El pesado pan blanco atiborrado de carne de cerdo. Un vil parásito culinario que se ha apoderado de los tableros y paladares, propagándose como una horrible enfermedad.

Cada mordisco es un suplicio, cada bocado una tortura. El jamón, tan calorífico como soso, impide saborear la textura y el aroma del pan, tan sólo dejándose notar por su espeso y pegajoso regusto.

¡Escapad de tan funesto manjar, comensales desafortunados! No os dejéis engañar por su apariencia engañosa. Detrás de esa masa indigesta y esa grasa rosada se esconde la muerte del buen gusto.

El sánguche de jamón es el grito agonizante de la cocina. Su sabor ahumado irremediablemente arruinado por el dulzón embutido. Huye de él si aprecias la delicadeza en los platos y la fineza en los paladares.

Que el sánguche de jamón quede confinado a los lugares que le correspondan: las gasolineras, las escuelas y los campamentos. Quiero verlo erradicado de mi humilde escritorio.