Anoche no dormi, el barrio estaba convulsionado y se escuchaba el sonido de una sirena.
En este momento hay silencio. Los gendarmes siguen ahí, el patrullero continúa en la esquina. Vi las noticias en la televisión, me causó malestar ver cómo inventaban cosas.
Ahora cortaron la luz, el calor es insoportable, tengo las manos húmedas, el pelo revuelto y me duele la cabeza. Ayer bebí demasiado. No poder salir me provoca angustia, pero las cosas son así. Trato de ver qué pasa en la casa de los vecinos, están encerrados, seguramente sienten miedo. Yo también tengo miedo.
Han pasado varias horas y todo sigue igual. El silencio me espanta, ni siquiera cantan los pájaros.
Hay policías parados bajo la sombra de los árboles. Con esos uniformes se deben estar asfixiando. Pienso en ofrecerles algo de beber mientras abro la heladera y me sirvo un vaso de agua. Necesito dejar de pensar para no hacer elucubraciones innecesarias. Una serie de posibilidades desfilan por mi mente que me susurra horrores cada vez más espeluznantes.
No hay nadie deambulando por la calle. Es domingo, tal vez ese es el motivo, pienso.
Escucho una voz.. Quizás es ese policía que usa un megáfono. Ignoro lo que está diciendo, su voz suena distorsionada.
Me gustaría poder llamar a alguien. A mi hermana, por ejemplo, pero se acabó la batería de mi celular. Tal vez se esté enterando de lo que pasa al mirar las noticias. Es terrible que todos escuchen las barbaridades que dicen. Pero claro, ellos están haciendo su trabajo. Un trabajo que a mí me desespera aún más.
No puedo culpar a nadie. El hartazgo es mío y ya no me importa la opinión de la gente.
Me dan pena esos gendarmes ahí con este calor, me da pena el que habla por el megáfono y me doy pena yo porque no concibo la idea de vivir sin mi esposa y mis hijos. Hace unos minutos los dejé salir.
Tengo todo listo. Sé que finalmente la policía va a irrumpir por la fuerza.