Allí estabas. Descendiendo al quinto infierno. Con sus paredes filosas descascarando tu cuerpo, con el miedo como motor y el amor como todo manto.
La oscura crisálida del silencio, nido de tu acribillada inocencia, atenaza tus vísceras, y es imperioso salir.
Caminás. A veces por ligeros atajos de pena disimulada. A veces pidiendo la muerte como dudosa anestesia.
Una certeza infinita acude en socorro, y cruzás casi sin entender.
Al volver tus pasos dejan rastros de barro y azufre.