A las 6 todavía estaba oscuro y frío. En la entrada del edificio Victoria se sentó en las escaleras, liberó el perro de la correa y lo siguió con la vista alejarse una, dos, tres veredas hasta un árbol de tronco muy grueso. Recién entonces se puso de pie, hizo un aro con la correa, que guardó en un bolsillo de la campera impermeable, y se acomodó el echarpe. Miró hacia ambos lados de la calle, no había nadie. Encendió un cigarrillo. Llevaba un gorro de lana azul, del mismo azul que el echarpe, pantalones y borceguíes negros. Sacó el teléfono, tenía sin leer diecinueve mensajes de un solo chat. «Viki porque no me contestaste hoy tampoco??? 23:41» «Kiero verte viki esto no puede quedar así 23:57» «Sabes q te kiero y te extrano 23:57» «Podemos vernos para hablar y arreglamos todo?,,? 23:57» «Videollamada perdida 23:59».
Levantó la vista y vio el perro cerca de la esquina. «Contéstame viki tengo algo que te gusta para q veas 00:01» «Foto 00:03» «Mira toda para vos viki 00:04». Abrió la foto y la amplió lo más que pudo, no con la intención de apreciar lo fotografiado, la piel, el vello, las venas, los dedos, sino el escaso trasfondo de la imagen, el borde de un mueble apenas visible, la tela, el color de la pared, la ubicación probable de la fuente de luz como si buscara pistas para saber algo más, dónde fue tomada, qué otra cosa invisible u oculta habría allí. Pitó el cigarrillo, negó apenas con la cabeza y sopló fuerte el humo. «Santi mi hijo me pregunto por vos 00:28» «Se pone triste por tu culpa viki , no se lo merece ,le dije q vas a llamar 00:28» «Si q le digo sos una hdmp q no te importa nada?? 00:29». La distrajo un auto que iba lento; se mantuvo con él hasta que pasó la esquina. ¡Kit!, llamó; el perro giró la cabeza con las orejas levantadas, trotó hacia ella moviendo la cola, pero a los pocos metros algo entre el cordón de la vereda y un auto estacionado llamó su atención. «Te pensas que si me dejas otro te va a kerer viki??? Enserio?? 00:45» «Estas,,? 00:47» «Eastas más sola q kunfu nena 00:49» «T epensas q no tengo la minas q kiero yo??,, 00:50» «Cornuda en cima jajaqjaaj 00:54». Sintió la puerta del edificio abrirse detrás de sí y se sobresaltó; un vecino que salía la saludó al pasar antes de cruzar calle. «Porqeu me blokiaste en fb putaaqa??? 01:32» «Concha swca sos negra trola hd p 01:49» «Ahbiendo tansta minas porai..morite pajera 01:55».
Era un perro adulto más bien chico, marrón y flaco, de hocico puntiagudo, patas largas y rabo fino, un cuzco juguetón de aspecto nervioso. Victoria miró la hora antes de guardar el teléfono en el bolsillo de la campera. Se frotó las manos y anduvo unos metros hasta la mitad de la vereda con los brazos cruzados. Desde ahí vio al perro, que seguía con la cabeza gacha como oliendo algo entre el auto estacionado y el cordón. ¡Kit!, volvió a llamarlo, pero esta vez no hubo respuesta. Pitó el cigarrillo y arrojó la colilla a la calle. ¡Vamos, Kit! Cuando el animal levantó la cabeza algo gris como una bolsa le colgaba de la boca, hizo unos metros hacia su dueña pero finalmente se echó en la vereda a mordisquear su presa. Victoria sacó la correa y se apuró, al llegar pudo ver que el perro masticaba la cabeza de un pájaro muerto, una paloma gris. ¡Qué asqueroso, Kit! ¡Dejá eso!, dijo en voz baja, ¡dale, vamos!, insistió. Lo tomó del collar y lo sacudió hacia los flancos y hacia arriba. Cuando el perro se levantó sin soltar su paloma la mujer no supo qué hacer, quería quitársela pero no se animaba a tocarla, entonces lo pellizcó en el cuello y el lomo hasta que por fin abrió la boca y dejó caer el cuerpo emplumado e inerte. La cabeza de pájaro era un bulto sanguinolento sin pico ni ojos; las patas se veían rígidas, rectas como entablilladas y terminaban en las garras estiradas; en esto reparó ella con repulsión mientras enganchaba la correa del collar.
Al entrar al departamento el perro fue directo a la cocina a tomar agua mientras Victoria dejaba el teléfono sobre la mesa y se quitaba la campera. Desde el séptimo piso se veía amanecer; el cielo clareaba frío y despejado. Puso baja la música de la radio. Encendió una hornalla y se calentó un poco las manos, enseguida se preparó el café con leche. Después del breve desayuno entró al dormitorio e hizo la cama. Se metió en el baño a arreglarse un poco. Antes de salir del departamento repuso el agua del perro y le dejó algo de comida.
De camino a la parada del colectivo vio otra paloma muerta, o eso supuso, panza arriba con las patas estiradas y las alas pegadas al cuerpo; apuró el paso. Ya había gente en la calle. Llegó puntual 8:30 a la clínica odontológica donde trabajaba de recepcionista. Guardó la campera y el bolso en su casillero y entabló la conversación de siempre con sus compañeras. En la sala de espera eran dos recepcionistas y una administrativa. Los turnos con los nombres de los pacientes y los consultorios se anunciaban en una pantalla. En un rincón de la sala colgaba alto de la pared un televisor grande que pasaba un canal de noticias sin sonido. Poco después de las 9 un número importante de concurrentes esperaba en los asientos. Detrás del amueblado de la recepción una puerta daba a un cuarto pequeño donde las empleadas descansaban. Allí los casilleros, una mesa con sillas, una heladera chica, una mesada con la bacha y un horno de microondas. Las mujeres se turnaban para almorzar y cuando le tocaba a una de las recepcionistas la administrativa la relevaba en la atención, cuando no había a quienes recibir solían charlar en el cuarto dos o las tres, siempre con la puerta abierta por si aparecía algún paciente o cualquiera de los profesionales. Al mediodía Victoria sacó su vianda y se sentó a la mesa; las otras aún tenían gente adelante.
En el teléfono había trece mensajes nuevos de un solo chat; el primero, de las 9:39, era un audio, y Victoria se puso los auriculares: «Hola, Viki. Bueno, antes que nada te pido perdón por lo de anoche, ¿sabés? Pasa que estaba copeteado… bueno… nada… Eso ya fue así y no se puede cambiar. La verdad que después cuando me levanté miré el celular y me quise morir, Viki. Te juro por dios que me quise morir, Viki. Nada… Ya está. Lo que pasó pasó… Perdoname, negri… en serio… Hace un mes y dieciocho días que no nos vemos, Viki, y sabés cómo me pone eso… cómo me hace mierda eso… Y… Mirá… Eh… Oíme, vos no me podés dejar. Lo sabés, ¿no?… Sabés que vos en realidad no me dejaste, lo entendés, entendés que es un tiempito… todo muy lindo… Te banco… Sí. Bueno. Eso… Ahora me pego una ducha y me aclaro un poco el bocho… Nada, Viki. Contestame, decime hola nada más. Aunque sea mandame un emoji, negri, ¿sí?, aunque sea eso, así siento que lo estás pensando, que te diste cuenta, quise decir, que lo nuestro estaba bueno… porque está bueno, mi amor… Es bueno de verdad… Claro que sí… Y quiero que sepas que yo te perdono todo esto de fantasmearme, de borrarte y hacerte la mudita y la histérica y lo del Facebook, Viki, porque pasé la página y te perdono, sabelo… Pasemos de página juntos, Viki. Bueno… Eso solo… Ah y ya le dije a Santi que uno de estos días lo venís a ver, ¿sabés? Que volvés uno de estos días le dije. No sabés cómo… Como no me creía le di mi palabra y se puso feliz, Viki, porque él también te quiere casi casi como yo, mirá… Y él sabe como vos sabés, nenita, que cuando doy mi palabra cumplo… Bueno nada. Beso enorme, negri. Ah y beso de Santi también» «Hola Viki vos no estarás saliendo con alguien??? 10:01» «Ja jaja no no me hagas caso, recién me bañe y me clave un café y una aspirina amor.. 10:03» «El sábado es el cumple de tu suegro, te acordabas?? 10:03» «Contéstame amor!!! Pliiisss!! 10:14» «Llamada perdida 10:16» «Le digo a mi viejo que vamos el sábado Viki? Avísame. 10:18» «Seria buenísimo porque Santi esta con la madre nos queda toda la noche para nosotros amor!!! 10:24» «Viki ves cuando sacas lo peor de mi?,, te das cuenta no?,? 10:46» «Llamada perdida 10:50» «Llamada perdida 10:58» «Viki amor no puedo estar sólo, no se estar sin vos. 11:00» «Mi amor me tengo que ir, cuando puedas llámame 11:03».
En la sala esperaban un hombre de unos sesenta años y una mujer de entre treinta y cinco y cuarenta; la mujer leía un libro. En el televisor el zócalo rojo con letras blancas del noticiero decía «Extraña mortandad de palomas en el centro» y las imágenes mostraban hombres uniformados con mascarillas que trabajaban en la recolección: unos amontonaban los cuerpos que otros levantaban con palas y metían en bolsas negras que iban a parar a la caja de una camioneta municipal. La cámara hizo un primer plano de una bolsa de consorcio; podían verse las pequeñas garras y picos que atravesaban el plástico negro. Ya era hora de que exterminaran esa plaga, dijo el hombre; la mujer dejó el libro y prestó atención. Pobres bichos, dijo ella, seguro pasa por el aire contaminado que respiramos y un día de estos nos va a tocar a nosotros. La cámara mostró en la plaza decenas de palomas muertas y a algunos que registraban la situación con sus teléfonos mientras el personal de seguridad intentaba desalojarlos. Seguramente las envenenaron, insistió el sesentón segundos antes de que su nombre y apellido aparecieran en la otra pantalla. Victoria limpió la mesa y lavó sus cosas pasadas las 12:30, guardó el teléfono en su casillero y volvió a su puesto de trabajo.
Hubo varias cancelaciones de turnos de último momento esa tarde, así que la jornada se volvió inusualmente tranquila. En el canal de noticias seguían con el tema de las palomas muertas y en las redes sociales abundaban los memes, que una de las mujeres de la recepción se encargaba de comentar a las otras atenta al celular. Los zócalos del noticiero ponían «Alarma» y «Se recomienda evitar contacto con cualquier tipo de ave» y «Demoras en el transporte público en la zona céntrica» y «Causas desconocidas». Los pocos pacientes que llegaban a la recepción no hablaban de otra cosa. Alguien afirmó haber visto una paloma muerta en la cuadra de la clínica. A la salida la empleada administrativa llevó en su coche a Victoria hasta la estación de trenes habida cuenta de las demoras de los colectivos. Le tocó viajar hacinada en un vagón repleto. Como pudo sacó el teléfono y vio que tenía veinte mensajes nuevos de un solo chat.
Llegó a su casa pasadas las 19 y era casi de noche. Al abrir la puerta la sorprendió un hedor ligero y extraño; ¡Kit!, llamó. Colgó la campera del perchero y dejó sobre una sillael bolso. En la cocina encontró el cuerpo tieso en el suelo sobre un charco de sangre que parecía haber brotado con fuerza de la boca y de la nariz. Había otro charco de orines o algo así y excremento líquido junto al cuenco del agua, en las puertas del bajomesada salpicaduras como si algo hubiera golpeado contra la melamina blanca muchas veces y en cada golpe dejado un sello espeso y rojo. Victoria se tapó la boca, acaso involuntariamente como el reflejo de reprimir un grito, y quedó sin reacción unos segundos. Fue hasta el living y levantó la manta del perro, que estaba sobre un almohadón que usaba para dormir. Al volver a la cocina se cubrió la boca y la nariz con la mano izquierda, contuvo así el aliento, tiró la manta sobre el animal sin agacharse y con el pie la acomodó hasta cubrirlo lo mejor que pudo. Volvió al living y sacó el teléfono del bolso, se metió en el baño, se bajó los pantalones y la bombacha y se sentó en el inodoro. Hasta allí le llegaba nítida la estridencia de las sirenas. Mientras orinaba desbloqueó la pantalla y se dispuso a leer los mensajes nuevos.
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