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Había llegado el último día de clases, el último día para poder hablar con sus amiguitas antes de una larga navidad.

Después de todo, no habría motivos para extrañar a nadie esos días, porque ella, era la chica que nadie tenía en cuenta, que nadie tenía como mejor amiga.

La chica de la que nadie se acordaba, a pesar de sus tantas virtudes.

A veces, ser bonita no es ningún plus cuando tu personalidad no es la común.

Para todos los que la conocían, esas virtudes que la hacían mágica, eran la razón del porqué nunca sería la popular, una vida para nada próspera.

Su maravillosa personalidad llena de magia y alegría, sus rarezas y creencias en lo que, para el resto, sería ridículamente absurdo.

—Y hablando de Papá Noel, si ese existiera, yo creo que ya estaría demasiado viejo como para seguir con la tarea de mandar regalos, obvio que eso lo hacen los padres, qué gilipollez.

Anyel se llenó de impotencia ante las palabras de su amiga Clara, y, aún con el frío que sentía y todo ese miedo, sacó todo lo que sentía.

—Yo, yo creo que Papá Noel existe y que, sus regalos son para personas especiales, a-además, creo que el mantiene un mismo aspecto por siempre al ser un ser mágico, no está viejito, está madurito.

El grupo de amigas, ajenas al mundo de esa chica acoplada, comenzaron a reírse medio con burlas.

—Ajajaja, por dios Anyel, ¿qué pasa?, ¿que ahora el tal Noel es un tío bueno que vendrá de visita a tu casa porque, e-res es-pe-cial?

Se reía ahora hasta con cierto desprecio su otra amiga, una joven de gran altura llamada Sorina.

—Ajajaja, antes vendría a mi casa ya que soy la más especial aquí, tengo varios premios de natación para mi edad y aquí, ninguna tiene ninguno de absolutamente nada, además, debo comprobar si es en verdad un viejo sexy o no con mis propios ojos ajajaja.

Seguía diciendo y Anyel, sentía que podría explotar en cualquier momento, apretaba sus puños tomando un poco su uniforme para no gritar por todo lo alto.

Al final, pudo calmarse recibiendo unas palmadas de la tercera chica, Ainhoa, que igual que las demás, se había reído.

—Anda Anyel, vayamos al autobús que se nos escapa, deja de poner esa cara que pareciera que te dio un apretón.

En su alma, ahora las lágrimas le habían inundado todo, pero, sacarlas todas por sus ojos, aún no era posible.

Si sus amigas supieran que cada año, el último día de clases, preparaba una carta para papá Noel, se quedaba toda la tarde escribiendo y más escribiendo, su vida, cómo le había ido todo en esos meses, sus deseos de conocerlo de una vez.

—Papi, te quiero conocer, por favor, este año volveré a esperarte bajo el árbol de navidad.

Así terminaba todas sus cartas.

Esa manía comenzó el año en el que su padre las abandonó a su madre y a ella, se fue con otra mujer, una ucraniana que conoció en una fiesta por estas fechas, al acabar las navidades, se marchó con aquella desconocida a su país y jamás regresó.

Dejando de lado hasta el cumpleaños de su Anyel, que era el día 26 de diciembre.

Su madre se quedó a cargo de una casa y Anyel, con tan solo 7 años, no entendía nada pero, lo que sí sabía, es que estaba muy dolida.

¿Por qué un hombre que siempre le dio todo el amor del mundo se marchó así tan fácilmente?

¿Todo ese amor fue una mentira?

Para los humanos comunes, ¿era tan fácil fingir sentimientos que en verdad no existían en su corazón?Eso era monstruoso.

Y fue ahí, que comenzó a escribirle esas cartas a Papá Noel, cada navidad, regresaba de su último día de clases, comía con mucha emoción, tratando de ignorar los comentarios de su madre y en la tarde, escribía y más escribía.

Todo le nacía del alma, no se detenía nada más que para ir al baño.

Y, cuando en la noche ya había finalizado, tomaba el perfume de su madre para perfumar las hojas y pintaba sus labios para sellar el sobre con un bonito beso.

Ya, de más adulta, pudo comprarse sus propios perfumes con la pequeña paga que su madre le daba cada fin de semana.

Los de vainilla y los dulces eran sus preferidos.

Y, muy temprano en la mañana, salía de casa sin decirle nada a su madre y llegaba hasta el buzón más cercano, las señas siempre eran diferentes pues, no tenía ni idea de donde podría vivir él.

Al principio, como todos los niños decían, Papá Noel vive en el Polo Norte.

Más tarde investigó, encontró sus posibles residencias, Rovaniemi en Finlandia, y un poco después, descubrió otra posible residencia, El pueblo de Korvatunturi , también en la Laponia finlandesa.

Aun así, no estaba segura de que alguno de esos lugares fuera el indicado, por eso, siempre aclaraba en esa carta, las siguientes palabras:

—Por favor, que esta carta llegue a manos de Papá Noel, independiente de las señas que hay aquí, el cartero que recoge sus cartas, sabrá que es para él y con toda mi alma, sé que llegará a sus manos.

Desde hacía muchos años, ya hasta sentía que se ocultaba en algún bosque de otra dimensión unida a este mundo.

O en un mundo cálido, con nieve blanca que no producía tanto frío como la que ahora llenaba las calles, una nieve mágica que podías tomar en tus manos sin sentir dolor después por la congelación.

Nada más llegar a casa, el aroma de la comida que su madre había preparado la envolvió toda.

Era una suerte que le hubieran dado las vacaciones para esas fechas, así no se sentía tan sola pues, cada día del año, pasaba los días en soledad, se preparaba su comida desde bien pequeña y hacía las tareas del hogar además de las de la escuela y, para la noche, la cena para ella y su madre que regresaba del trabajo.

Era un plus el tener acceso a internet para poder buscar tutoriales de cocina y así haber aprendido sin problemas ella sola.

Al menos, en los desayunos, ella y su madre, podían verse, pero, hasta las 9, ya muy tarde, no volvían a encontrarse.

Prácticamente se había criado ella sola, encontrase a sí misma a una edad muy temprana, muchas personas no saben cual es su verdadero yo aún teniendo más de cincuenta años.

Anyel, para sus diecisiete, sentía que de golpe había tenido que madurar y, algo positivo de ello, fue el poder hablar con su alma y saber de qué manera manejar su recipiente terrenal.

Aunque, no siempre había sido fácil, era tímida cuando no se sentía en confianza y, además, su exceso de sensibilidad y empatía eran un arma de doble filo, las personas se sentían con el derecho de dañar como si fuera alguien vulnerable por su condición.

—Qué bueno que ya me dieron las vacaciones, y un día antes.

Ahora podremos estar unos cuantos días juntas.

Le decía su madre ciertamente animada.

—Sí jeje, ¿cocinaremos unas pastas de té para Papi Noel?Y su madre suspiró.

—Ains hija, ¿pero todavía sigues con el Papá Noel?

Pensé que ya habías dejado eso de lado.

Tienes casi dieciocho años, ¿cómo puedes creer aún en esa historia?

Anyel se levantó bruscamente de la mesa con su rostro caído, no dejando ver el dolor que su mirada ahora cargaba, fue su madre la que fue hasta ella para tomarla de las manos, logrando que regresara a sentarse, logrando también que la viera a los ojos, los de Anyel eran tan oscuros, como una luna negra.

—Hija, no quiero que llores, ya sabes que me preocupo mucho por tu futuro, quiero nada más que te centres en el mundo real.

¡Mírate! Eres la mejor escribiendo de todo el instituto, hasta te felicitaron los profesores por ganar el concurso de redacción del año pasado.

Pero Anyel apartó las manos de su madre.

—¡Qué más da eso! ¡Ni siquiera me dieron un trofeo!, solo fueron aplausos.

Soy una chica penosa en este frío mundo.

Expresó sintiendo desgarrarse por dentro, sabiendo que todo eso eran banalidades al fin y al cabo, pero, en este mundo tan superficial, siempre debías presumir tus logros con algo material para que la gente te tomara en serio, ¿aplausos?, nadie podría escucharlos al contar esa bonita experiencia, es como si realmente no hubiera sido algo de lo que sentirse orgullosa.

—Papi Noel, ¡Papi Noel seguro se pondría tan feliz de saber que gané ese concurso!

Se sentiría orgulloso de mí. De mi manera de escribir…Nadie, se acuerda ahora de eso…

¿Escribir bien?

Ni que fuera algo fácil vivir de ello.

Y aquella mujer, sintiendo que perdía las esperanzas, pero, aun así, deseando salvar a su hija de sus oscuros sentimientos, secó sus lágrimas que al fin brotaban más y más, cayendo por sus mejillas sin descanso.

—Anyel, lo comprendo, yo, quise ser mucho más, pero, mírame, acabé siendo una secretaria corriente que gana lo justo para que podamos vivir sin problemas tú y yo.

Este mundo, a veces no nos da lo que buscamos, todo por lo que hemos luchado, quizás jamás lo tengamos.

Por eso, pon los pies en la tierra, tenemos que vivir lo mejor que podamos mientras estemos vivas, encontrar pequeñas cosas que nos hagan sentir felices, como tú cuando comes los dulces que a veces te traigo.

Y tras unas caricias en su largo cabello oscuro, tratando así de demostrarle su cariño, le mostró una ligera sonrisa, de esas sonrisas que a veces debes sacar aunque la situación y tus sentimientos, no te provoquen esas ganas de hacerlo.

Sonreír de una forma un tanto forzada, pero con buenas intenciones y con cierto cariño.

—Si Papá Noel fuera real, él querría que siguieras adelante, como siempre has sido.

Pero, él no está así que, te lo pido yo, Anyel, vamos a ser felices estas navidades, yo sé que todo será positivo en un futuro, aunque haya algunas caídas, cada vez nos levantaremos con más fuerzas y nadie podrá pisotearnos.

Y los ojos de Anyel, al fin pudieron frenar su llanto, frenarlo por sus ojos, aunque, en su interior, su alma sentía que se estaba por ahogar.

La comida terminó tranquila, hablaron de muchas cosas madre e hija.

Las notas de Anyel nunca fueron impresionantes, tan solo literatura, música y dibujo era donde siempre destacaba, matemáticas y física, sin duda, eran las más flojas, aunque su madre, no se enfadaba por ello, le bastaba con que pudiera aprobar todo, aunque fuera por los pelos.

Tras fregar juntas los cacharros, Anyel fue a su habitación preparada para escribirle esa carta a Papá Noel.

Siempre tenía cantidad de papeles por las veces que dibujaba, pero esta vez, se había quedado sin folios y los que quedaban en su impresora, se habían arrugado un poco, desesperada, rebuscó en su monedero, tenía el dinero suficiente para ir al bazar chino y comprar el papel y algo más.

El sobre, por suerte, ese sí lo tenía, así que, eso no le preocupaba, y, tras tomar un abrigo y decirle a su madre que iría a comprar algo, salió de casa.

El bazar chino al que iría estaba bastante cerca y era muy grande,  además, este no cerraba en todo el día hasta las 8 de la noche.

Siempre que entraba en esos lugares, se fascinaba por la cantidad de artículos raros que a veces tenían, ver la zona de papelería hacía que se perdiera, a pesar de que siempre eran productos escolares, había podido encontrar lápices de colores de tonos pasteles preciosos y bolígrafos de gel con purpurina, esta vez se compraría un paquete para que la letra de su carta fuera aún más bonita.

Eso sí, siempre se esforzaba para que su letra fuera buena, ya que, siempre había tenido la mala costumbre de escribir muy rápido y por ello, su caligrafía no era la mejor.

Incluso, de más pequeña, los profesores le mandaban cuadernillos para practicar su caligrafía y poder mejorar su letra.

Sería buena dibujando y escribiendo, pero no con su manera de hacer letras. Hasta había desarrollado una caligrafía especial para las cartas de Papá Noel, escribía lo más despacio posible para que saliera todo bien y que pudiera leer su carta sin problemas.

Se maravilló al encontrar unos paquetes de papel para cartas, eran preciosos y de diferentes tonos, adornados por los bordes y con líneas de apoyo, eso sería bueno ya que, al escribir, tendía a inclinarse hacia arriba cada vez más.

De entre todos, escogió un paquete de hojas de color morado pastel, era el color que más le gustaba de todos, y, aunque al pensar en Papá Noel, lo relacionara con el color rojo, pensaba que sería mejor que él sintiera su esencia hasta en el papel.

Regresando a casa tras sus compras, nada más abrir la puerta, por todo lo alto, le dijo a su madre que ya había regresado.

Pero, tras pasar por la habitación de esta, pudo oler ese horrible aroma.

Por unos momentos se asomó con cuidado de no ser vista, su madre pareció ponerse nerviosa apagando un cigarrillo para después, echarlo por la taza del baño que había dentro de su habitación.

Anyel se apartó quedándose apoyada en la pared del pasillo y su madre salió al poco.

—¿Ya llegaste?, ¿compraste algo lindo?

—Ah nada, papel para escribir y unos bolis de esos de colores que brillan.

Un auto regalo de navidad jeje.

Y su madre sonrió, pero no fue capaz de llevar su mano a su cabello por el temor de que le llegara el olor a tabaco.

—Anda, ve a disfrutar con ello, creo que me daré un buen baño y después me echaré la siesta.

Anyel ya no respondió y corrió a la habitación del fondo, antes de ponerse a escribir, trató de relajarse.

Sabía que su madre llevaba fumando a escondidas desde hacía tres años.

No le gustaba nada que hiciera eso y que, para colmo, se lo ocultara como si estuviera dejándose ver siempre como una mujer fuerte cuando, realmente, todos tenían sus momentos en los que caer.

Cuando al fin se sintió preparada, comenzó a escribir llena de emoción.

Escribir para su Papi, era totalmente una aventura maravillosa que llenaba a su corazón de auténtica alegría, emociones y tantas cosas más positivas.

Claro que desahogaba sus problemas en unas cuantas líneas, más bien, bastantes, las cartas eran muy extensas siempre, unas 16 hojas por ambas caras, a veces, hasta más.

Según fue haciéndose mayor, las cartas fueron cada vez más y más largas.

En esta, no dudó en descargar todo lo que se le pasaba por su alma en esos momentos.

—Mamá, sé que se preocupa mucho por mí, y sé que sus frías palabras cuando me pide dejar de creer en ti, son por mi bien, bueno, más bien lo que ella cree que es bueno para mí, ya sabes, es muy realista y no cree en la magia.

Ella, no sabe el bien que me haces, para poder vivir en este mundo, no necesito dejar de creer en ti, eso, me convertiría en un ser plano y frío.

Estaría contradiciendo a mi alma.

Luchando contra mi luz.

Y, yo, quisiera, que dejara de fumar, que aceptara que también se siente cansada de la vida muchas veces, que guarda resentimientos y que necesita una mano, ya basta de decirme que es fuerte, quiero que me vea y que diga, hija, también necesito salir de este mundo, o, más bien, de esta situación de la que no puedo escapar ya que, ya sabes, ella no cree en más mundos que esta tercera dimensión.

Sé que le causo dolores por creer en ti, y por mis propios problemas internos.

A veces contradigo a mi alma.

Me afectan las tonterías que dicen las personas, tonterías de humanos.

Ser reconocida por algo que hago bien, es tan superficial y, me gustaría.

No puedo evitar caer en cosas así al estar en un cuerpo humano.

Eso era lo que hoy le contaba, después, le habló de tantas otras cosas más, tanto positivas, como algo tristes, momentos divertidos y, por fin, llegó el momento de escribir la última hoja.

Sus mejillas se encendieron pensando en todo lo que quería expresarle.

—Papi, siempre te mando una foto mía de cada año, pero, nunca te he visto, dicen que eres un abuelito, pero, mi alma siente que no estás tan mayor y que, bueno, jeje, eres un madurito lindo.

Aaah, Papi, no pienses mal de mí.

Pero yo, de tanto escribirte, ¿cómo decirlo?

Siento que, me enamoré de ti.

¡Aaaah!, te lo dije, al fin te lo dije.

Y, aunque en verdad sí te vieras muy mayor, seguirías siendo hermoso para mí, el Papi más bello del mundo.

Y, una cosa más.

Al principio, lo sabes, cuando mi papá real me dejó sola, yo, quería que tú fueras mi padre de verdad.

Te lo pedí cada año, te pedí que si podías ser mi padre.

Y, ahora, el día 26, dejaré de ser una niña y ya, me convertiré en una mujer de dieciocho años.

Entonces, ya no serías mi Papi, se perdió la oportunidad de serlo.

Papi, te lo pediré una última vez antes de perder la esperanza para la eternidad.

¿Podrías venir la noche del 25, podrías venir y ser como mi padre?

Papi, te amo, te amo de verdad.

Sus labios ahora, tenían un bonito labial de color rojo, un labial que había comprado con su dinero, un tono rojo, que sentía que haría juego con su Papi Noel.

No tan vibrante, más tirando a un tono ciertamente profundo, sin ser anaranjado, pero, tampoco demasiado oscuro, un rojo precioso y puro.

Tras eso, tomó el perfume de vainilla y lo pulverizó sobre cada hoja a cierta distancia para que el papel no quedara empapado y que la tinta así, no se corriera.

Después, metió todas las hojas en el sobre que quedó muy cargado porque, esta vez, fueron 23 y, como siempre, por ambas caras.

Selló con otro beso tras poner las señas y la frase de siempre.

Y, a la mañana siguiente, ya, siendo día 17, muy temprano, se levantó para llevarla al buzón.

Con sus dos manitas juntas frente a él y con el corazón en llamas, le pidió al cartero de Papá Noel que le llevara su carta.

Hasta unas lágrimas se le escaparon por sus mejillas.

—Es mi última oportunidad, Papi, por favor.

Y los días pasaron, esos momentos con su madre, ansiosa por la llegada de esa noche que quizás podría ser especial.

Juntas, actuaba como si nada pudiera suceder, incluso, pusieron un bonito árbol como cada año.

Y ese ansiado 25, prepararon una rica cena para disfrutarla, una crema de mariscos deliciosa y lubina al horno, después, el postre, pastel de queso con frutos rojos adornando la parte superior que, mezclados con el delicado sabor del queso, daban un contraste y aun así, combinaban, era el dulce preferido de Anyel.

Para finalizar, su madre tomó una botella de cava y tras llenarse una copa, tomó otra más.

—¿Dos copas mamá?

—Mañana serás mayor de edad, ¿no creo que sea malo adelantarlo unas horas antes?

Bueno, al menos solo dejaré que bebas una copa jeje.

—Aaah mamá, pero yo quiero celebrar mi cumpleaños mañana, es el día en el que nací ajaja.

Reía nerviosa pensando en lo que le había pedido a Papá Noel.

—Tranquila, mañana será, no te preocupes, solo quiero darte un pequeño gusto de adultos antes de tiempo. Toma, prueba.

Y Anyel tomó esa copa para beber un sorbo con curiosidad, pero, por su expresión, su madre supo que el sabor no fue de su agrado.

—Aaah mamá, el placer adulto no me gusta.

¿Por qué los chicos de mi clase se van de botellón? El alcohol sabe muy mal.

—¿Cómo?, ¿ya habías bebido antes sin decírmelo?

Pero Anyel le negó rotundamente con sus manitas.

—No, no, nunca, eso jamás me llamó la atención ajaja, hasta mis amigas piensan que soy aburrida porque nunca voy a beber.

Su madre pudo sonreír y, tras eso, siguieron hablando, al final, pudo beberse esa copa pero con mucho asco, lo cierto era, que le había mentido un poquito a su madre.

Sí había probado el alcohol antes cuando sus amigas, en las salidas con varios compañeros de clase, le pedían probar los mejunjes alcohólicos que hacían, ninguno fue de su agrado.

Por esa razón, ya nunca le pedían salir, era aburrida ya que nunca bebía, ni fumaba, era la virgen del grupo.

Los chicos igual se cansaron al ver que nunca conseguían nada con ella, porque, a pesar de verla demasiado bonita, pensaban que era una sosa al no querer acostarse con ellos.

Todas esas cosas se las había contado a su Papi por cartas, siempre desahogaba hasta ese tipo de experiencias.

Y en todo momento, su mente estaba llena de él.

Durante la cena, mientras que fregaban todo, y también, cuando abrieron los regalos bajo el árbol de navidad.

Anyel se emocionó mucho al ver que su madre le había comprado ropa estilo coreano, le encantaba cómo vestían en asia y nunca encontraba prendas de ese estilo en las tiendas de la ciudad.

Con alegría le dio un gran abrazo y, después, le entregó su regalo, allí había un CD de un artista español que a ella le gustaba mucho, era una recopilación de sus mejores éxitos.

—Ahora podrás poner en el coche su música siempre que quieras sin esperar a que lo pongan en la radio.

—¡Aaah hija por dios!, qué contenta estoy, encima, viene mi favorita, la de amante nocturno.

Su madre parecía tan llena de felicidad, esos pequeños detalles de la vida llenaban de luz los días.

Las 12 de la noche ya se acercaban y decidieron irse a acostar, ambas se dieron las buenas noches y Anyel, fingió irse a dormir, y, justo a las doce menos cuarto, se puso en pie, tras vestirse bonita con esa nueva ropa, de un cajón de su escritorio, sacó las pastas de té que había hecho temprano en la mañana mientras que su madre dormía y, sin meter mucho ruido, llegó hasta el salón.

Casi era el momento, no quedaba nada para que el 25 volara al 26.

—Papi, ¿no vendrás?

Tras la ventana, podía ver la nieve caer, era un día helado, ahora, sentía que podía temblar, si lloraba, sus lágrimas creía que se congelarían.

Y, las 12 llegaron, y con ello, sus esperanzas se marcharon al fin y esas lágrimas, de una vez cayeron por sus mejillas.

Cerrando sus ojos porque eran tantas, que hasta le resultaba molesto el tenerlos abiertos.

—¿Por qué mis lágrimas no se congelan?, ¿Por qué?Siento tanto frío en el alma.

La nieve parecía que amontonaría las calles y para la mañana siguiente, nadie podría salir con sus coches.

Soltando la caja de pastas de té, envolviéndose en sus propios brazos, minutos tras minutos olvidándose del ambiente que la rodeaba.

—¿En verdad, dónde está ese frío?

Pensó entre tantos otros pensamientos cargados de tristeza.

Había dejado de temblar hacía ya un rato y, al abrir sus ojos y alzar la mirada, allí, apoyado junto a la ventana, estaba, ese hermoso hombre de piel morena que la miraba siendo alumbrado por las luces del árbol de navidad.

El corazón de Anyel casi recibe un paro, el ambiente, parecía haberse caldeado y, en vez de hacer alguna pregunta, simplemente, se puso en pie, yendo a él, mirando esa larga barba blanca, extendiendo su manita, tirando de ella para descubrir, que era completamente falsa.

Por su aspecto, no podría tener una barba tan canosa, aquel bello hombre, aparentaría unos cuarenta y seis años, sus ojos, eran rasgados, de color verde y, su cabello, muy largo, lacio y de un color rojo puro.

Como el labial que había escogido para su última carta pues, el color de su traje, sí era del rojo típico que debería usar Papá Noel.

—Papi, ¿eres tú?

Y este, sin decir nada, posó su mano en su espalda para acercarla más a él y, tras agacharse un poco debido a su gran altura, besó sus labios.

La nieve que caía por los alrededores de esa casa, parecía querer fundirse, la calidez de ese extraño hombre todo de rojo, el frío se había desvanecido para siempre.

Cuando sus labios al fin se separaron las palabras querían escapar de su boca pero no encontraba la pregunta correcta por la impresión de lo que acababa de sucederle.

—Perdóname por llegar un poco tarde, tuve que visitar a unos niños antes.

Y tras sus disculpas, le hizo una reverencia.

—Anyel, yo, soy Papi Noel, aunque, mi nombre real es Zandro.

Y yo, escapando de mi mundo, en mi propia dimensión, solo me presento a los niños solitarios que tienen un alma mágica. Niños que necesitan tener un día feliz, niños que tienen esperanzas con la vida a pesar de todo.

Anyel entonces se apartó.

—Entonces, no debiste venir a verme, yo, perdí la esperanza hace tan solo unos minutos y ya, ya no soy una niña, ya, es día 26, ¿recuerdas?

Le dijo con sus ojos cubriéndose nuevamente de lágrimas.

—Anyel Victoria Galarda.

Naciste el día 26 a las 8 de la noche, aún, sigues teniendo diecisiete años.

Y, yo, no podía permitir, que la única chica que ha creído fielmente en mi existencia, perdiera las esperanzas.

—Papi, ¿serás mi Papi?

—Por unas horas, lo seré.

—¿Y después?

Te marcharás supongo.

Aquel hombre cálido, la tomó entre sus brazos, y su rostro, quedó muy cerca de su pecho, sintiendo así, el latir de su corazón.

—Tantos años leyendo unas cartas tan hermosas, fueron demasiados años descubriendo tu maravilloso mundo, desde que eras una pequeña niña, me resultabas adorable y, según te ibas haciendo mayor, tu yo real se dejaba ver en cada frase, las palabras que me atraparon en mi solitario mundo.

Jamás, imaginé, que una carta llegaría a mis manos y, así fue, porque, creíste ciegamente en mí, con toda tu mágica alma. Eso hizo, que el cartero de las dimensiones quisiera escoger tus cartas.

Y ahora, tu Papi vino a por ti, porque, estoy tan enamorado.

¿Qué me hiciste?

¿Qué hiciste para que un dios como yo pudiera enamorarse tan locamente de una humana?

Eso es, porque tu alma no pertenece a este mundo.

Y ahora, ¿podría probar esas pastas de té que hiciste para mí?

Y ahí la separó de su pecho para mirarla con sus atractivos ojos tan misteriosos.

Anyel no tenía palabras, simplemente, con su corazón en llamas, le entregó esa cajita, con el mayor deseo de que el sabor fuera de su agrado.

—Junmm, estas galletas, tienen un aroma similar a tu última carta.

—Bu-bueno, es porque les eché azúcar avainillado.

—Comprendo, ahora sé, que el aroma de vainilla es mi favorito.

Anyel sentía que sus mejillas, no, más bien, toda su cara, ahora estaría roja como nunca, más roja aún que el cabello de ese hermoso hombre mágico.

A diferencia de cómo se lo imaginaba la gente, era más parecido a como ella lo había tenido en su mente siempre.

Voz gruesa y profunda, alto, como un metro 93, algo delgado pero se notaba un cuerpo trabajado, madurito pero bien conservado, quizás era su apariencia de dios, una versión madura pero eterna, jamás podría volverse un anciano, y, aunque eso sucediera, lo amaría igual.

Su atractivo, era el perfecto ante sus ojos.

Y, cuando se acabó todas las galletas, sus ojos regresaron a los suyos.

—Anyel, ahora, siempre serás eterna.

—¿Cómo?, no entiendo Papi.

—Te elegí para ser mi redactora de cartas, bueno, mi ayudante para expresar los mejores y más positivos sentimientos, quiero, mandar cartas a todos esos niños que me necesitan.

Mi beso, te ha dado la vida eterna.

Anyel tapó su boca anonadada. Esa revelación, sí que no la esperó.

—Entonces, ¿me mentiste con lo de estar enamorado?

Zandro entonces, se acercó mucho a ella, hasta de forma invasiva.

—Mi amor por ti es demasiado real, por eso, es que te escogí para ser mi ayudante.

No querría a nadie más que tú trabajando a mi lado.

En mis tantos milenios de vida, he estado completamente solo en mi dimensión nevada.

A pesar de que es una nieve cálida, yo, sentía tanto frío por la soledad, pero, desde que tus cartas llegaron, todo ese frío se fue por siempre.

Y con una expresión de ternura, sin apartar sus ojos para provocarla aún más, le hizo esa pregunta.

—¿Me dejarás solo nuevamente?

—No, Papi, no, no quiero, yo, quiero estar contigo, irme contigo, estar por siempre contigo.

Pero, Zandro le dio una suave caricia en su cabecita.

—No te precipites, no puedes dejar sola a tu madre, ella también te necesita.

—¿Pero entonces?

Zandro sonrió.

—Cruzaré mi dimensión para venir a verte las veces que sea necesario y, también, te llevaré algunas temporadas conmigo.

Ahora, trata de dormir un poco, ven a mis brazos mi niña.

Anyel, ya sí que estaba que hasta podría dar botes y salir volando por todo el salón, y, pensó que se quedaría despierta toda la noche por la emoción y por estar hablando al fin con su ansiado Papi.

Pero, la calidez que su cuerpo transmitía, era, confortable, relajaba a su alma por mucho que su corazón estuviera en revolución.

Al final, acabó profundamente dormida y a la mañana siguiente, su madre se llevó el mayor de los sustos al encontrarse a su hija durmiendo en las rodillas de un extraño hombre. Aunque, eso sí, vestido con ropas rojas de un aspecto carísimo.

Madre mía la que se armó.

A pesar de que él trató de que se calmara, en verdad pensó que un extraño había entrado para robar, a pesar de su apariencia glamurosa, pero, su hija, tuvo que contarle toda la historia que, al principio, le costó mucho de asimilar, hasta Zandro tuvo que hacer un poco de su magia para que pudiera creer que realmente era un dios.

Ahora, Zandro se había convertido en su yerno, así, tan de repente, hasta se arrepentía de las veces que le había dicho a su hija que debía dejar de creer en él.

Zandro y Anyel fueron sumamente felices, él, alivió su soledad divina y se enamoró de una mortal con una bella alma que, jamás antes, pudo ver en su larga vida vivida.

Por eso, le entregó parte de su poder para que ella fuera también eterna, sabía, que el amor de esa muchacha no era un simple amor efímero y débil como el que los humanos acostumbraban a tener, el alma de esa chica, era mágica por alguna extraña razón y ese amor, era el más puro, el amor que jamás se debilitaría. El amor que nunca le abandonaría.

Y, Anyel, tenía a ese maravilloso hombre a su lado, que, a pesar de comportarse a veces como un padre por la diferencia de milenios de edad, él, tenía su lado picante y lujurioso por el amor que también sentía.

Su niña a la que siempre iba a proteger, amar y hacer subir al cielo.

Podía parecer un hombre serio, paternal, luego, era tierno y cálido, hasta atrevido en los momentos más íntimos.

Si alguna vez su niña caía en el peligro, él la protegería con su vida.

Cuando crees en algo con toda tu alma, cuando confías en que es real, no debes pensarlo con la esperanza de que algún día se volverá realidad, debes creer que siempre lo fue.

Por eso, ocurren las llamadas maravillas.

Solo estaban esperando el momento idóneo para dejarse ver.

Para demostrar que siempre fueron reales, que estaban ahí para ti.

La magia es tan real como tú y como yo.

Hay que creer en ella y en el amor.

Mis amores, pasen una feliz navidad juju, y crean fielmente en lo que siempre han creído.

Texto agregado el 22-02-2023, y leído por 65 visitantes. (0 votos)


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