Cuando era un muchacho, leí un libro de un autor español que tiene apodo. Y en uno de sus apuntes cuenta que cierta vez, se le ocurrió describir una cabaña sin haber estado nunca. Y que luego, un gran tiempo después, lo hizo estando dentro de una. Pero que cuando en una de sus historias, sé impuso describirla, el ‘escritor’ le formula a sus lectores la siguiente pregunta: ¿Cuál de las dos descripciones usé?
Y aquello me conduce al temperamento de mi sobrino. Qué cuando él no era, ni siquiera un plan, su padre y Yo arribamos a nuestra patria en un mismo avión desde NYC. Y que a su madre(mi hermana), al saludarme, no la identifiqué de inmediato. Cosa que ahora no puedo describir. Pero sí que regresé a EUA en veinte días y que él nació nueve meses después. Luego, catorce años más tarde, me encontré con un adolescente, absolutamente respetuoso con mi madre(su abuela).
Pero que con eso, y además de su fino sentido del humor, logra perturbarme con la profundidad de su mirada. Qué es, como si en su interior percutiera un extraño ritmo. Ritmo que por ser sincopado, requiere de ser bailado a contra tiempo. Lo cual no es malo. Aunque podría despistar al escritor. Porque como en el descriptor de la cabaña, la magia está en pintar lo que no se ha visto. Sin embargo, mi sobrino habla solo con hechos. Qué son tan grandes y espaciosos, como el mundo que subyace en su mirada.
Lo que me hace concluir, como el escritor que remitió a sus lectores a interpretar lo que hizo.
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