Volveré a ir.
Ojalá no haga falta.
Pero si hiciera, volveré a ir.
Llegaré con las astillas de mi alma, clavadas en las manos, desbordado, asfixiado.
Y Soledad allí estará. Eterna. Parapetada detrás de la muralla de sus brazos cruzados. Clavada como una estaca de años, se siglos, de siempre.
Entonces ella, será otra vez, todo lo firme que me haga falta.
Tendrá ese gesto cincelado en su frente.
Se tomará los brazos, los antebrazos, los codos, con sus propias manos, sabiendo que necesitaré algo firme que pueda contener una marea descamada, viruteada, hecha charcos.
Todo será sostén.
Entonces, el silencio de Soledad perforará mis tímpanos y me obligará a evaporar toda esa agua, casi seca y fragmentada.
Y volveré a hacer pie.
Volveré a estar entero sobre la tierra, y mirando el cielo. |