No le gustaba el café ni muy dulce ni muy amargo; igual sucedía con la sopa, para poderla tomar no debía estar muy salada ni muy insípida. En ningún restaurante querían atender a Edmundo Rojas Riquelmre. A pesar de ser un hombre viejo se creía un quinceañero, se vestía como un escuelero. Su oficio era pulir palabras, en lugar de hacerlo bien las dañaba, las volvía pedazos y luego no las podía armar. Salía muy temprano de su casa hacía una editorial de medio pelo que realizaba trabajos de poca importancia. En esa empresa todos aguantan hambre pues lo que producía no permitía pagar ni siquiera la nómina.
Solía llegar a las 17 horas a su casa; llegaba muy cansado y sudoroso, pues tenía que regresar a pie para que la plata alcanzará para comprar pan. Un día no llegó, su mamá, dijo en voz alta:
-Y ahora qué le habrá pasado a este inútil.
Ursula no se desesperó y siguió preparando unos chorizos santarosanos, los mejores de Colombia. Estaba concentrada en sus quehaceres y no se percató que ya eran las diez de la noche. Enseguida fue hasta el cuarto de Edmundo, primero pensó que ya había llegado; luego tocó tres veces suave en la puerta con su mano. Nadie salió a abrir la puerta. Úrsula se fue a dormir ya que estaba muy cansada, antes de dormir pensó que pudo haberse quedado en la casa de algún amigo, no había motivo para preocuparse.
Esa noche durmió como nunca había dormido, se levantó con una paz interior que jamás había sentido. Después de bañarse y tomar café, trapeó toda la casa. Tan pronto terminó fue hacia su alcoba, sacó del bolsillo las llaves y abrió el armario. Cuál no sería su sorpresa que ahí estaba escondido Edmundo, apenas lo vio le dijo:
-Qué te pasa pedazo de idiota, - qué haces ahí escondido.
Edmundo, le respondió:
-Mamá, me da miedo salir del armario.
Ursula, enseguida le respondió:
-Sal pronto de ahí o te saco a punta de escobazos.
Edmundo salió del armario y se sentó en la cama. Sólo entonces la madre se dio cuenta que ya no era edmundo. Lo miró con mucha tristeza primero, luego con amor de madre, le dijo:
-Espérame un minuto, no tardo.
Pasado el minuto regresó con un vestido de mujer y tacones. Edmundo, le preguntó:
-Quién te regaló ese vestido tan bonito y esos zapatos de mujer tan lindos.
Ella le respondió:
-Nadie, yo mismo los compré para ti,- desde que eras chiquito te gustaba jugar con muñecas.
Sí no hubiera sido por la ayuda de Ursula, Edmundo aún estaría metido en el armario.
AUTOR: PEDRO MORENO MORA
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