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La montaña
Sergio Vidal Olmos.

Cuando era un niño, solía pasar por esa calle de la mano de mi madre, yo me quedaba mirando los músicos, los instrumentos, las botellas de aguardiente, ella aceleraba el paso, para que los piropos de los cantantes no le alcanzaran a tocar ni el ruedo de la falda. Mientras continuábamos el camino a la iglesia, yo me imaginaba de adulto yendo a tomarme unos tragos a la Montaña con mis amigos.
La Montaña para los lectores más jóvenes, es, y lo digo en presente porque es un espacio que aún vive en el recuerdo de los lejadeños, una casona vieja de bahareque, ubicada en la carrera séptima con la calle de los músicos, calle que debe su nombre precisamente a la Montaña, un granero fundado a principios del siglo pasado, que se convirtió en un símbolo de la época dorada de Santa Lejana.
El señor Eleázar Orrego, se hizo popular vendiendo abarrotes y cerveza a los campesinos que bajaban al mercado durante los fines de semana, sim embargo con la llegada de las tiendas y supermercados, los graneros cayeron en desuso, pero La Montaña en lugar de perderse como tantos otros negocios pueblerinos, muto, cambió para convertirse de la mano de Orrego hijo en uno de los lugares favoritos, de los poetas, los pintores, filósofos y literatos de la ciudad, quienes amenizaban sus tertulias con los merenderos o músicos campesinos que tocaban el tiple, la bandola y el acordeón.
La Montaña no sólo se transformó en un rincón de la ciudad donde las ideas y la libertad podían estar a salvo, sino el lugar que le permitió a los tríos, duetos o mariachis adquirir el prestigio de serenateros, los cuales desplegaban todas las noches en la calle de los músicos y en La Montaña, bambucos, pasillos u otras melodías tan nostálgicas como los pobladores de Santa Lejana. Ir a la Montaña era la oportunidad de oír a los personajes más ilustres de la ciudad en embriagadas meditaciones, era la posibilidad de escuchar el trio Caldas, el Cuarteto Pereira, los Cónsul y demás, un concierto de romance, de posibilidades.
La tercera generación de la Manotaña, hizo del lugar una leyenda, ahora no sólo eran las personalidades locales, presidentes, ministros, actores de televisión, entraban al lugar para conocer la historia de la región y esperar entre los cantantes, el licor y los poetas el amanecer.
Pero las cosas cambian e intentar detener el cambio, es como detener una bola de nieve cayendo a toda velocidad, así que después de 80 años de funcionamiento, la Montaña cerró sus puertas, no sobrevivió al fin de siglo, todos los lejadeños que fueron partes del lugar, entonaron sus últimas canciones para despedirse de la ciudad, de esa casa, de la noche. Por mi parte, en mi juventud tuve la oportunidad de ir amanecer a la Montaña con mis amigos, de tomarme esos aguardientes que imaginaba de niño, de escuchar bambucos y llorar hasta el cansancio entre los tiples y las guitarras.
Me entristece profundamente la desaparición de la Montaña y me preocupa que hoy que me encuentro en mi edad adulta, no tengo la más mínima idea de dónde va uno a buscar músicos para dar una serenata.


Texto agregado el 10-03-2023, y leído por 87 visitantes. (4 votos)


Lectores Opinan
12-03-2023 Interesante tu cuento. lo hermoso que es despertar con el sonido de un arpa yosoyasi
11-03-2023 Los pueblerimos te entendemos. Y, qué pena, que no hiciste como yo: aprender a tocar la guitarra. Sin embargo, al igual que tú, ahora no tengo donde dar serenata. Te felicito. peco
10-03-2023 Una lástima, hay lugares que se convierten en Historia viva. Saludos. ValentinoHND
 
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