Te veo
Mediodía de julio en Madrid. Julio y Madrid en la misma frase siempre son sinónimos de calor sofocante, de sudoración al ralentí, de búsqueda de sombras en nuestro camino donde atenuar los rayos del sol que a esas horas están ensayando su siguiente acto in crescendo, de identificación de terrazas que nos permitan repostar líquidos y de césped enmoquetado que retengan la humedad del agua que le hayan echado esa mañana antes de abrir, de calcular lo que falta para llegar al semáforo para no tener que detenernos al borde del pavimento donde el sol se ceba con los cuerpos que allí se detienen, de ver gente mirando con un ojo los escaparates a la sombra y con el otro el muñeco del semáforo que le de permiso para avanzar.
Del otro lado del cruce hay un supermercado Supersol, donde no falta el necesitado que pide ayuda, personaje casi obligado en toda puerta de supermercado de Madrid y de toda España, echando más horas que un reloj en pos de una ayuda que nunca es suficiente. En este caso se trata de un subsahariano, la forma más delicada que tenemos todos para no decir negrito cuando no sabemos de dónde es. Representaba veinte y tantos años, un chaval fuerte y en plena forma. En su papel de necesitado intenta conectar con los clientes que entran y salen mediante la técnica de entablar contacto visual y de acompañar el movimiento del cliente mientras repite frases en un español rupestre pero correcto tras cientos de veces de haberlas repetido. Con las señoras mayores usa la frase ¿Le ayudo con el carro? ¿Le echo una mano? con escasa o nula efectividad, las mas de las veces resulta invisible para su anhelado interlocutor, otras tantas reciben un gesto combinado con una mirada de estupor carente de respuesta como si se hubiera materializado de la nada, en otros un gesto de negación rotundo y en el mejor de los casos, la versión más amable de todas - no, no, yo puedo, gracias que es el culmen de la educación y que pocos alcanzan.
De lejos la estampa del subsahariano era la propia de una persona bamboleante, a izquierda y a derecha, que sostenía algo parecido a las ofertas del super como si su presencia se justificara como punto de información volante.
La historia continua con un abuelo que empujaba el carro de su nieto de 20 meses por la acera de enfrente. Esa mañana habían salido temprano a dar un paseo para evitar el fuego que se desencadenaría a partir de la una. El niño, de por si inquieto, saltaba y se movía en el carrito a diestra y siniestra, señalando motos, coches ruidosos, ambulancias camino del Hospital San Carlos, todo eran moto brum, brum, mia abu, mia para los coches, y naaa, na, naaa, na para las ambulancias. El cruce estaba a 20 metros con el muñeco del semáforo en verde parpadeante, no llegarían se dijo el abuelo y buscó la acampada temporal debajo de un plátano de paseo que atenuara la espera y no le derritiese al niño. Por suerte pasó una moto y el niño, moto brum, brum y se ahorró el abu,amo, amo característico de cada detención. Con el rabillo del ojo calculó que ya faltaba poco para que se pusiera nuevamente el muñeco en verde y para allí que fueron abuelo y nieto, regulando la velocidad para no tener que detenerse bajo el sol ni un segundo. Por suerte o casualidad el muñeco verde jugó de su parte e iniciaron el cruce del paso de cebra sin dilación.
Del otro lado del cruce estaba el supermercado con nuestro amigo subsahariano en su papel. Cuando el carro aún no había llegado al otro lado, el niño conectó visualmente con el subsahariano y empezó a gritarle: - Hola, Hola -. El chaval sorprendido le respondió con un Hola y una enorme sonrisa que no le cabía en la cara, la espontaneidad de la misma y su expresión corporal eran signos de clara alegría y de no poder parar de sonreír.
El niño siguió con su hola y el chaval con su otro hola, alcanzada la acera el carro giro hacia la izquierda y el niño le dijo Adio, Adio y el chaval otro Adios, Adios, sonriendo sin poder parar tras el regalo que le había hecho un niño de 20 meses: Había vuelto a ser visible por un instante.
Dedicado a mi nieto
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