Como si estuviera solo en un desierto de médanos silentes, trata de armar el rompecabezas de una vida sin memoria.
Muy prolijamente, cada nuevo día, se ocupa de vaciarse de recuerdos y vive como si aquello no hubiera ocurrido.
Apila esos pensamientos en un oscuro rincón y sigue adelante.
Necesita hacerlo.
A veces, esos recuerdos se desmoronan, caen haciendo ruido.
Entonces, pacientemente, los vuelve a apilar.
Los tapa. Con objetos, con sustancias, con gente nueva.
Y los apuntala con mentiras, con secretos, con silencios.
Pero ellos, tercos como cabra, regresan de noche. Se hacen pesadillas.
O de día, en conversaciones inoportunas, alguien toma alguno de sus recuerdos de la pila y se lo trae.
El solamente escucha o responde con frases cortas y remendadas.
El todavía no sabe que la madurez se construye y se afianza conviviendo con esos recuerdos.
Todavía no sabe que si toma esos fantasmas por el cuello, los mira y los acepta, misteriosamente,
tornan en aliados. |