Luis abre los ojos y descubre que las cosas siguen igual. Siempre descubre lo mismo. Su vida es un aburrido oxímoron que se divierte, piensa, mientras cepilla sus dientes. A pesar de no tener ningún plan y de no existir nadie que se interese por su apariencia Luis intenta mantener la forma adecuada que todo ser humano digno de serlo intenta mostrar al prójimo: dientes limpios, ropa y zapatos con las agujetas amarradas. Luis nunca se interesó por las combinaciones adecuadas -quizás por eso se casó con una mujer que lo abandonó apenas supo que estaba embarazada de él-, así que se viste con un pantalón muy cómodo, un pantalón usado que le regaló el payaso Gomita: “toma este pantalón”, le dijo, “ya no lo necesito, porque los pantalones con parches y puntos amarillos ya pasaron de moda. Ahora los payasos nos vestimos con colores neutrales”. Le gusta ese pantalón. No hay mancha que no combine y nunca molesta al caminar. El pantalón del payaso Gomita, una camisa amarrilla sin planchar y los mismos zapatos cuyas agujetas no ha desatado desde que los compró hace más de veinte años son el mejor atuendo para un día caliente en la ciudad cuyo nombre no importa cuando no eres más interesante que los semáforos de la esquina de las calles. Camina dirección al café de siempre. No le gustan las sorpresas. En realidad no le gusta nada que no sea estar tranquilo y esperar a que las cosas se desarrollen a su modo. Cuando llega al café saluda al mesero con la expresión de alguien que cumple con las normas de manera automática. El mesero le trae el café negro junto con el periódico del día a su mesa. Luis lee las primeras líneas: Ucrania, Selensky, Putin, Rusia, Biden, USA, crisis, inflación, bancos que quiebran… las mismas noticias y los mismos miedos expresados con diferentes personajes. Ya Floyd Jones expresaba esos problemas en su Stockyard Blues hace muchos años, pensaba Luis mientras bebía un modesto trago de su café negro, sin leche, sin azúcar. Todo está dicho en el blues. Si escuchas blues te ahorras muchas horas de filosofía escrita por jodidos amargados, le decía su padre; a Kant nunca lo entendió nadie, es más, ni el propio Kant se entendió a sí mismo; Schopenhauer, el hijo de un rico mercader, que nunca se sintió aceptado y Nietzche, un puto loco de mierda, todos alemanes. Tampoco leas la Biblia, así te ahorrarás muchas mentiras; escucha el blues. Esos negros aprendieron de la mejor escuela de la vida: el sufrimiento. En ese punto estuvo Luis siempre de acuerdo con su padre, en lo sabio que es el sufrimiento. Luis sabe que él es el mejor alumno del sufrimiento, un alumno eterno y el más paciente. Sin embargo, en los momentos de sosobra o de pena, en la soledad de su pequeño departamento, prefiere escuchar el saxofón de Lee Konitz. Nada más certero que las agudas y puntuales notas de Konitz para arrancarle a la oscuridad un pedazo de esperanza. Absorto en sus pensamientos no sintió la presencia mágica del mago Misterio. Hola Luis, ¿me puedo sentar en tu mesa?, claro, Misterio, toma asiento. El mago Misterio, un pensionista que trabaja como mago en fiestas infantiles, uno de los selectos amigos de Luis. El mago Misterio es un anciano simpático, con su sombrero de copa, su capa negra y su traje también negro, un disfraz de la vieja escuela. Ayer fue un día difícil de trabajo, comenzó a contar el mago, imagina la siguiente situación: te llaman para hacer una función especial en la fiesta de un niño y los únicos detalles que te dan son la dirección y la hora de la función. Así que voy al evento, con mi ropa de trabajo, mis dos conejos, mi varita mágica, globos, mi mesita y la larguísima tira de color que me saco de la boca, tú sabes, voy como los bomberos, que llevan siempre las mismas herramientas a cualquier incendio. Pues llego a la casa y al entrar al patio veo a muchos niños que festejan, que brincan, que juegan, música a todo volumen y en medio de todo ese bacanal infantil descubro un pequeño ataúd blanco con una enorme foto de un niño al frente: el niño festejado. Era su fiesta de despedida… ¡Tenía que darle una función a ese niño difunto y a todos sus alegres amiguitos! Pero, como tú sabes, mi estimado Luis, cuarenta años trabajando como burócrata en una oficina de impuestos me forjaron para aceptar cualquier situación sin perder la calma. Así que comencé con el show y sin alterarme ni un segundo aparecí y desaparecí a mis conejos, saqué la tira de tela de mi boca, me tragué un par de espadas y apliqué los típicos trucos de cartas. Todo salió a la perfección. Los niños aplaudieron, los padres me pagaron mientras me felicitaban y supongo que el pequeño difunto también gozó de la función allá donde sea que esté. Nunca había sacado la tira de tela de mi garganta con tanto orgullo como en esa función. Era un acto de dignidad y respeto para ese angelito.
Luis escuchaba la historia mientras tomaba su café. Su padre siempre le dijo que toda la verdad está en el blues, por eso se pregunta si la historia de ese mago ya podría haber sido cantada en una típica métrica de doce compases. |