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Mi nombre es Piral y tengo dos madres. ¿Cómo es posible? La respuesta es la fecundación in vitro. Para concebirme, que creo que es la palabra correcta, se necesitaron el óvulo de Martha (así se llama mi madre biológica), el útero de Estela (la que me gestó durante nueve meses) y el esperma de mi padre.

Estela conoció a Martha en la universidad. Salieron juntas por mucho tiempo a escondidas, ya que sus familias eran muy conservadoras y ellas extremadamente cobardes. Siempre me han dicho que no debo juzgarlas, pero no puedo evitarlo. Eran muy felices, según me contó Estela. Se escabullían en las sombras y aprovechaban cada minuto de sus pequeños y furtivos escapes: tal vez algunos besos en la última fila de los cines, algún encuentro candente en un hostal o una que otra reunión clandestina en la casa de alguna de ellas. Esto último lo deduje yo, no me lo contó.

Estaban muy enamoradas y compenetradas, me dijo Estela, sin poder evitar una leve sonrisa. Planearon viajar al extranjero y vivir allí lejos de sus familias y de sus prejuicios.

Nuestro amor era fuerte e intenso. Nos casamos en una ceremonia simbólica sin valor legal donde participaron algunos amigos. Viví los días más felices de mi vida, pero todo se acabó pronto. Estela tragó muchas lágrimas y se le inundó la garganta, por lo que ya no pudo seguir hablando. Insistí en que me terminara de relatar la historia y lo hizo con esos giros dramáticos propios de ella.

Apenas habían pasado algunos meses desde que nos casamos. Cada una vivía en su propia casa para evitar las habladurías. Nuestro viaje siempre se suspendía por uno u otro motivo. Como cualquier pareja, quisimos tener un hijo: un pequeño o una pequeña que bendijera nuestra unión y nos constituyera como familia. Entonces, empezamos con las averiguaciones y se nos abrió un abanico enorme de posibilidades. Luego vino el tratamiento: decidimos que el óvulo sería el de Martha y sería fecundado con los espermatozoides del semen de un donante anónimo. Sería mi útero donde crecería. Nos dijeron que no siempre resultaba al primer intento, así que nos hicimos a la idea. Ese día era el primer intento y fui a recoger sola los resultados, ya que Martha me dijo que estaba ocupada. ¡No sabes la gran alegría que sentí! ¡Estaba embarazada! En mi interior crecía un niño producto de nuestro amor.

No aguanté y fui a buscar a Martha a su trabajo, sin interesarme que nos vieran o supieran de nosotras, puesto que ya no me importaba nada de eso. Fue entonces cuando la vi: al principio me negaba a reconocerlo, ya que mis ojos veían, pero mi corazón se negaba a entender. Era ella en los brazos de un hombre, ¡sí, de un hombre!, que la besaba en los labios.

Me destrozó por completo: mi mundo cayó a mis pies y se quebró como si fuera de cristal. Me fui sin enfrentarlos y llegué a casa, donde inventé un viaje de trabajo. Luego hice los trámites para conseguir los pasajes e irme al extranjero.

Me dijeron que me buscó y preguntó por mí, pero dejé instrucciones precisas a los abuelos y a la tía para que no diera con mi paradero. Aunque ellos no lo comprendieron así lo hicieron.

Por ello, desde ese trágico día, no la volví a ver hasta hace poco.

Estela y yo regresamos del extranjero hace algunos años. Al principio, noté en ella cierta incomodidad de estar de vuelta en casa de sus padres. Asumí que era porque se había acostumbrado a que estuviéramos solos, pero ahora sé que era temor de encontrarse con Martha. La inquietud se le pasó pronto, ya que Martha vivía a cierta distancia de la casa de los abuelos, así que había pocas posibilidades de un encuentro.

A pesar de ello, hace pocos días, se la cruzó en un centro comercial y casi se chocaron a la salida de una tienda, por lo que no pudo evitarla. Quiso salir huyendo, lo cual hubiera sido peor, así que mantuvo la calma y conversaron como dos personas que alguna vez se amaron y no se veían hace mucho tiempo. Te visito uno de estos días, le dijo, lo cual la aterró, ya que su secreto podría ser revelado.

Por eso me lo contó: no aguantó más y lo hizo por miedo.

Saber la verdad fue como recibir el golpe de una brisa fría sin previo aviso. Mi rostro no mostró gestos o muecas que revelaran molestia o inquietud ante la noticia. El efecto de conocer mi origen fue progresivo y lento. La verdad no siempre es una llama luminosa; a veces es un frío casi imperceptible, pero insistente, y siempre peligroso.

Tal vez de alguna manera intuía la verdad, ya que entre Estela y yo no había ningún parecido físico ni emocional. No compartíamos manías, gestos ni esas pequeñas cosas que se comparten entre familiares.

Si conocía a Martha, pensé, me encontraría con una verdadera madre en un sentido biológico. Le pedí y le exigí a Estela que me diera su dirección, lo cual hizo temerosa y casi llorando. Mis manos temblaban de la emoción y de la pena por Martha, pero estaba decidido. Tomé el tren, eran como nueve estaciones hasta su casa. Llegué y Estela vivía en un pequeño departamento en un edificio opaco. Me quedé un par de minutos delante de la puerta, pensando si estaba bien lo que hacía y qué le diría. Toqué el timbre, esperé unos segundos y volví a tocar, pero no oí ninguna respuesta. Me quedé unos minutos esperando, pero nada. Bajé las escaleras, había un pequeño parque a la entrada del edificio, así que decidí esperar ahí una hora y subiría de vuelta, tal vez para entonces Martha ya habría regresado a casa.

Caminé algo ansioso con las manos agarradas. Me senté en un banco contemplando la belleza de los árboles. Era primavera y hacía un clima templado. Fue cuando la vi sentada en otro banco, a una distancia regular. No supe qué hacer por un momento, y al fin, me decidí a acercarme para comprobar que mis ojos no me engañaban. Era ella, estoy seguro, alta y delgada, con el pelo castaño claro recogido en una cola. Vestía unos vaqueros azules y una camiseta blanca con el dibujo de una mariposa roja en el pecho. Sentí escalofríos al verla: era idéntica a mí, cada línea de las orejas, el color de ojos, la mirada y esa mueca constante en la boca. No había dudas, era mi madre.

La mujer estaba tranquila, mirando a su alrededor. Me miró y me sonrió con curiosidad, y al igual que yo, parecía haberme reconocido, así que solo asentí tímidamente. Parecía estar esperando algo o a alguien.

Permanecí quieto en el banco, sin atreverme a mover. Sabía que era el momento de hablarle y contarle todo. Solo dile y lo demás fluirá limpiamente, me decía una voz interior.

En el preciso instante en que me decidí a hablarle, vi cómo un hombre se acercaba por detrás y ponía sus manos sobre sus hombros.

Hola cariño - dijo el hombre con voz cariñosa - ¿Qué haces aquí?

Hola amor - respondió la mujer sonriendo - Vine a dar un paseo.

Deberías cuidarte por el bebé - dijo el hombre, con ternura, aunque un poco en broma.

No seas tonto, apenas estoy embarazada de unas semanas, no exageres— respondió Martha, estoy seguro de que era ella.

Después de eso, continuaron hablando, pero yo sentía una angustia que no puedo describir. Me sentía decepcionado, asustado y enojado, una mezcla de emociones que no pude discernir. No seguí escuchando y me alejé, casi corriendo.

Martha había seguido con su vida, por supuesto. ¿Qué esperaba? Era lo más probable. ¿Qué pintaba yo allí? Me pregunté, sin atreverme a responder. Llegué al tren, subí y busqué un asiento, pero mi mente seguía haciendo preguntas sin respuesta. Pensé en Martha, en mi madre, en el único hogar que había conocido. De repente, sentí una enorme distancia, esos nueve paraderos parecieron interminables, infinitos. Ya no pensaba en nada y mi mirada se centró en la nada. Cualquier persona que me hubiera observado en ese preciso momento habría jurado que era un fantasma. Fue entonces cuando lo sentí, un frío que empezó en la punta de mis pies y escaló por mis piernas, gélido y angustiante, surcando mi espalda, golpeándome finalmente en la cabeza de forma mortal.

Texto agregado el 17-03-2023, y leído por 83 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
19-03-2023 Me ha gustado tu cuento. Buena forma de desarrollar la historia y un final que no hace compromisos con el lector. Muy bien. Saludos. jovauri
 
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