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Pedro y su mujer.

Pedro trabaja para mí hace cinco años. Es un administrativo de primera. Un genio cuando se trata de negociar deudas, ejecutivo para cobrar y hábil para redactar un contrato. Diariamente y sin apuro llega a mi oficina en autobús después de mediodía. En las mañanas trabaja en una repartición pública. El sueldo que ahí recibe es menos de un tercio de lo que yo le pago. Se niega a hablar cuando le propongo que trabaje para mí jornada completa.

Viste todos los días su único terno gris, alternando con su pantalón color azul marino. Su única corbata delgada negra luce cada vez más corta porque baja el nudo para esconder lo gastado. Sus camisas blancas lucen limpias pero con sus cuellos ya brillosos y gastados.

Llega a la oficina con su semblante triste, cómo si tuviese una pena clavada en el corazón, y sin que él advierta que yo lo noto, a los pocos minutos se le pasa y se convierte en un ser alegre y extrovertido. Es el último en retirarse y lo acompaño hasta terminar su trabajo atrasado, pero sé que nunca se atrasa, se queda hasta tarde a propósito. Repara todo lo que falla, desde aparatos eléctricos, pasando por patas de mesas quebradas y cajones sueltos, coopera con la gente del aseo encerando y moviendo muebles. Es el alma de las fiestas y en los cumpleaños del personal cocina las empanadas, prepara los asados, los ponches, entrega los regalos y toma las fotos.

Su multifunción a la empresa le genera un ahorro importante. No pude negarme a sus peticiones que al principio me parecieron desproporcionadas, pero con el correr del tiempo otorgarselos me pareció de extrema justicia. Me pidió varios préstamos para arreglos en su casa y luego para la compra de su auto, que no ocupa.

Al menos una vez a la semana lo invito a un trago, a lo que responde que la próxima invita él. Pero sólo dispone del dinero justo para volver. Es su mesada diaria. Orgulloso me cuenta que todo lo que gana lo administra su mujer.

- Ella es mejor que yo para las cuentas – Me dice.

A lo que respondo que si gusta puede incorporarla a la empresa.

Una vez lo invité a un asado a mi casa. Le tocaba corresponder. No pudo postergarse más y de golpe un día me invitó para que el sábado vaya a su casa a almorzar.

En metro llegué al sector norte de la ciudad. Cómo era temprano, caminé siguiendo la ruta dibujada en un perfecto mapa. Las calles que en un principio estaban cementadas, después ya no lo estaban. El calor por esos lados parecía que pegaba más fuerte. Llegué al pasaje. Los números estaban rayados con tiza sobre las paredes de ladrillo sin estucar.

Encontré el número. No había reja en el antejardín, ni tampoco había jardín. Sólo había un poco de pasto alrededor del medidor de agua que lucía una gotera eterna. Me detuve frente a la puerta unos segundos y toqué, no sé porque pero lo hice tímidamente, cómo presintiendo algo.

Abrió la puerta una enorme señora ya cincuentona. Su cabeza, con grandes crespos, era el doble de una mujer normal. Su pelo negro y sus grandes cejas contribuían a relucir un leve bigotito que brillaban con unas pequeñitas gotas de sudor. Estaba de pie con la escoba en una mano y la otra afirmada en su gorda cadera.

- ¿Qué quiere?

- Pedro me invitó. – Dije rápido por si pensaba darme un palo.

- Ha. El invitado a almorzar. Cómo si no tuviera nada más que hacer.

No se movía. Advertí que bajo la pechera del delantal sobresalían sus grandes y caídos pechos, que seguramente por debajo ya habían reventados los botones de su blusa. Sus brazos descubiertos se veían gordos y macizos. No quería mirarle la cara: tenía un lunar peludo sobre el labio. La mano que afirmaba la escoba se veía gruesa y su piel partida. Resaltaban los sabañones. Notaba que ella hacía lo mismo. Miraba mi ordenado corte de pelo, mi camisa con su cuello duro y mis zapatos lustrados con la tierra acumulada por la caminata.

Dando un gesto de desprecio dio media vuelta dejándome plantado. Su enorme trasero se ladeaba por cada paso que daba. Sus pies lucían hinchados dentro de unas alpargatas de cáñamo y a su vez dentro de sus ridículos calcetines azules, que a todas luces eran de Pedro.

Se asomó Pedro con la misma cara que llegaba todos los días. Lucía un pantalón de mezclilla ya desteñido, aunque limpio lucía manchas de aceite que no salen con el lavado normal. Zapatos negros lustrados, los mismos de todos los días y una camiseta de estas blancas con tirante.

- Veo que ya conoce a la Paty.

Sin esperar respuesta y haciéndome un gesto de complicidad con los ojos, me llevó por el pasillo directo al patio mientras me aseguraba que ahí estaríamos más fresquitos. La botella de vino de obsequio la escondió en el mueble. Se escuchó de lejos

- Límpiense las patas antes de entrar.

El patio era de tierra sin ningún árbol. Un sector estaba inundado con el agua que arrojaba la lavadora antigua, que no paraba de sonar. Nos sentamos en una banca coja bajo la sombra que da el muro que divide con la casa vecina.

La conversación fue trivial.

- Le costó mucho llegar.

- Para nada.

Me sirvió agua, se disculpó porque no estaba helada pero me aseguró que el jugo del almuerzo estaría heladito.

De pronto apareció de nuevo la susodicha y comenzó a regar la parte que no estaba inundada. Dirigió el chorro de la manguera hacia el sector seco, avanzando desde el límite inundado hacia la orilla donde estábamos nosotros. Me imaginé que no sería capaz, pero me equivoqué. Quedé lleno de pintas de barro.

- Patricia, lo estás mojando……
- Bueno, que se corra, si no estoy jugando.

De un salto Pedro se subió a la banca. Yo lo mismo.

- Menos mal que no me mojó. Estoy con la ropa dominguera. – me dijo muy en serio.

De pie en la banca miré alrededor. El patio que daba al costado estaba cubierto con maleza seca, unos cuantos tarros de basura y diarios viejos acumulados. Era evidente que ningún vehículo pudo estar ahí estacionado. Sentí una pena enorme.

Se entró. No sentamos nuevamente y le pregunté por el auto.

- Lo usa mi concuñado. El esposo de mi cuñada, la hermana de la Paty, quedó sin pega así que me pidió el auto para trabajarlo de taxi. No pude negarme. Soy el único pariente que tiene un auto decente y no dudaron en pedírmelo prestado.

Antes que yo lo compadeciera, Pedro se adelantó y compadeció a su cuñado.

De pronto la señora apareció al patio y sin mirar nos habló.

- Ya está listo. Pasa con tú amigo y pongan la mesa.

Se dirigió directo a la lavadora y comenzó a descargar ropa mientras la dejaba en una banca que estaba sobre el barro. Lo hacía con una mano, porque en la otra suspendía un cigarrillo.

Pedro se levantó de la banca y caminó hacia la puerta trasera. Yo lo seguí, no iba a quedarme en el patio.

- Límpiense las patas. Si la que limpia soy yo.

Pasamos directo al comedor. Pedro se desvió a la cocina y volvió con el mantel debidamente doblado, pero que al estirar cayeron las migas de las vez anterior. Se quedó pensando y dijo

- ¿Qué sentido tiene guardarlo con las migas?

Ágilmente dobló el mantel, salió de nuevo al patio y ahí lo sacudió. Luego volvió cómo si nada hubiera ocurrido.

Pude apreciar de nuevo su expresión triste.

- Si quieres pasar al baño, es la puerta de la derecha

Al abrir la llave de agua sonaron las cañerías y no pude escuchar una pequeña discusión en la cocina, pero al salir noté que en la mesa lucían sólo dos cubiertos. Miré a Pedro y él ya me estaba mirando, resignado.

Ahora entró Pedro al baño. Recé para que no entrará la Paty al comedor. No quería encontrarme solo con ella.

- Siéntese. Que hace ahí parado. – Apareció.

Dejó los platos con la entrada y se retiró. Un tomate relleno con atún, la mitad de un limón y la mitad de una marraqueta puestos en el mismo plato. Se sentía aroma de pollo asado. Miré alrededor. En el cielo lucía la ampolleta colgada directamente de los cables, sin ninguna lámpara que adornara y alegrara el ambiente. Al fondo estaba la repisa, único mueble formal con sus cuatro tablas repletas de libros. Único testigo que Pedro lee.

Salió Pedro del baño y me cedió el asiento de cabecera. Me asusté, no vaya a ser cosa que sea el asiento de la dueña de casa.
Me calmé un poco. Pedro no alcanzó a estar dos segundos sentado, se levantó dirigiéndose a la cocina.

- Paty, donde está el jugo.
- Olvídate. La botella la puse en el congelador y me olvidé sacarla. Se congeló.

Apareció Pedro con dos vasos de agua.

- Adelante. –dijo -, ocurre todos los fines de semana.

Por si la doña estaba escuchando decidí hablar de trabajo.

- ¿Qué tiene planificado para el lunes?

- El lunes tengo que preparar un informe al jefe Zonal. Empezaré a primera hora. – Hablaba fuerte y clarito.

Lo quedé mirando, rara vez Pedro me comentaba cosas de su trabajo de la mañana. Pedro adivinó mi extrañeza y sin mirarme continuó hablando.

- Si. Es el informe mensual y estaré concentrado en eso todo el día.

¿Todo el día? pensaba yo. ¿No pensará ir a mi fábrica? No alcancé a preguntarle porque entró la señora con una bandeja de ensalada.

Retiró los platos de la entrada a medio terminar empujando la marraqueta sobre la mesa. Se metió en la cocina.

Pedro cambió la conversación y continuó diciendo que la ola de calor seguirá todo el fin de semana, y que bueno que se cambie la hora, porque así los días son más largo y se aprovecha mejor, se trabaja más.

Apareció la señora con dos platos, cada uno con dos papas, un par de vienesas esparcidos con un poco de mayonesa.

Pedro no me miraba. Miró el plato cómo si tuviera leyendo un informe. Pensé que se iba a poner a llorar. Se levantó y calmadamente se dirigió a la cocina.

- Paty, ¿y el pollo que estabas preparando? – dijo serenamente sin levantar la voz.

- Es para comer nosotros, ¿Qué quieres, que me quede sin almuerzo? – Se cerró la puerta de la cocina, pero igual se escuchaba.

- Pero Paty, mi amor, él me invitó a un asado en su casa.

- Pero aquí es distinto.

- Pero mi amor, piensa que él me presta plata para los gastos de la casa, ten un poco de sentido común. Nos prestó dinero para el auto que lo ocupa tú hermana.

- ¿Qué tengo que agradecerle a él? ¿Acaso tú no ganas tú plata en tú trabajo del ministerio? – Recalcando el Tú - No faltaba más. Si quedan con hambre que te invite él después. Tienen toda la tarde.

Salió Pedro de la cocina y para demostrar su enojo me dijo que tenía un lugar donde ir a almorzar cómo la gente. Tomó el teléfono para confirmar pero se quedó quieto con el auricular en el oído. Luego calmadamente, sin mirarme, lo colgó.

- Lo cortaron. Todos los meses cortan algo. O la luz, o el teléfono. ¿Se imagina si en el trabajo nos cortan el teléfono? Renuncio por inoperante.

- Bueno Pedro, cállese y vamonos. – Arranquemos, pensé, pero era tarde. Pedro habló.

- ¿Paty, que pasó con el teléfono?

- Que iba a pasar. – Respondió mientras retiraba los platos – Lo cortaron. No he podido llamar a mi mamá.

- ¿Pero y el dinero que separaste para las cuentas?

- La ocupé para los gastos del bautizo de la Pamela. Mi mamá me recordó que debes llevar los tragos. Si sales ni se te ocurra llegar tarde.

Y dirigiéndose a mí.

- No me lo traiga curado. He. Ya estoy cansada de sus malas juntas. Antes Pedro no era así y que desde que se junta con Ud. en las tardes, llega pasado a trago. Quizás en que andan. Hasta luego.

Y se retiró a la cocina.

Salimos. Encontré que afuera el calor no era tanto. Qué alivio, estaba fresquito. Caminamos sin decirnos nada. Fue un silencio revelador. Hasta que comentó

- Que tengo que llevar los tragos.
- ¿Perdón?
- Mi suegra y la parentela que siempre me pide que lleve los tragos. Lo más caro. Claro, pensarán que yo gano mucha plata en el ministerio. Supieran que ahí gano una miseria y el resto me lo hago en su empresa.

Yo mudo.

Después de varias cuadras caminando llegamos a una quinta de recreo. Me pareció de lo más pintoresca. Nos acomodamos en una mesa con mantel a cuadros e inmediatamente se acercó una de las niñas a atendernos. Pedro por supuesto la conocía. Me presentó cómo su gran amigo.

Apareció una jarra de borgoña. Comenzamos con el primer vaso y no nos dimos cuenta y ya estábamos pidiendo otra jarra. Pedimos después un pernil entero para cada uno, pebre y una botella de vino. La panera con el pan amasado se renovaba constantemente.

Ya tipo siete el lugar se llenó de comensales. Pedro se sumo al baile. No acostumbro a bailar pero al parecer las cumbias son la excepción. No sabía que bailaba tan bien. Pedro se había cambiado de mesa y estaba acaramelado con una amiga. Yo por otro lado estaba rodeado de amigos de Pedro jugando al cacho. Me trataban y me tuteaban cómo si los hubiera conocido toda la vida. Las jarras de borgoña llegaban y se vaciaban de inmediato.

Medio ebrio noté que ya estaba oscuro, eran las diez. Asustado fui en busca de Pedro, que estaba con todo su mentón metido en los pechos de su amiga. Ella le rascaba la cabeza mientras miraba cómo el resto bailaba.

- Pedro, son las diez, tienes un compromiso.

Su amiga le levantó el mentón y pude notar que Pedro estaba ebrio.

Salimos y nos sentamos en una banca a esperar que se le pase. Pregunté a los taxistas si alguien conocía la dirección. Llegamos frente a la casa. El chofer encendió la luz interior. Comencé a buscar dinero mientras Pedro abría la puerta del taxi y hacía intento de bajar.

De pronto se abrió la puerta de casa y apareció Patricia arreglada para su frustrada fiesta.

- Mire cómo me lo trae. Que se ha imaginado. Ahora cómo voy a responder a mi mamá que quedó sin el trago y yo le prometí llevar el equipo de música. Yo sabía que Ud. Sería la perdición de Pedro. No quiero verlo más cerca de esta casa.

Pedro quedó equilibrándose en la puerta del Taxi, evitando que Patricia arremetiera en mi contra.

- Imbécil, desgraciado - mientras estiraba hacia mí sus brazos que lucían cortos en relación al cuerpo, tratando de esquivar a Pedro.

Patricia agarra a Pedro y lo tumba de cara sobre la vereda. Noté el peligro. La vi cómo un toro preparando la embestida. Fue justo en ese instante que le dije al chofer que arranque, notando que los gordos brazos de la mujer ya estaban dentro del auto. Por el vidrio trasero veía a la mujer cómo maldecía y hacía gesto, aunque ya no la escuchaba.

El lunes siguiente apareció Pedro a medio día y nunca se tocó el tema.


Texto agregado el 26-02-2023, y leído por 101 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
27-02-2023 De este cuento, me gusta cómo el narrador disfruta de narrarlo. Saludos. ValentinoHND
 
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