Fuimos al fondo de la tarde
y esperamos hasta que las sombras
se acercaron por el pasillo
para hurgar en nuestros sueños.
Entonces miramos hacia atrás
sin saber que la noche estaba cerca
y la niebla era un laberinto
capaz de clausurar
cada momento.
No había fantasmas
que pudieran robarnos la memoria
ni demonios buscando las horas extraviadas y los planes inconclusos.
La suerte estaba de nuestro lado
solo había que avanzar a tientas
aunque el sabor salvaje de la oscuridad
nos dejara ciegos.
Me atreví a tocar el cielo
con la punta de los dedos.
Te indiqué el camino como si supiera
que cada paso daba un testimonio
necesario pero incomprensible.
Me seguiste sin preguntas
mientras la noche se rendía
y el alba desafiante
abrazaba otro comienzo.