Llueve. Hace horas que llueve. Los truenos sacuden el cielo de tanto en tanto como si quisieran cambiar algo.
Ella intenta leer, pero no puede. La angustia está instalada en su pecho borrando toda posibilidad de concentración.

Él está enojado. Es un enojo que lo paraliza y hasta le quita el habla.
Ambos están recostados en la cama de la habitación. Lo han intentado todo. Al menos por esta noche. Una noche que no quisieran tener.

No se entiende cómo se fueron enredando en discusiones hasta terminar así.
Algo les dice que mejor es no hacer nada más por hoy.
Tal vez la lluvia lave ese dolor intenso, y el sueño lleve lejos esa sensación horrible de estar tan lejos estando tan cerca.

El silencio es buen intermediario. No agrega ni quita nada a todo lo que ya se ha dicho.

Otro trueno sacude la noche aunque no remueve las escorias del alma.
Las gotas se suceden marcando ritmos sobre el tejado.

Él se duerme mientras ella apaga la luz. Está rendida también.

A veces algunos momentos terminan así. Así de mal. Así de desagradables.
Pero en algo se parecen a esta lluvia.

No son eternos.


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Marcelo Arrizabalaga.
Buenos Aires, 1/5/2023