La ventana de los murmullos (editado)
El peligro acecha afuera y debemos resguardarnos en la seguridad de nuestras casas. En ciudades, zona urbana o rural, en familia, en pareja o soledad. Todos miramos hacia afuera desde nuestras ventanas, puertas o veredas y nos asombro ese silencio. Presenciamos un hecho histórico y novedoso para nosotros. También vimos animales merodear por cerca de nuestras casas, animales que se animaron a explorar y hacer de las suyas aprovechando nuestra ausencia. Tal vez y solo tal vez, digo, hay otras cosas que merodean, y siempre, ahí afuera.
¿Y si hay algo mas insidioso que un virus? Por lo menos a el lo entendemos, pero...¿ y a lo otro?
Casi un mes de encierro. Pronto deberá hacerse una escapada al pueblo por algo de provisiones.
Es de noche y mira por una ventana, ni un sonido, nada, ni un murmullo... ¿O si? Algo se oye en la lejanía, empezó como un murmullo. Parece una lejana multitud. Por momentos desaparece, por momentos vuelve a escucharse. Viene del bosque que limita con su propiedad. El silencio le permite discernir algo, tal vez voces individuales entre una multitud, alaridos, risas guturales. Pero es tan tenue que duda de lo que cree oír. Un ruido realmente cercano lo sobresalta, el crujir de una rama entre los arboles. Y ahora el sonido murmullo de la multitud, ese sonido bajo, tenue, apenas audible, se ha apagado.
Vuelve a lo suyo: chatear con un pariente en la otra punta del país y un par de conocidos. Navegar bastante, enterarse de este mundo dislocado.
Hasta que llega el sueño. En su sueño esta parado junto a la ventana mirando hacia el bosque, una turba se acerca, la oye, la siente como una multitud de zombis a lo lejos, acercándose. Lo que lo aterra es oírlos gritar, reír guturalmente, hablar entre ellos…
Un nuevo día. El recuerdo del sueño es difuso y por supuesto no paso por alto el murmullo que oyó o creyó oír durante la noche, seguramente eso causó su pesadilla.
Con un café en la mano va hasta la ventana de los murmullos, intenta oír algo y nada.
El día transcurre tranquilo, se repite. Un rutinario día de pandemia mundial.
Hasta que llega la noche. Hoy no cenará, tal vez coma una fruta.
Se acordó de la ventana y tuvo curiosidad. Fue a oír. Mala idea. Lo que empezó como antes, un leve murmullo, se transformo en un potente aluvión de sonidos que venia del bosque. Un griterío acercándose, un tropel de gente, de locos que reían horriblemente ante un próximo festín. Con los ojos muy abiertos los imaginaba jadeantes y babeando. Pero lo que hizo que su aterrado cerebro dijera ‘es todo lo que necesito’ fue oír su nombre pronunciado ansiosamente un par de veces por algunas de esas cosas dementes. Ya no pensaba. A los tropiezos y golpes llegó hasta la puerta y salió corriendo en dirección contraria de esos infernales sonidos que ya parecían asaltar su casa. Hacia el pueblo, cuyas tenues luces se divisaban a un par de kilómetros. Y corrió y corrió, es decir... hasta donde pudo.
Al día siguiente alguien divisó el cuerpo y dio el aviso a las autoridades que, con las debidas precauciones, lo retiraron.
Fue noticia. La tragedia se comentó en el pueblo, por supuesto. Según dicen se sintió mal y salió desorientado a pedir ayuda. Fue un infarto. Nada anormal en la casa, solo la puerta abierta por donde salió. Caso cerrado.
Pero la gente vieja y experimentada de la zona, gente que conoce historias y ha visto cosas, piensa irónicamente ‘si, claro’. Ellos anotan mentalmente seguir aconsejando a sus hijos, pandemia o no pandemia: mejor no adentrarse en ese bosque. |