A pesar de lo cercana de las dos escuelas primarias de mi pueblo, había una gran separación. Sin embargo, hubo profesores que no cupieron en una sola. Tal fue el caso de Juliana. Y pasó que en el primer grupo de estudiantes del CURNE, nos juntamos exalumnos de la de varones con maestros de la de hembras y viceversa. Y en ese agradable junte, tuve la cercanía de Juliana, quién a la sazón era profesora en octavo grado de mi novia.
Tema que a élla le agradó por la empatía que había desarrollado con la alumna. Además, yo no le era tan ajeno, por mis incursiones en el taller de zapatos de su marido, en la Cristino Zeno. Pero en la agradable simbiosis que se dio en el colegio universitario, élla me rebeló que su punto flojo eran las matemáticas. Por lo que, notando mi mayor fortaleza con dicho asunto, me invitó a su casa de la calle La Cruz. Siendo el patio de la misma, entre cafés y golosinas, el lugar donde mejoró bastante su debilidad en la materia.
Pero no me he referido a su carácter. Su alegría, los efusivos acentos de las frases que construía al referirse a sus hijos, marido y alumnos. Su risa, su caminar y los sorpresivos giros de su cara, seguidos por los cambios de posición de su pelo. Y pronto, los dos semestres del CURNE, concluyeron y me marché a la capital y élla permaneció en dicho Centro Regional.
Mientras tanto, la década avanzó y un cambio de gobierno insufló de mejor aire el ambiente nacional. Entonces, un concuñado oriundo de Sabaneta, agrónomo, me invitó a un encuentro nacional con los líderes de su partido. Y me procuró en una amplia camioneta y para mi sorpresa, dentro estaba Juliana. Todavía con su misma alegría, no obstante, al paso de seis años después de ambos haber emprendido diferentes caminos.
Y confieso que jamás un viaje largo sé me había hecho tan corto. Aquello fue un solo diálogo. Un vivo ritmo, un mismo énfasis y sobre todo, la fusión de dos temperamentos armónicos. Donde y entre discretas carcajadas, me dijo: Pedro, tanto que luchaste, metiendo en mi cabeza los trucos de las matemáticas y aunque no lo creas, ahora soy la encargada de esa oficina en el departamento provincial de educación. Finalmente y aún con tanto pendiente por hablar, llegamos al encuentro.
Pero cinco minutos antes de iniciar el viaje de retorno al pueblo, el agrónomo me dijo: Pedro, te tengo una buena noticia. ¡Envié la mujer con otro para que tú vayas más cómodo!
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