeña inquietud —el uso de los verbos en el lenguaje— por mi estrecho sentir y pensar, un nuevo pensamiento se abriera como una flor, para quedar plasmado como un dictado de revelación inconsciente, que no sé de dónde vino, sólo sé que yo nunca lo imaginé ni lo sentí. Supongo que estos eventos son una traza intangible de la presencia de Dios en nuestras vidas. El segundo regalo, saber que a pesar de que siempre me he sentido un animal extinto en una realidad extemporánea —por todos los cuestionamientos poco habituales que llaman mi interés y dedicación—, me doy cuenta de que nunca he estado realmente solo, si considero la compañía que se siente a la distancia, de todas las vidas anónimas que han albergado la misma inquietud por disipar la incertidumbre de si existe una vida después de la vida, y que en sus esfuerzos incansables, han esculpido el lenguaje, dejando una huella visible de su estrecha cercanía. Y finalmente, el tercer gran regalo, que es la convicción de sentirme en el camino correcto de una buena muerte, pues creo que la mano de Dios, talló la esencia del hombre para que pudiésemos alcanzar la tan ansiada espiritualidad, cuando nuestro corazón estuviese mejor dispuesto para ello.



Las Dimensiones Interiores Humanas
Justine Sebastian Erwachen




La vida cotidiana transcurre en un marco limitado de cuatro dimensiones humanas, que se digieren entremezcladas a cada instante a lo largo de toda nuestra vida: la física o sensorial, la afectiva, la intelectual y la espiritual.

Nunca he tenido la intención de categorizar arbitrariamente las dimensiones interiores del hombre, solo estoy haciendo eco de miles de voces, que han ido construyendo esta realidad, de una manera entrelazada a través de las generaciones y en todas las formas del lenguaje y de las expresiones del pensamiento humano. Es así, como podemos descubrir decenas de verbos que dan cuenta, o dejan entrever, de manera intuitiva, estas cuatro dimensiones interiores de la naturaleza humana.

El verbo principal de la dimensión sensorial es el verbo ver. Existen adicionalmente muchos otros como: escuchar, oler, tener, etc. que permiten describir, aún con más detalle, nuestra interacción con el entorno físico. El verbo fundamental de la dimensión intelectual es el verbo saber, el cual también dispone de varias alternativas que permiten describir los procesos que se llevan a efecto en esta dimensión, tales como: pensar, aprender, resolver, etc. El verbo principal de la dimensión afectiva es el verbo sentir, que se acompaña de precisiones físicas tales como: frío, calor, hambre, sueño; como también de precisiones afectivas, tales como: miedo, paz, amor, alegría, etc. Finalmente el verbo principal de la dimensión espiritual, es el verbo creer y otros auxiliares que permiten precisar, que cuando se expresa algo desde la dimensión espiritual debe ser interpretado solo desde esa dimensión, como el verbo suponer, parecer, entre otros, que sugieren una indefinición de lo señalado o sostenido como creencia, visto naturalmente desde las otras dimensiones de la naturaleza humana.


Desde que nacemos, el mundo nos empuja a transitar desde una dimensión puramente sensorial, característica de la niñez, directamente hacia una dimensión puramente intelectual, descuidando parcialmente en su trayecto nuestra dimensión afectiva. Esto supone una inconsistencia en el desarrollo natural de nuestra naturaleza, que tarde o temprano, pasa la cuenta, rompiendo el equilibrio de la vida con crisis existenciales y problemas arrastrados que deben ser tratados para volver a encontrar el punto de equilibrio sano del vivir. Pero definitivamente, el peor error de la humanidad, en este mismo sentido, es haber puesto la dimensión intelectual en franca oposición a la dimensión espiritual, desconociendo la importancia complementaria, junto a la dimensión afectiva, que cumplen como facilitadoras para comenzar un desarrollo espiritual adecuado. Supongo que es esta la razón, de que cuando intentamos dar los primeros pasos hacia el desarrollo espiritual, el entramado social, predominantemente intelectual, —familia, amigos y conocidos— se vuelve en contra de nosotros, persiguiéndonos, relegándonos, expulsándonos, mirándonos desde lejos como casos raros o como los casos de los individuos extraviados de las esperadas conductas individuales en una sociedad moderna.

El hombre fue creado para llegar a desarrollar su dimensión espiritual antes de alcanzar la muerte. Esto ocurre cuando la dimensión física comienza a deteriorarse. La seguridad en lo que vemos, escuchamos o percibimos se derriba y en su caída se lleva la seguridad que nos brinda la dimensión intelectual. Nos va dejando con la certidumbre latente, de que todo lo que conocemos y sabemos de nada sirve para continuar viviendo en un equilibrio armónico con la realidad. Nuestra dimensión afectiva, durante la vejez, es distorsionada hasta el límite, haciéndonos oscilar entre un oleaje de desatadas emociones que nos mecen desde la rabia más ciega a una alegría desbordada coronada con llantos inexplicables. La existencia en su armónico equilibrio comienza a romperse demandando con ello un nuevo equilibrio: la dimensión espiritual.



Existen otros individuos, que creen adelantar su tránsito a una vida puramente espiritual, adoptando una falsa postura maquillada, una postura sujeta a un estricto control de lo establecido y lo conseguido, una postura desde la comodidad de la riqueza material, desde la seguridad de la superioridad intelectual, desde un sobresaliente carisma heredado en la dimensión afectiva, es decir, entremezclando todo lo que perciben, saben o sienten para sostener, eregir y justificar sus creencias. En otras palabras, entremezclando las dimensiones restantes, construyen una fachada de espiritualidad temporal, que se derrumba a la primera pérdida de lo conseguido o al primer cambio de lo establecido.

Si bien, no se puede transitar hacia la espiritualidad sin haberse puesto de pie y comenzar a caminar desde las otras dimensiones, estas solo resultan ser equivalentes a los actos reflejos, cuando se ha comenzado a transitar en la dimensión espiritual. Se pueden imaginar lo difícil que puede resultar desear vivir una vida predominantemente espiritual, para quiénes solo han conocido la experiencia de transitar entre las dimensiones sensorial, afectiva e intelectual. Seguramente es comparable a una segunda adolescencia, donde el paradigma de pensamiento es transformado bruscamente de una dimensión sensorial y afectiva básica a una dimensión forzosamente intelectual necesaria para la productividad social. El desarrollo espiritual es el último eslabón que nos separa de la buena muerte, aquella muerte que es la promesa de un comienzo de la verdadera vida. Y esto no solo está en el imaginario del hombre, si no que también, sellado a sangre y fuego, en el propio desarrollo natural de su creada esencia.

Texto agregado el 02-05-2023, y leído por 114 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
04-05-2023 Muy bueno. Marcelo_Arrizabalaga
03-05-2023 Hay sendas que son orillas casi impermisibles, los deseos son una pequeña fracción de engañosas cifras y multitud, Su transito es parte de los que así buscan, pero el real camino es la observación, de que el agua es la genuina herramienta del saber, así como corre, la tierra vive con nosotros. Aquí mis cinco Pentagramas_5_ Juan_Poeta
 
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